La pequeña historia de estos retratos “a lo divino”
En el mes de julio de 2015, dejé enmarcando un retrato de mi padre, obra de Florencio Maíllo, en el taller de José Olarra de Madrid, en la calle Lope de Vega, situado frente al convento de Trinitarias donde está enterrado Miguel de Cervantes. Un día pasó por allí el Padre Benjamín Echeverría, superior en el de Jesús de Medinaceli de Madrid, y se sintió vivamente atraído por la calidad de ese retrato, comentando con el dueño del establecimiento el interés por conocer al pintor y contactar con él. Mi amigo Olarra me llamó para pedirme la dirección del autor y yo, gustosamente, se la di. El Padre Benjamín contactó con Maíllo y le habló de la intención de encargarle, para esa comunidad de Capuchinos, un retrato de Jesús de Medinaceli, eje devocional y religioso de esa famosa y popular basílica madrileña. En la primavera de este año se formalizó el encargo de una pintura del Cristo en el que el comitente daba total libertad al autor, con la salvedad de que “no hubiera sangre”o “mucha sangre”, y que no fuera un bis fotográfico de la imagen titular, cuya iconografía, como Ecce Homo, representa el momento en que Pilatos muestra a la turba a este reo divino con los atributos de rey burlado y, al mismo tiempo, para que el pueblo, al ver a Cristo en ese estado, se apiade y condene a Barrabás, cosa que, como sabemos, no sucedió.
Los resultados que presenta Maíllo
De este encargo a Florencio han salido, finalmente, tres obras que presentamos hoy ante la imagen de Jesús de Medinaceli, todas ellas resaltando como protagonista el rostro de Cristo.
En la primera pintura, Maíllo se ajusta más a lo que conocemos como “verdadero retrato”, en una perspectiva que en arte se denomina “punto de rana”, de manera que quien mira esta obra lo haga como de rodillas. El devoto que ve esta pintura la identifica inmediatamente con la escultura titular, incluso por el color de la túnica con que suele aparecer de contínuo esta imagen sagrada. Obra impactante, certera, novedosa y, al mismo tiempo, eco fiel de “la verdadera”, para que el orante pueda sentirse ante ella como ante una estampa – de suprema calidad- de su Cristo.
La segunda obra, ya de-constructiva, es transubstanciación de la anterior, en la que Maíllo, ya en plena convulsión de catarsis creativa, capta el instante en el que el rostro –tridimensional- de Jesús de Medinaceli está transformándose en Veron ikonon o Vera efigies.
La tercera pintura y principal resultado (en esta envidiable experiencia de Florencio) va formulada y resuelta como un tríptico clásico en toda regla (no en vano vino a coincidir el encargo con la espléndida experiencia “bosquiana” del autor). La parte exterior de las portezuelas - continuación técnica y emocional de la segunda obra-, formula el Rostro divino encarado ante el orante, en un “mira cómo estoy por ti”, estableciéndose una personal y “sacra conversazione” entre el alma y Cristo, a solas, tal y como se cuenta en el romancero tradicional salmantino y al mejor estilo de la “devotio moderna” (piedad individualista, florecida entre los siglos XV y XVI, centrada en la humanidad de Cristo como eje de la vida espiritual, buscando la imitación de sus ejemplos)- De los diálogos entre Cristo y el alma son ejemplo y piezas-testigo los textos de algunos romances conservados, como el de El discípulo amado + Jesucristo sale de ronda, que recogí en San Esteban de la Sierra, en marzo de 1979, al tío Emilio Rosingana, de 100 años de edad, entonces ya ciego, que dice:
Jueves Santo, Jueves Santo,
tres días antes de Pascua,
cuando el Redentor del mundo
a sus discípulos llama:
Llamaba uno por uno,
dos a dos se le juntaban.
Después que los tenía juntos
cena de gloria les daba.
Después que hubieron cenado
estas palabras le hablaba:
-¿Cuál de los míos, vosotros,
moriréis por mí mañana?-
Se miran unos a otros,
ninguno respuesta daba…
Bajando Cristo de ronda,
a las doce de la noche,
vestido de almilla blanca,
paño de mil colores,
llamó a la puerta del alma,
y el alma no le responde:
-¡Respóndeme, alma mía,
regalo de mis pasiones,
que por ti he venido al mundo
y por ti me he hecho hombre,
y por ti se disiparon
las tinieblas de la noche!
