El modelo de vida que nos presenta Jesús en el Evangelio de Marcos (9, 30-37), está en las antípodas de los criterios que imperan en la sociedad. Afirma Jesús: “quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”. Esta frase es importante dentro del mensaje evangélico. Puede decirse que constituye una de las líneas maestras de la predicación del Señor.
Es llamativo cómo el evangelio de san Juan introduce con gran solemnidad el episodio del Lavatorio de los pies en la última cena. Nos quiere decir que ese gesto sencillo de Jesús es como un resumen de su persona y de su doctrina.
Si hay gestos que resumen la vida de ciertos santos: por ejemplo, san Martín de Tours dividiendo su capa con un mendigo para que se abrigara; san Maximiliano Kolbe, el franciscano que entregó su vida en lugar de un padre Judio que iba a ser ejecutado en un campo de concentración nazi... puede decirse que el gesto de Jesús lavando los pies es también un símbolo de aquel Jesús que fue “el hombre para los demás”; el que hizo realidad en su vida lo que Él mismo había predicado.
Nuestra misión es dar
¡Servir a los demás! He aquí algo que nos resulta incómodo, y que sin embargo es fundamental en la vida cristiana. Nuestro destino en la vida es dar; es ofrecer generosamente a los demás todas las posibilidades de bondad que hay en nosotros. Hay que estar dispuestos a luchar.
No podemos cruzarnos de brazos ante tantas injusticias que hay en la vida. Tenemos que actuar. No hacer mal a nadie es bastante; pero hace falta más, mucho más para ser como Dios quiere.
Debemos convencernos que venimos al mundo para algo más que para lamentarnos y decir de los que se mueren de hambre: “pobrecitos, cuánto sufren”, y luego no hacer nada para que desaparezcan esas situaciones vergonzosas... venimos al mundo fundamentalmente para dar bondad, comprensión, amor, trabajo...
Los ejemplos de la madre Teresa de Calcuta y el de Vicente Ferrer en la India; y el de tantos misioneros y misioneras actuales que siguen trabajando silenciosamente a lo largo y ancho de este mundo son bien elocuentes.
Sencillos y servidores
Qué actuales suenan las frases que dice la carta de Santiago (4, 1-3): ¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre vosotros? ¿No es acaso de los deseos de placer que combaten en vuestro cuerpo? ¡Codiciáis lo que no podéis tener y acabáis matando. Ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo; así que lucháis y peleáis!” Nuestra vida cristiana se aleja del evangelio porque queremos ser los primeros y no los últimos; porque buscamos los lugares de prestigio y no los de servicio.
Alguien dijo que “el hombre es un lobo para el hombre”. Jesús afirma lo contrario: “todo hombre es un hermano; todo hombre debe ser un servidor de los demás hombres”. Si a veces nos vence el desánimo es porque olvidamos que en la vida nuestra principal preocupación no debe ser buscar la felicidad propia, ni destacar, ni hacer cosas grandes que llamen la atención; sino sencillamente dar lo poco o mucho que podamos, ser los últimos y los servidores de todos.
Yo creo que lo más trágico que le puede suceder a una persona, es llegar a los últimos momentos de su vida y encontrarse con las manos vacías; sin haber hecho nada positivo en bien de los demás; sin poderse justificar ante Dios de haber amado a alguien de verdad.
No perdamos el tiempo; salgamos de nuestro egoísmo y preocupémonos de nuestros prójimos. Quizá Dios nos ha mimado en todos los sentidos. Correspondamos a este amor proponiendo seriamente hacer algo por los demás, especialmente por los más necesitados.
Domingo Fernández Villa
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