San Antonio de Padua
En el mes de junio tiene un protagonismo especial San Antonio de Padua. Celebramos su fiesta el día trece y en muchas de nuestras iglesias parece que termina el curso pastoral con la fiesta de San Antonio
Celebramos novenas o triduos en honor de este santo popular y milagrero, pues así ha pasado a la historia. Pero San Antonio es mucho más que eso. San Antonio siempre tendrá actualidad “porque fue un hombre como nosotros, con pasiones y aficiones, con tendencias y gustos, con capacidad de dolor y de soledad, y, también, y muy grande, de amor y de goce. Y su tiempo no fue ni mejor ni peor que el nuestro”.
Quienes han estudiado su figura nos dicen que fue un hombre que “se nutrió de la Escritura y que vivió para la Iglesia. Nada buscó para él. Todo su afán fue llevar a las almas a Cristo por María, a la que tanto amaba”. Generalmente desconocemos su pensamiento, sus enseñanzas en los Sermones que él escribió, Sermones dominicales y Sermones sobre los santos, destinados a los predicadores y a los profesores de Teología de la Orden Franciscana. En ellos el Santo nos propone un verdadero itinerario de vida cristiana.
Dicen los historiadores que cuando el papa Gregorio IX le escuchó predicar a San Antonio lo definió como “Arca del Testamento”. Este mismo papa lo canonizó apenas un año después de su muerte, en 1232, también por los milagros que realizó. Muchos años después, el papa Pío XII, en 1946 proclamó a San Antonio Doctor de la Iglesia. Le dio el título de “Doctor Evangélico”, porque en sus escritos pone de manifiesto la belleza e importancia del Evangelio.
San Antonio nos lleva a los inicios de la fraternidad y de la espiritualidad franciscana. Como profesor de Teología comenzó en Bolonia con la bendición de san Francisco quien, reconociendo sus virtudes y cualidades, le escribió una pequeña carta en estos términos: “Me agrada que enseñes teología a los frailes”. De esta manera sentó las bases de la teología franciscana cultivada por otros grandes pensadores franciscanos como San Buenaventura y el Beato Duns Scoto. Una de las vidrieras que tenemos en la capilla de la Inmaculada de la iglesia de Jesús de Medinaceli en Madrid así lo refleja.
San Antonio siempre pone a Cristo en el centro de la vida, del pensamiento, de la acción y de la predicación. Escribe: "Cristo, que es tu vida, está colgado delante de ti, para que tú mires en la cruz como en un espejo. Allí podrás conocer cuán mortales fueron tus heridas, que ninguna medicina habría podido curar, a no ser la de la sangre del Hijo de Dios. Si miras bien, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad humana y tu valor... En ningún otro lugar el hombre puede comprender mejor lo que vale que mirándose en el espejo de la cruz" (Sermones Dominicales et Festivi III, pp. 213-214)
Hno. Benjamín Echeverría