Por muchas que sean las noticias que nos hablan del mal, de desastres, de fuertes heridas, de daños irreparables, de caminos extraviados, de sufrimientos injustos, el bien sigue siendo fascinante.
Por mucha que sea nuestra desgana, nuestro abandono de los caminos de la fraternidad, nuestros imperdonables olvidos, nuestros desplantes innecesarios y gratuitos, el bien sigue siendo fascinante.
Por mucho que comprobemos cómo las comunidades cristianas, en sus responsables y en sus miembros, no saltan del asiento cuando se hace el mal, por mucho que los cristianos mismos colaboremos a caminos de dudosa bondad cuando no de maldad explícita, el bien sigue siendo fascinante.
Por muchos que sean los miedos que nos atenazan y bloquean nuestro comportamiento bondadoso, por muchas que sean las ocasiones que no aprovechamos para hacer ese pequeño bien que hace más llevadera la carga que la vida nos impone, el bien sigue siendo fascinante.
Por eso nos preguntamos si no será la Cuaresma un tiempo bueno para “convertirse al bien”, para “volver al camino de la bondad”, para no desistir (como dicen sus biógrafos que vivía san Francisco) de aquella “bondad original” que no está en un paraíso perdido, sino en uno por encontrar.
La Cuaresma llega cada año puntualmente. Tiene de bueno el que se nos sirve una posibilidad más de avanzar en nuestro proceso cristiano. Tiene de “peligroso” la amenaza de la rutina y de vacío. Esto es lo habrá que trabajar, en la reflexión, en la oración, en la celebración y en los caminos de la vida. Si esta reflexión co-labora a ello, la daremos por bien empleada. Quizá este anhelo cuaresmal no sea sino la búsqueda de siempre de aquel Jesús que “pasó haciendo el bien” (Hech 10,38) y el anhelo de ir pasando nuestros días, simplemente, queriendo seguir aquella orientación explícita del Evangelio: “Sed buenos del todo como vuestro padre celestial es bueno del todo” (Mt 5,48).
1. ¡Qué gran aventura el bien!
Comenzamos, de nuevo, con un texto de R. Argulloll, un poeta que nos inspira últimamente en su “biblia poética” Poema:
El mal parece cautivador
a una determinada edad,
entre la adolescencia y la juventud primera,
cuando lo inquietante, desde la penumbra,
dirige las miradas y los pensamientos.
Malvados son los héroes más seductores,
y el infierno –como han demostrado los artistas-
supera con creces al paraíso en imaginación y sensaciones.
Pero el tiempo nos da otros ojos
y, transcurridos los años,
apenas ninguna novedad ofrece el mal,
una monótona repetición de sí mismo,
con máscaras que caen y conductas que se agotan.
Ningún malvado me es ahora sorprendente,
conocidas a fondo las cloacas del alma.
¡El bien, en cambio, qué fascinante!
El bondadoso siempre sorprende,
acaso porque su pureza nos descubre
territorios desconocidos en nosotros mismos.
¡Qué gran aventura el bien
y el mal, señores, qué tedio!
(Poema¸ 757)
- El mal parece cautivador: Hay dentro de nosotros algo que conecta con el mal, un “Caín” (Jud 11), un morbo sobre lo malo. Y quizá no solamente en épocas de juventud, sino también después. Es lo que hace que las noticias vendan mucho, que nos llame la atención las catástrofes, los crímenes, las desgracias y no nos llame tanto la atención, el bien y la dulzura. Y, sin embargo, más allá de este cautivarnos, el bien sigue vivo y atrayente. ¿Cómo desplazarse hacia el bien dejando de admirar el mal?
- Malvados son los héroes: No hay más que ver las novelas, las películas, los videojuegos. Casi todos sobre gentes malvadas, pocas sobre gentes o situaciones bondadosas. Las películas violencia en TV son el pan de cada día. Quizá sea, en parte, porque los héroes de la bondad (los entregados, los justos, los santos) han sido despojados de humanidad y eso los ha alejado del camino humano que se relaciona tanto con el mal.
- El tiempo nos da otros ojos: Porque nos vamos cansando, si es que ya no estamos aburridos, de tanta historia de maldad. Historias que se repiten siempre con el mismo esquema. Las tenemos ya vistas, leídas, sabidas. Incluso las hemos banalizado y somos capaces de comer mientras el telediario desgrana su tremendo mal. Ya nos hemos habituado a “las cloacas del alma”.
