Soy un hermano menor capuchino, nacido en un pequeño pueblo de Navarra, Unciti, hace 86 años. De una sencilla familia de albañiles y carpinteros´Fuimos 9 hermanos, el mayor misionero jesuita en Gujerat (India), la única hermana, religiosa Hospitalaria en Francia y el último, seminarista seráfico capuchino hasta que la parálisis le obligó a regresar a la familia. Ya todos murieron. Estudié en la escuela rural de mi pueblo hasta los 11 años. Ingresé al seminario seráfico de Alsasua y durante 13 años seguí los estudios en las diferentes casas de formación. Al finalizar los estudios me hicieron hacer el bachillerato “Muchos años más tarde vine de Ecuador a estudiar un curso de teología en Vitoria, Universidad del Norte”.
José Antonio, ¿Cómo ingresó en la Orden capuchina?
Es uno de los recuerdos imborrables que ha perdurado vivo en mi memoria. Una tarde del mes de mayo de 1943, en el atrio de la iglesia de mi pueblo, antes de entrar a rezar el Rosario, el párroco me hizo una pregunta inesperada: ¿No quisieras ir al seminario seráfico de los capuchinos? Mi respuesta fue inmediata y positiva. Sería esto el mes de mayo. Mi madre preparó todo y el 24 de agosto de 1943, con 11 años, mi padre me llevó a Alsasua. Y ¡qué tiempos aquellos! no volví a mi pueblo en 13 años, hasta cantar la primera Misa.
Y, ¿desde entonces?
He permanecido 60 años en Ecuador como hermano menor capuchino, recorriendo casi todas las fraternidades. Primeramente fui profesor en el Seminario Seráfico de Ibarra, durante 9 años. Luego se pensó en un noviciado común para Ecuador, Colombia, Centroamérica y México, ubicado en Quito. Me pidieron el servicio de maestro de novicios. Años posconciliares duros. De ahí pasé a servir como párroco en Guayaquil, Playas y más tarde Cuenca. En 1985 de nuevo maestro de novicios. Uno de estos novicios es ahora Obispo vicario apostólico en Aguarico. Actualmente soy vicepostulador de la causa de canonización de los siervos de Dios Alejandro Labaka e Inés Arango.
Las tareas que he realizado en la actualidad en la fraternidad de Guayaquil están relacionadas con la pastoral, sin olvidar que la primera tarea es ser hermano, viviendo con tres capuchinos ecuatorianos. Esta presencia capuchina en Guayaquil ha cumplido 60 años. Es parroquia. Tiene además un dispensario médico con 500 enfermos diarios y un colegio con 420 alumnos. La tarea más fuerte ha sido la pastoral con los enfermos. Son más de 40 atendidos a domicilio y dos veces por semana visita al hospital del seguro social.
¿En qué consiste la vicepostulación de Alejandro Labaka e Inés Arango?
Cuando se introduce la causa de canonización de una persona, se constituye un Tribunal diocesano que inicia todo el proceso.
Así se hizo en el Vicariato de Aguarico. Paralelamente trabaja la Postulación general que la Orden capuchina tiene en Roma, la cual nombra un vicepostulador local para cada causa. Su cometido es promover la devoción a los siervos de Dios, difundir sus escritos, promover el conocimiento de su carisma.
¿Quién es Alejandro Labaka para ti?
Lo conocí desde niño, cuando en 1947 se despidió en nuestro seminario para ir de misionero a China. A su regreso, expulsado por los comunistas, ya estaba yo de religioso, estudiando teología. Y todos los misioneros expulsados hicieron su encuentro en nuestro convento. El estaba de superior nacional cuando yo llegué a Ecuador. Nos recibió en julio del año 1957 al llegar el barco a las costas ecuatorianas. Su personalidad, su espíritu me llamaban mucho la atención. He podido afirmar que, si me preguntasen cuál es la persona que más me ha impresionado en la vida, sin vacilar responderá: Alejandro Labaka. Tengo la convicción de que su misiología es la más actual en la Iglesia.
¿Qué te gustaría destacar de Alejandro e Inés?
Los dos van inseparablemente unidos. Destacaría su amor y entrega por las minorías indígenas, llámense huaoranis, taromenanis o tagaeris.
Amaron hasta dar la vida. Son misioneros de la Amazonía donde hoy existen unas 60 comunidades de pueblos autóctonos en aislamiento voluntario en todo el territorio amazónico. No hicieron una labor misionera de imposición, sino de inserción, de convivencia, de respeto a su cultura. Hay que destacar su heroísmo hasta dar la vida.
Como prueba de que su misiología de inserción e inculturación le venía de muy lejos, ya en el año 1957, recién llegado a Ecuador con mi compañero el P. Ramón Echegaray, el primer destino que nos dio nuestro superior Alejandro Labaka fue hacer un curso de lengua kichua, lengua hablada hoy por cincuenta millones en América latina, y por los indígenas kichuas de Ecuador. Nos puso de maestra a una religiosa Laurita, Madre Corona, experta en el idioma.
Un mensaje que, como vicepostulador, quieras hacer llegar a nuestros lectores.
Alejandro e Inés son dos misioneros, mártires de la caridad hasta dar la vida, es necesario que sean más conocidos. En lo tiempos de mediocridad en que vivimos, se necesita del testimonio de seres humanos que han optado por el heroísmo. En nuestros tiempos de oscuridad, necesitamos la luz reluciente de su testimonio. Necesitamos acercarnos al fuego para salir de nuestra frialdad misionera. Recientemente ha salido del Vaticano un documento aceptando como opción para la beatificación el martirio por la caridad.
Alejandro Inés son mártires de la caridad, ya que los tagaeris no pudieron matarlos en odio a la fe. Pero se da la circunstancia de que, para ser beatificados, se exige un milagro. Mi mensaje como vicepostulador es que nos encomendemos a estos siervos de Dios y comuniquemos si recibimos algún milagro. También hay que tener en cuenta que el papa Francisco ha convocado un Sínodo amazónico. Sin duda se destacará a misioneros que han regado la tierra amazónica con su sangre.
Muchas gracias por tu testimonio José Antonio