Maíllo, sirviéndose de cánones tradicionales como los desarrollados por el Greco o Zurbarán, representa magistralmente el instante prodigioso, camino del Calvario, de la trepidación radioactiva en que la tridimensionalidad de la cara de Dios queda retratada en la toca de Marcela, a la que conocemos, desde entonces como la Verónica. Se convierte así este pasaje apócrifo en objeto devocional público (es la sexta estación del Viacrucis), pieza del ajuar doméstico, venerada en pinturas y grabados y pieza personal como joya-relicario , formando parte también de las Arma Christi y, en hermosísimas variantes del romancero como la que recogimos en la Alberca a Marcelina Hernández Martín en abril de 1986 que dice:
Por la calle la Amargura
la Virgen se paseaba
toda cubierta de luto,
que hasta los pies le llegaba.
Pasó por allí una mujer
que Marcela se llamaba:
Dime la verdad, Marcela,
Dios te salvará tu alma
¿Viste pasar a mi hijo
hijo de las mis entrañas?
Por aquí pasó, señora,
tres horas antes del alba:
Una cruz lleva en sus hombros
de madera muy pesada,
una corona de espinas,
que el “celebro” le traspasa,
una soga lleva al cuello,
lo que más le atormentaba.
Con las señas de la muerte
a mi puerta se arrimaba
pidiendo, por Dios, un paño
para limpiarse la cara.
Tres dobleces tenía el paño,
tres caras dejó pintadas.
Una mandó pa Jaén,
otra pa la Casa Santa,
otra mandó para Roma,
donde el Padre Santo estaba.
Por el lado interior, las portezuelas nos muestran parte de los improperios, enmarcando el impresionante panel central en que Maíllo, inusualmente, presenta el protagonista rostro de Jesús de Medinaceli de perfil y no en posición frontal, pasando ante la mirada del orante en momentos de perdón y gracia, y como cordero místico llevado al matadero; según el romance, dicho y “retorneado” que recogí en Garcibuey a Edita Martín Andrés, de 73 años y Encarnación Andrés de 71, en junio de 1973, que se cantaba la tarde del jueves Santo durante la llamada “Procesión de la carrera” que dice:
En esta mano derecha
traigo una corona hecha,
y en el medio la corona
traigo un pendón colorado,
y en el medio del pendón
tengo un “murumento” armado,
en el medio ´l “murumento”
traigo un cordero allagado,
de los pies a la cabeza
herido y alanceado.
La sangre que se derrama
cae en un cáliz sagrado,
quien de mi sangre bebiera
será bienaventurado,
en la tierra será rey
y en cielo acoronado.
Recordemos la imagen del Cordero místico en el panel central del políptico de Gante, de los hermanos Hubert y Jan van Eyck (1432).
Las Arma Christi.
Son numerosos los elementos, instrumentos o momentos de la Pasión de Cristo que se presentan como poesía muda en imágenes de devoción (Teresa de Ávila habla de una oración a las “Ciento y tantas suertes de la Pasión”); todas ellas pasaron ante la mirada de Jesús en el Huerto de los Olivos en metáfora de Cáliz presentado por un ángel, -“Que pase de mí este cáliz”; terror anticipado que le hizo sudar sangre. Muchos de estos instrumentos son hoy veneradas reliquias, especialmente la cruz.
Las señales de la Pasión que aparecen en esta pintura de Maillo son: los tres clavos; las tenazas de Nicodemo (reliquia que pasaría a dictado tópico, según recoge Correas, en 1627, en su Vocabulario de Refranes; el martillo; las escaleras del descendimiento; la corona de espinas; la columna de los azotes; el gallo de las tres negaciones de San Pedro (guiño de Florencio a la veleta catedralicia salmantina); la lanza que traspasó el costado de Cristo; la bolsa de Judas con las 30 monedas de plata; la esponja con hiel y vinagre que le dieron a beber; los flagelos o azotes; las bofetadas; el lavatorio de Pilatos, y sobre todo, aquí, el Rostro de Cristo, Veron ikonon o Verónica (por la toca de la piadosa Marcela con la que le enjugó el rostro, Vera efigies, Cara de Dios, Rostro Divino. Nombres iconográficos y devocionales, convertidos en pintura, relicarios y otras fórmulas de devoción). Otros muchos Estigmas, Suertes, Vexilla Regis, Arma Christi (panoplia con los títulos de los que presume Cristo); Improperios o Tormentos de la Pasión suelen reflejarse en el conocido tema de la Misa de san Gregorio: el sepulcro; la túnica de Cristo; los dados y el farol de los soldados; la espada de san Pedro con la oreja de Malco; el beso de Judas; las antorchas del prendimiento, la soga de esparto con que le arrastraron, los salivazos que le escupieron, camino del Calvario; el cáliz de la Pasión, etc.