- ¡El bien, en cambio, qué fascinante!: Aunque no lo publiciten, aunque lo ignoren, aunque los menosprecien. En cuanto asoma la cabeza, sigue tocándonos, sigue llegándonos al fondo del corazón, porque ese fondo es casa para la bondad, “territorios de nosotros mismos”. Por eso, cuando los ojos se deslizan, cansinos, sobre las páginas del periódico, con frecuencia se detienen en temas, en fotos que muestran ese lado bueno de las entrañas humanas que aparece tímidamente pero que tiene una fuerza imparable.
- ¡Qué gran aventura, el bien!: Aventura a la que se le llama a la persona ahora también, quedamente, sin avasallar, pero tenazmente, con la constancia de quien cree que la vida es una aventura para el logro del bien y que cualquier paso que se dé hacia él nos hace más humanos.
2. Ante una fotografía
Posiblemente siga siendo verdad aquello de que una imagen vale más que mil palabras. Quizá contemplando una foto hermosa podamos acercarnos al mensaje que nos queremos dar.
- Un árbol esbelto y pujante en medio de un abismo. El bien, al que les basta una pequeña grieta para vivir. Nadie diría que ahí puede prosperar un árbol tan frondoso. Todos creeríamos que en ese lugar había sitio solo para el derrumbe, la caída, el abismo. Y él brota con fuerza, tomando sus nutrientes, quizá, de la roca oscura y la humedad del mar azul que se adivina en el trasfondo. El bien imparable.
- No importa que esté rodeado de “mal”, de adustas rocas. Él las hace compañeras suyas, y convive con ellas sin renunciar a su hermosura. El bien que no maldice, que no excluye, que no expulsa a nadie sino que es capaz de convivir con todos, aceptándolos como son. Las mismas rocas se beneficiarán algo de su sombra, de la humedad que pueda aportar, de la belleza de la variedad.
- Por eso las rocas lo contemplan, como, a la larga, el mal se pliega al bien y la misma sociedad, tan “malvada” con frecuencia, admira a quien hace el bien, aunque tal vez no lo diga. Pero el bien nos conmueve mucho más que el mal, aunque no meta tanto ruido como este.
- No es solo el árbol una rara excrecencia de la roca: es decirles a las rocas, ásperas y grises, que ellas también están llamadas al bien, que ellas también tienen alma, como decía Benedetti, aunque estén en silencio. A la larga, el bien es el que marca el camino, no el mal, por mucho que nos empe-ñemos en no andar por tales sendas.
- Es también una parábola ecológica: la naturaleza nos enseña de muchas maneras el camino del bien. Basta con mirar y descubrir el lenguaje de las criaturas que, casi siempre, es lenguaje de bondad.
3. Iluminación bíblica: Lc 14,1-6
Un día de precepto fue a comer a casa de uno de los jefes fa-riseos, y ellos lo estaban acechando.
Jesús se encontró delante de un hombre enfermo de hidropesía y, dirigiéndose a los juristas y fariseos, preguntó:
-¿Está o no está permitido curar en día de precepto?
Ellos se quedaron callados. Jesús cogió al enfermo, lo curó y lo despidió. Y a ellos les dijo:
-Si a uno de vosotros se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca enseguida aunque sea día de precepto?
Y se quedaron sin respuesta.
- El texto está inserto en el viaje de Jesús a Jerusalén. Viaje áspero (“frunció el ceño” 9,51) y, por lo mismo, la escena de Lucas es cortante en toda su expresión. Como quien no admitiera preguntas ni discusiones. El carácter fuerte con que Lucas dibuja a Jesús.
- Se plantea un nuevo enfoque del precepto que todos conocemos: la persona por delante. El bien como algo ineludible. Es algo inverosímil para aquella época de increíble presión religiosa. ¿Dónde aprendió la libertad? ¿En las noches de oración? ¿Fue una excepción? ¿No hubo otros anhelantes de libertad en Israel (recordar Judas el Galileo)?
- “Como nosotros en todo, menos en el pecado”, dice Heb 4,15. Pero los evangelios evidencian que pecó en el marco de su moral religiosa, al menos en este tema del sábado (como en el tema de las purificaciones, etc.). Libertad para pecar cuando el bien de la persona está en juego (“De Jesús impactaba su libertad para bendecir y maldecir, acudir a la sinagoga en sábado o violarlo, libertad en definitiva, para que nada fuese obstáculo para hacer el bien”: J. Sobrino). Algo decisivo para los trabajos de la libertad.
