La Fiesta de las Fiestas
Con preferencia a las demás solemnidades San Francisco de Asís celebraba con inefable alegría la del nacimiento de Jesús; la llamaba la fiesta de las fiestas. (2Ce 199). Me gusta la percepción y la sensibilidad de Francisco ante esta fiesta siempre especial de la Navidad.
Estos días volvemos a experimentar que el ser humano es festivo. En la nuestra y en todas las culturas celebramos la vida y la muerte, el nacimiento, el amor, los aniversarios y los pasos fundamentales en las etapas de la vida. Y cuando celebramos algo lo hacemos de corazón donde cada pequeño detalle esté lleno de vida y alegría.
En Navidad celebramos que Dios se ha regalado al mundo, que lo más importante de la vida nos ha sido dado gratuitamente. El amor que Dios nos tiene no es algo que se comprar, sino que se recibe gratis. Celebrar esta fiesta, aunque esté envuelta en compras, regalos, comidas, encuentros … nos lleva a recuperar el sentido de lo gratuito, de lo que no es útil, de la importancia de compartir sin calcular, de entregarse sin medida, de alegrarse de verdad, de dentro hacia afuera.
La Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús, que debe ser al mismo tiempo, un renacer en nuestra propia vida, un cambio que evidencie fe y coherencia. “Es de bien nacidos ser agradecidos”. Las personas agradecidas hacen más feliz y más alegre la vida de los demás y la suya propia. Y es que no se puede ser agradecido e infeliz al mismo tiempo. Los corazones agradecidos no pierden el coraje en las circunstancias más difíciles y saben vivir lo que les toca vivir. En cambio, las personas ingratas pueden hacer que la vida se vuelva insufrible para ellos y para los demás. Por eso la Navidad es un momento de reconciliación, de paz interior, de amor.
Decimos también que “la caridad empieza por uno mismo” y algo similar debe suceder con la Navidad. La primera esfera de acción debe ser la familia. En esta época en la que somos llamados a vivir el amor, la paz y la fraternidad, debemos comenzar por donde debe ser, por la familia.
Sabemos muy bien que no existe la familia perfecta. Pero como dice el Papa Francisco, no hay que temerle a la imperfección, a la fragilidad, ni a los conflictos: «Hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón».
Durante este tiempo conviene que estén presentes en medio de nosotros tres palabras importantes que expresan tres actitudes distintas: "permiso", "perdón" y "gracias". A juicio del Papa son "en la vida de la pareja y de la familia", "palabras que abren el camino para vivir bien en la familia, donde el amor recíproco y el respeto son las mejores armas para luchar contra las actitudes que amenazan la relación”.
Benjamín Echeverría