Como novedad iconográfica de nuestro pintor mogarreño, hemos de señalar la disposición de los tormentos de la Pasión, no en estática verticalidad (como amuletos colgando de las paredes de un santuario), sino aventados de la escena en fuga diagonal por un invisible huracán pentecostal; quizá, inconsciente deseo del alma orante.
Como devota y acertada licencia y seña de tradición, deja colarse Florencio, posadas, o correteando entre los estigmas, unas golondrinas y unas lagartijas; personajes (desde lo que voy a contar) respetados e intocables. Es tradición recibida que las golondrinas le quitaron a Cristo las espinas de la corona; tradición que recoge Fra Angélico en su Anunciación del Prado, colocando una golondrina, de cara a María (casi sobre su cabeza), posada en la barra que sostiene la cortina, como anticipo y premonición de la Pasión de Cristo. Así lo recogimos en la Alberca en abril de 1986 a Magdalena Hernández Martín de 78 años: “Las golondrinas, [dice la informante] cuando se murió el Señor, se vistieron de luto y desde entonces están con la capa negra, porque antes la tenían blanca”, y añadió la siguiente letrilla:
“Ya vienen las golondrinas, con el vuelo muy sereno,
a quitarle las espinas a Jesús el Nazareno”.
Igualmente, es piadosa tradición la presencia de lagartijas en el monte Calvario, al pie del Crucificado, bebiendo la sagrada sangre derramada. Sangre de la que también se aprovechó la propia Virgen al pie de la cruz, si nos atenemos a la variante mirandeña del romance que dice:
Por aquel portillo abierto,
que nunca se vio cerrado,
pasó la Virgen María,
con un vestido encarnado.
El vestido que llevaba
nunca se le vió manchado [en evidente alusión a su pureza inmaculada],
se lo manchó Jesucristo con sangre de su costado.
(Lo recitó, en Miranda del Castañar, la tía Adela Novoa, de 79 años, en octubre del 73).
La necesidad de la imagen
Sobre la necesidad de materializar la figura de Cristo a la hora de orar y meditar, dice Teresa de Ávila: “Quisiera yo traer siempre delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera”. La impresión indeleble en el alma de la Imago Christi -la idea del sigillum Dei (la marca de Cristo sobre el alma)- aparece en tres pasajes del Libro de la Vida. Relaciona la Santa de Ávila este proceso con el de las estampas grabadas (ella las coleccionaba). El alma es buen material y estampa de calidad duradera para el certero retrato de Cristo en ella [dice]: “Representándoseme Cristo delante con mucho rigor [con precisión y nitidez] vile con los ojos del alma […] y quedóme tan impreso que á esto más de 26 años y me parece le tengo presente […], que quiere el Señor esté tan esculpido en el entendimiento que no se puede dudar. De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura y la tengo hoy día”. Necesita de la imagen material para encontrarse con la humanidad divina en la oración. Sólo cuando, a través de la purificación, se tiene acceso a las Moradas Séptimas resultan inútiles las imágenes, la música, los sermones, porque ya la “mariposilla” [el alma] se ha abrasado en Dios. En carta al Padre Gracián describe el alma como “cordera sellada” y “ganado de la Virgen” que hay que tener muy ordenado. Parece dibujar la santa con claridad, anticipándose en dos siglos, la iconografía capuchina de la Divina Pastora.
Concluyo aquí. Este tríptico de Florencio Maíllo, que podría estar abierto durante los días devocionales de gran culto, contiene todos los ingredientes para convertirse en una excepcional y admirable pieza devocional.
Felicidades y parabienes al pintor y a la comunidad capuchina.
Antonio Cea Gutiérrez
Miembro Numerario del Centro de Estudios Salmantinos