- Hay en el Jesús evangélico un cierto afán por meter el dedo en el ojo en esto del sábado, por hacer ver, a contracorrien-te, que la persona está por delante de la norma (Lc 13,14). La “inútil” lucha de Jesús contra el precepto; la siembra de semillas de libertad y de bondad esencial.
- Esto del buey o del asno era algo que tenía entre ceja y ceja (sale dos veces: en Lc 13,15 habla de llevar a abrevar en sábado, con ocasión de la curación de la mujer encorvada). Argumentos ad hominem para aquella época rural: un buey o un asno vale mucho dinero y no todos los tenían. ¿El bien económico ha de ser considerado y el bien de la persona no?
- Los treinta y nueve trabajos prohibidos en sábado (para forzar a la contemplación del sábado) dejaban un resquicio en relación con los enfermos: estaba permitido calentar agua para lavar a un enfermo. Jesús amplía esta permisividad por el valor que otorga a la persona. El bien que se abre paso más allá de cualquier normativa deshumanizada.
- Hay que valorar el sofoco social que una norma religiosa tan fuerte como el sábado ejercía en la sociedad de Jesús (aún hoy día hay vestigios fuertes en Israel) para medir la osada libertad de quien contraviene tal presión en favor de la persona, no porque se esté en contra de la espiritualidad del sábado (Jesús es espiritual). De lo que se está en contra es de la gestión que la religión hace de tal espiritualidad que termina siendo insensible a la necesidad de la persona y bloquea la acción de la bondad.
4. Reflexión
- “Tú eres el bien”: Así se dirigía san Francisco a Dios. Creer y difundir el perfil de un Dios exclusivamente bueno, tapando todos los resquicios dogmáticos que ponen en duda tal certeza (infierno, juicio, temor, etc.). No apearse de ello por mucha que sea la evidente maldad de los humanos. Creer que la bondad y el amor de Dios engloban a la misma justicia. Hablar bien de Dios, pensar bien de él, creer que se relaciona con bondad con nosotros, hablar bien de él antes que definirlo en contornos religiosos que lo aprisionen.
- Alguien bueno: Ese es Jesús en su perfil general de los evangelios. Aunque no le gustaba que le llamaran bueno: “¿Por qué me llamas bueno?” (Mc 10,18). La gente lo veía como bueno: “Enseñas el camino de Dios con verdad” (Lc 20,21). ¿No nos resultaría más beneficioso para la experiencia espiritual subrayar la bondad esencial de Jesús que sus títulos divinos? ¿No llegaríamos a contagiarnos mejor de tal bondad y obraríamos como discípulos que reproducen la sendas del maestro? No cansarse de subrayar, admirar, disfrutar y animarse con la bondad de Jesús. Hacer “compatibles” ciertos textos del Evangelio con tal bondad (por ejemplo las diatribas de Mt 23).
- Santos por bondadosos: No santos por milagros, por elocuencia, por penitencia, por virtudes insólitas. Santos por su mera bondad. Santos religiosos y laicos, creyentes y no tanto. La santidad le viene a la vida humana por la bondad, no por vía de milagros, por mucho que la oficialidad concrete ahí la cosa. Por eso, algunos teólogos hablan de “la santidad de vivir”: “A este anhelo de sobrevivir en medio de grandes sufrimientos, los trabajos para lograrlo con creatividad, resistencia y fortaleza sin límites, desafiando inmensos obstáculos, lo hemos llamado la santidad primordial. Comparada con la oficial, de esa santidad no se dice todavía lo que en ella hay de libertad o necesidad, de virtud u obligación, de gracia o mérito. No tiene por qué ir acompañada de virtudes heroicas, pero expresa una vida toda ella heroica. Esa santidad primordial invita a dar y recibir unos a otros y unos de otros, y al gozo de ser humanos unos con otros” (Jon So-brino).
- Tiempos nuevos: A veces percibimos con mucha agudeza que las cosas están cambiando profundamente, que se abre una nueva etapa en la sociedad y en la Iglesia, que amanecen nuevas espiritualidades. Todo ello constituye una suerte, la de poder vivir en estos tiempos nuevos. Pero sigue en el fondo de todo cambio un denominador común: la bondad siempre estará de actualidad, el bien siempre tendrá una palabra que decir y estará presente en estos tiempos nuevos como la argamasa que une el cimiento de lo humano. De ahí la necesidad y la hermosura de asentar la vida sobre ese cimiento.
