"La vocación es una llamada que se escucha en el corazón y se confirma en la fraternidad" Fr. Mario García


Fray Mario comparte su historia vocacional con sencillez y profundidad: desde sus primeros pasos en Portugalete hasta su labor actual acompañando a jóvenes que se preguntan por su lugar en el mundo. Una entrevista que ilumina el discernimiento, desmitifica la llamada vocacional y pone en valor la vida fraterna como respuesta al individualismo.

—Fray Mario, Cuéntanos ¿Quién eres y de dónde vienes?

Nací en Luchana - Baracaldo, en  Vizcaya, aunque desde los siete años he vivido en Portugalete. A los veinte años entré en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. 

¿Qué motivó tu entrada en la Orden Capuchina?

A veces pensamos que tiene que haber una gran conversión, como por ejemplo la caída de san Pablo del caballo de san Pablo. Para mí, y así lo he entendido, fue como una continuación del proceso de mi vida de fe y de estar involucrado en las actividades de la parroquia, el trato con las religiosas del Sagrado Corazón. Estudiaba Magisterio y participaba activamente en las catequesis, grupos sociales, encuentros... Fue un proceso natural.

—¿Hubo alguien que te ayudó a discernir tu vocación?

Sí, especialmente una religiosa del Sagrado Corazón, Paloma. Ella fue una referencia cercana y me ayudó a encauzar lo que ya iba madurando en mi interior. Lo que me atraía era un estilo de vida: fraternidad, oración, trabajo compartido. No sabía que los capuchinos existían cerca de casa, en Bilbao, a solo 16 kilómetros, pero cuando el Espíritu actúa, las cosas suceden. Una tarde de lluvia torrencial marcó mi primer contacto con ellos, y desde entonces todo fue cobrando forma.

—¿Cómo fue ese primer paso?

Recuerdo que había quedado con el responsable vocacional de la diócesis de Bilbao. Curiosamente, era profesor mío en la facultad de Magisterio. 

Le conté mi inquietud por una vida de comunidad, algo que la diócesis no ofrecía tal como yo lo sentía. Llamamos a varias congregaciones; los capuchinos respondieron y ahí empezó el camino. Al principio hubo un tiempo de silencio, de pausa, pero luego me invitaron a una ordenación en Guipúzcoa y eso reavivó todo. Poco después dejé Portugalete y me fui a Pamplona para iniciar el postulantado.

Entiendo que en ti no había como un malestar  porque no encontrabas tu camino Algo así como "quiero algo pero no sé lo que es"

No, yo nunca lo he vivido ni pensado así. Como digo fue más bien como una prolongación de un estilo de vida donde no hubo nada espectacular ni llamativo y a veces yo creo que por ahí van muchos de los procesos vocacionales. A veces pensamos como que tiene que ser algo espectacular pero no, hay procesos que se siguen con naturalidad. Luego es verdad que en el tiempo se sigue el discernimiento, la oración y todo ello va haciendo que eso cuaje, o no cuaje. Siempre lo he vivido con cierta naturalidad, no sé si es ingenuidad pero así ha sido. 

—Explícanos, ¿Cuál es el proceso formativo en la Orden Capuchina? Nos llegan muchas consultas de jóvenes en este sentido.

En el postulantado se inicia una etapa de discernimiento que no se centra sólo en lo intelectual. Se trata de madurar una vida de fe, entrega, fraternidad y una vida de estudios. Durante ese tiempo, estudié el bienio filosófico con asignaturas de filosofía, y con alguna introducción a Escritura y algo de Evangelios. Estos dos años de postulantado en Pamplona, en mi caso en dos casas diferentes y los estudios de filosofía en un centro que era juntamente con otras congregaciones religiosas y ahí nos juntábamos en el centro de Pamplona. Las religiosas tenían allí el centro teológico.

Luego viene el noviciado, un año intenso con inicio y fin definidos, que viví en Jaca. No hay estudios reglados, pero sí mucha formación interna, reflexión, oración, vida fraterna. 

Cada etapa son discernimientos y cuando uno pasa de una etapa a otra es porque hay garantías de que uno está preparado para  dar el siguiente paso. Luego hay que ir trabajando, madurando.... viviendo en la fraternidad y confiando en el Espíritu y en el equipo formativo.

En nuestra comunidad acogíamos a transeúntes: dormían, comían y compartían con nosotros. A veces nos despertábamos a las tres o cuatro de la madrugada para abrirles la puerta porque algún transeúnte no había llegado a tiempo. Era una experiencia concreta de acogida y de entrega.

