Como sucedió en muchos vicariatos en la Amazonía, el de Aguarico, Ecuador, también fue confiado a una orden religiosa, en este caso los capuchinos, que llegaron en 1953. Esta es una tierra de mártires, pues fue allí que dieron su vida Monseñor Alejandro Labaka, que dedicó su vida a custodiar a los pueblos indígenas, y la hermana Inés Arango. También de misioneros que han dado su vida defendiendo la Amazonía y sus pueblos.
Hoy su obispo es Monseñor Adalberto Jiménez, que precisamente cumple dos años de episcopado el día 6 de octubre, fecha en que se inicia la asamblea sinodal del Sínodo para la Amazonía, un proceso que “nos está haciendo soñar al Vicariato”, reconoce su obispo, pues toca realidades de vida y de muerte, como es el petróleo, minería, madereras, que provocan sufrimiento en los pueblos indígenas, que durante mucho tiempo no existían para el estado ecuatoriano, lo que permitía que fuesen asesinados sin que nadie se importase con eso. Por eso, Monseñor Adalberto quiere llevar a la asamblea sinodal los gritos de la Amazonía, un Sínodo que “nos llena de orgullo porque el Papa Francisco ha colocado la periferia en el centro”, afirma el obispo.
El Sínodo es una cuestión de toda la humanidad, reconoce Monseñor Adalberto, “el Planeta está herido de muerte”, que señala que “el Papa no da puntada sin hilo, lanzó la Laudato Si para luego concretarla”. En una situación de muerte, como se ha visto con los recientes incendios, “queremos apostar por la vida de los más frágiles”, algo que debe estar presente en el postsínodo, que también él considera como la parte más importante del proceso, para que el documento no se quede en la estantería. El obispo del Aguarico destaca del Instrumentum Laboris la idea de crear una comisión episcopal amazónica para tratar temas importantes, como la formación en los seminarios o el cuidado de los pueblos, entre otros.
En la historia de Ecuador la Amazonía siempre ha sido vista como un apéndice, lugar de castigo, algo que dice haber experimentado en su propia familia, de la zona de la costa, que ante su nombramiento episcopal le dijeron que había hecho para ser castigado a ser obispo en la Amazonía. Esta es una región que hay que salvar, pues es atacada por todas las corrientes políticas, sostiene el obispo, desde la derecha, como pasa con Bolsonaro, a la izquierda de Evo Morales. Por eso es urgente actuar, “la vida del Planeta está en juego y mañana ya será tarde”.
Al referirse a las críticas surgidas dentro de la Iglesia en referencia al Sínodo, el obispo afirma que son de gente que no conoce el lugar. Por eso, ve necesario dar un paso de la teoría a la práctica. En el mismo sentido, Jesús García, misionero en Ecuador desde hace 33 años, dice que siempre existe “miedo a lo desconocido”, y desde ahí asevera que “rechazar el Sínodo es rechazar a Jesucristo, el Evangelio, la vida”. Según el capuchino de origen español, “Laudato Si no es sólo un libro, es la plataforma para tomar decisiones globales sobre la casa común a partir de lo local”, a lo que añade que “la Iglesia tiene obligación de seguir a Jesucristo y no a los miedosos”.
La figura de Alejandro Labaka está muy presente en la vida del Vicariato del Aguarico, como figura de todos los misioneros que han entregado su vida. Su nombre permanece en diferentes lugares y en su recuerdo se lleva a cabo una marcha anual desde Quito al Coca, sede del Vicariato, siempre queriendo perpetuar su memoria. Labaka siempre fue al encuentro de los pueblos, fue el primero en contactar con los waorani, en querer descubrir las semillas del Verbo, el valor de las culturas y a Dios en las culturas, que se puede anunciar el Evangelio respetando la integridad de las culturas. En ese sentido, Monseñor Adalberto considera que “el Sínodo es memoria de los misioneros, que son abono de Dios que sustenta la vida de los pueblos”.
El Padre Jesús señala, frente a quienes consideraban a Labaka como cabeza dura, que era alguien que sentía “pasión por la misión”, especialmente en medio de los waorani, entre quienes fue adoptado como hijo por una familia, alguien que valoraba mucho las culturas, que vivía una vida sencilla en medio de la gente y era muy fraterno con sus hermanos de congregación. De hecho, según el capuchino, “Alejandro no murió desnudo, murió vestido como waorani”. Monseñor Adalberto define a Labaka como alguien capaz de dialogar con diferentes actores, ministros, alcaldes, incluso con presidentes de la nación, siempre buscando la unión entre todos.
Al hablar de la misión, Jesús García reconoce que “para ser misionero es más fácil cuanto mayor distancia cultural hay”, siendo necesario “quemar las naves”, soñar con la misión. En ese sentido, el capuchino afirma que “se ha perdido la sensibilidad por la inculturación, por la inserción, por la entrega a los pobres”. Por eso, siguiendo Evangelii Gaudium, es necesario “anunciar con alegría aquello que Dios ha sembrado en nuestros corazones, abrirnos al mundo”, según Monseñor Adalberto. Él insiste en la necesidad de fortalecer el laicado, algo cada vez más presente en el Vicariato y que como obispo quiere impulsar. Por ello, al hablar de los ministerios, ve necesario que sean fruto de un discernimiento y tengan una dimensión comunitaria, evitando clericalizar a los laicos.
Luis Miguel Modino
Religión Digital