5. Derivaciones
- Dejarnos envolver: Dejarse subyugar por la fascinación del bien. Y, en consecuencia, positivizar nuestra vida, alejarnos lo más posible de cualquier negativización de salida. No echar leña el fuego del desaliento, de la crítica negativa. Tratar de curar esas heridas que anidan en el fondo del corazón y que destilan amargura. Vivir en estado de bondad todo lo más posible.
- Bondad cotidiana: Que es lo mismo que decir: situar una actuación bondadosa en los caminos sencillos de cada día, en las cosas de poca relevancia, en las tareas comunes, en la oración diaria compartida con quienes creen. Lo dice E. Sábato: “La vida es siempre novedosa. Por eso, a pesar de las desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para descreer del valor de los gestos cotidianos. Aunque simples y modestos son los que están generando una nueva narración de la historia, abriendo así un nuevo cauce al torrente del bien”. El torrente del bien: dejarse anegar por ese torrente.
- La hermosura de cada día: Tal vez para ilusionarse cada vez más con el bien sea necesario sintonizar cada vez más con la hermosura de cada día, de los valores cotidianos: del don sagrado que es vivir y respirar, del fraterno del propio cuerpo y del cuerpo de los otros, de las obras hechas en común y en conexión con otros para el bien de todos, de la pertenencia cósmica en la casa común, de las huellas nimias de lo divino en las criaturas tan humildes. De nuevo Sábato: “Si nos volvemos incapaces de crear un clima de belleza en el pe-queño mundo a nuestro alrededor y solo atendemos a las razones del trabajo, tantas veces deshumanizado y competitivo, ¿cómo podremos resistir? ¿Cómo podremos ser buenos?”.
- El rostro del bien: la generosidad: Un valor muy apreciado por Jesús con el que ha dibujado el perfil mismo de Dios: “¿Vas a ver tú con malos ojos que yo sea generoso?” (Mt 20,15). Por eso mismo la generosidad es lo que pone rostro a la bondad. Muchos nos preguntamos, a veces, por qué la Iglesia genera rechazo social. Y la primera respuesta es: por su escasa generosidad. Si esta se diera con fuerza, el rechazo sería mucho menor. Pero si se la percibe tacaña, el bien se oscurece y la misión del bien se imposibilita. Lo mismo pasa a nivel de comunidad cristiana cercana: si queremos hacer parte de una sociedad activa y solidaria, la generosidad será imprescindible. Se convierte, como decimos, en rostro y lenguaje del bien.
6. Itinerario cuaresmal
- Semana del 18-24 de febrero: La bondad en las palabras: Tratar de tener buenas palabras, moderar las frases cortan-tes, tratar de ser lo más amable posible. Escribir cada día una palabra buena y ponerla encima de la mesa del cuarto: la palabra buena del día. Que quien quiera ponga en el suelo de la capilla palabras buenas que sean sentidas, verdaderas.
- Semana del 25 de febrero al 3 de marzo: La bondad en los gestos del cuerpo: Intentar ser risueño, no ponerse nervioso porque nos demandan cosas, no perder la calma en las conversaciones. Mirar al propio cuerpo y al de los hermanos con bondad. Poner delante una foto del grupo en el que se vive con alguna frase alusiva (“Nuestros cuerpos celebran tu bondad”, por ejemplo).
- Semana del 4 al 10 de marzo: La bondad en la oración generosa: Ejercer la bondad orando con conciencia junto a las necesidades de quienes más necesitan ser mirados con bondad. Poner nombres a la oración. Mirar con bondad las situaciones por las que se ora.
- Semana del 11 al 17 de marzo: La bondad que se mira en la bondad de Jesús: Regocijarse de la bondad de Jesús; sentirse espoleado por ella. Copiar frases del Evangelio donde se diga que Jesús es bueno o hace el bien. Regalarse tales frases.
- Semana del 18 al 24 de marzo: La bondad de la Pascua que se avecina: Prepararse para la celebración de la Semana Santa y de la Pascua. Desear celebrarla bien, con disfrute, con cuidado, con novedad. Dejar espacio al corazón.
Conclusión
La Cuaresma tiene sentido en la medida en que apunta a la Pascua. Y ésta, de algún modo, es la celebración del Jesús bueno en su honda entrega de bondad. Por eso, si el bien nos fascina cada vez más es posible que la Pascua se nos presente más luminosa, más envolvente. Lo diremos en la primera noche de la Pascua: “¡Qué asombroso beneficio de tu amor con nosotros!”. Eso es la pascua: un beneficio de amor, un hacer bien desde el amor. Esa es la Pascua de Jesús. Ojalá fuera también la nuestra.
Fidel Aizpurúa Donazar
Logroño, febrero 2018