Tras el noviciado se hacen los votos temporales, que entonces eran por tres años, y después la profesión perpetua. No porque uno dude, sino porque es parte del proceso de maduración.

—Hoy acompañas a jóvenes en su vocación, pero... ¿Cómo puede saber alguien que necesita plantearse una experiencia de discernimiento?

Muchos jóvenes viven procesos espirituales, aunque no siempre bien definidos. Van a misa, rezan, participan en grupos. Y en medio de todo eso sienten un "plus", una inquietud que les dice: "esto no me llena del todo, debe haber algo más". Y cuando viven espacios de Iglesia, sienten paz, plenitud, incluso felicidad.

Esa experiencia es clave. Algunos lo sienten pero no dan el paso por miedo. Otros se atreven a buscar ayuda. Lo importante es atreverse a mirarse por dentro, porque nadie se conoce a sí mismo sin silencio, sin valentía.

—¿Qué haces cuando alguien se pone en contacto con la Orden?

La mayoría nos contacta por redes sociales. A veces llaman directamente a la puerta del convento. Yo siempre les escribo primero por correo, les agradezco su paso, y les propongo hablar. El objetivo es ayudar a clarificar. No se trata de decidir si uno va a ser fraile, sino de ponerse en camino y preguntarse: "Señor, ¿qué quieres de mí?". Y eso requiere tiempo, oración, vida de comunidad.

Si el proceso avanza, nos desplazamos a conocerlos. Hemos viajado a Madrid, Alicante, Murcia, Sevilla, Córdoba... Visitamos su entorno, su familia. Luego les invitamos a pasar un tiempo en una fraternidad, como la de Salamanca. Allí comparten nuestra vida real: oración, comidas, trabajo, diálogo, liturgia... Y esa convivencia ayuda mucho. 

Es una experiencia que nos transforma también a nosotros.

—¿Cuáles son las inquietudes comunes que expresan los jóvenes que se acercan?

Suelen decir: "Siento que Dios me llama, pero no tengo claro a qué". O: "Llevo tiempo pensándolo pero no me atrevía". Otros quieren dedicar su vida a los demás. En el fondo, hay una intuición compartida: la vida tiene que tener un sentido mayor, y quizá Dios esté en el centro de ese sentido.

—¿Qué encuentra un joven al vivir un proceso vocacional en fraternidad?

Encuentra una vida compartida. En un mundo donde todo empuja al individualismo, la vida fraterna es un testimonio. No nos elegimos entre nosotros, pero elegimos caminar juntos buscando la voluntad de Dios. Compartimos la mesa, la oración, la alegría y también las dificultades.

La espiritualidad franciscana nos empuja a acoger. Como decía San Francisco: "El Señor me dio hermanos". Los acogemos como son. No hay espectacularidades, sino una vida sencilla que se entrega a los demás con autenticidad.

—¿Y qué lugar tienen los santos capuchinos en esta experiencia espiritual?

Son referentes de vida entregada. 

El Padre Pío, San Antonio de Padua... no fueron perfectos, pero dejaron que Dios creciera en sus vidas. Vivieron en oración, se comprometieron con los pobres, ofrecieron su vida con humildad. La santidad no es una meta inalcanzable, es hacer de Dios el centro. Son faros que iluminan nuestro camino, testimonios de que la entrega total es posible en nuestra propia fragilidad. 

El joven que entra en contacto con esta espiritualidad descubre no sólo una historia, sino una manera concreta de vivir el Evangelio con radicalidad, sencillez y amor.

—Para terminar, ¿qué le diría a un joven que intuye que Dios lo llama, pero tiene miedo?

Le diría que el miedo es humano, pero no puede ser el dueño de nuestras decisiones. Que atreverse a discernir no significa tener todas las respuestas, sino comenzar a formular las preguntas adecuadas. Que pida ayuda, que se deje acompañar. Que buscar el sentido de la vida es el acto más valiente que puede hacer.

Y sobre todo, que la vocación no es un salto al vacío, sino un camino donde Dios ya está esperándonos. Descubrirlo puede transformar nuestra vida. Como decía san Juan Pablo II: "No tengáis miedo". Y si al final su camino no es la vida religiosa, el proceso le habrá servido igualmente para vivir con más claridad, con más fe, con más alegría. Porque escuchar a Dios, aunque no lo sepamos al principio, es siempre una buena noticia.

(Luis López, Coordinador de Capuchinos Editorial)

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