El Canto de la Vida: Fraternidad con toda la creación

Han pasado ocho siglos desde que Francisco de Asís, enfermo y casi ciego, elevó su voz para cantar a Dios en todas las criaturas. El Cántico del Hermano Sol no nació del bienestar ni de la abundancia, sino de la luz interior que brota cuando el alma se reconcilia con el mundo.

El Canto de la Vida: Fraternidad con toda la creación

Desde su pobreza y sufrimiento, Francisco comprendió que la creación no es algo que poseemos, sino un espejo en el que Dios se refleja.

Hoy, su canto resuena con urgencia renovada. La humanidad ha roto en muchos lugares la armonía del jardín que le fue confiado. Donde antes había ríos vivos, ahora corren aguas contaminadas; donde hubo bosques frondosos, crecen desiertos. Sin embargo, el espíritu franciscano nos invita a mirar más allá del daño y descubrir que aún es posible recomponer el tejido de la fraternidad universal.

Francisco no habló de ecología —la palabra no existía—, pero vivió como su mejor profeta. Su relación con las criaturas no era sentimental, sino teológica: veía en cada ser una huella del amor de Dios. De ahí su capacidad de llamar hermano al fuego y hermana al agua, hermano al lobo y hermana a la luna. Esa fraternidad cósmica es la que necesitamos redescubrir en un tiempo que exalta el progreso, pero olvida la humildad.

La ciencia nos ha enseñado a dominar la materia, pero el Evangelio nos enseña a reverenciar la vida. Ambas cosas no son incompatibles, pero requieren equilibrio. 

El teólogo Leonardo Boff escribió: “La Tierra gime, y su gemido es también el gemido del Espíritu que clama en nosotros.” Tal vez por eso, volver al espíritu del Cántico no es nostalgia, sino profecía: es aprender a vivir con menos ruido, más respeto y más gratitud.

Francisco nos enseñó que la contemplación no es evasión, sino compromiso. Quien contempla la belleza, la protege; quien descubre la fragilidad, la cuida; quien se reconoce criatura, deja de comportarse como dueño. Por eso, el cántico franciscano sigue siendo un camino de conversión: nos invita a pasar de la explotación a la comunión, de la indiferencia a la ternura, del cálculo al asombro.

En estos tiempos de crisis ambiental, no basta con cambios técnicos; necesitamos una espiritualidad que regenere el corazón humano. La mirada franciscana hace nacer una ética distinta: más austera, más cercana a la tierra, más agradecida. 

Vivimos en un mundo acelerado, y Francisco nos recuerda que la creación se comprende mejor cuando se la contempla, no cuando se la exprime.

Quizá por eso, cada año, el aniversario del Cántico nos pide volver a lo esencial: escuchar el ritmo de la naturaleza, respetar sus límites y celebrar su belleza. Cuando un amanecer nos sorprende, cuando el viento mueve las hojas, cuando un animal descansa confiado, la criatura se convierte en maestro. Nos enseña que el mundo no nos pertenece; nos ha sido dado para custodiarlo.

Cada criatura, por pequeña que sea, tiene algo que decirnos de Dios. La hormiga que trabaja, el anciano que reza, la madre que amamanta, el árbol que da sombra, todos participan en el mismo coro que Francisco entonó hace ochocientos años. Cuidar la creación, entonces, no es una moda, sino un acto de fe; no una obligación, sino una respuesta de amor.

Ojalá que al recordar este aniversario, nuestra voz se una a la de todas las criaturas para decir, como Francisco:

“Loado seas, mi Señor, por todo lo que has creado;
por quienes perdonan, por quienes sirven,
por quienes viven con alegría sencilla en tu paz.”

Porque mientras quede alguien capaz de alabar, el mundo aún tiene esperanza.

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