En el San Antonio de Madrid son 170 alumnos y sólo uno es de origen español.
Sus resultados son superiores a la media gracias a la atención individualizada y a la implicación de los profesores.
Al colegio San Antonio se accede por una puerta medio escondida junto a una iglesia. Hay que subir tres pisos de escaleras minúsculas decoradas con viejos personajes de dibujos animados: el Pato Donald, Bambi y los dálmatas sonríen desde un gotelé que está a punto de cumplir 70 años. Las aulas conservan esos pupitres de formica verde, esa pizarra antigua, esos mapas de Suramérica acartonados y ese cartel que se hizo tan popular hace medio siglo en el que sale Jesucristo peinado como un hippie bajo la frase: «Se busca».
Pocas moderneces hay en este centro concertado de una sola línea de Infantil y Primaria que los religiosos capuchinos abrieron en 1948 en lo que entonces eran los «suburbios» de los alrededores de la glorieta de Cuatro Caminos. Al distrito ahora lo llaman «el Brooklyn madrileño» y lo habita una sabrosa variedad de acentos y culturas.
Los alumnos -de entre tres y 12 años- emulan al barrio: cada uno es distinto. Son 170 niños cuyas familias proceden de 19 nacionalidades diferentes. República Dominicana, Filipinas, Marruecos, China... Sólo uno de todos ellos tiene padres españoles. Y es precisamente la forma de poner en valor la diferencia de cada estudiante lo que ha logrado que el centro haya sido reconocido con premios -el último, el de la Confederación Española de Centros de Enseñanza- y haya obtenido unos resultados notables en las pruebas oficiales de la Comunidad de Madrid. No tienen casi ordenadores, ni conexión ultrarrápida a Internet, ni métodos educativos innovadores, pero sacan notas muy por encima de la media autonómica.
«Aquí funcionan las cosas más caseras, no sobresalimos por impartir grandes métodos pedagógicos, pero tenemos algo muy importante: la atención personalizada a los alumnos», explica el director, Luis Peña.
El truco es una combinación de atención individualizada; implicación de los profesores; ratio de sólo 20 alumnos por clase; refuerzo de las asignaturas instrumentales; estrecha relación con las familias, y estricto control de las tareas y de la asistencia.
1 Dictados y cálculo mental
Los ejercicios de cálculo mental y los dictados tienen mucha presencia en esta escuela. Tienen más horas de Lengua y Matemáticas que en otros colegios. «Aquí vamos al grano: cálculo y resolución de problemas y ortografía y comprensión lectora. Hacemos dictados con frecuencia».
2 Atención individualizada
A las 10.00 horas toca clase de Lengua. Hay dos niños que se van con Flora, la profesora de Pedagogía Terapéutica, para recibir una clase para ellos solos. A uno le cuesta expresarse. El otro llegó al colegio a los ocho años procedente de la República Dominicana sin saber leer ni escribir. Trabajando en grupos reducidos poco a poco se adaptan al ritmo de la clase. Aunque, en realidad, no hay un solo ritmo.
3 Profesores muy motivados
Sostiene el director que buena parte del éxito de su colegio se explica por «la elevada motivación» que tienen sus profesores, que «trabajan con interés, voluntad y entrega absoluta». «Es un centro con corazón, y esto es lo que, al final, produce mejores resultados: formamos en valores».
4 Tolerancia cero al absentismo
Antonio tiene un cuaderno donde va apuntando, hora a hora, si los alumnos han acudido a clase y si han hecho los deberes. Hay un «control estricto» de la asistencia. «Hemos conseguido tener un absentismo cero porque el tutor, trabajador u orientador social están detrás de cada niño. Si falta, llamamos por teléfono a su casa y, si no lo encontramos, avisamos a agentes tutores de la Policía Municipal, que van a su domicilio a buscarlo», explica el director. «No se nos cuela ni uno», recalca con una sonrisa. Reconoce, eso sí, que tienen un problema con los deberes: «Hay un choque cultural». Antonio lo explica: «Las familias les insisten poco.
5 Implicar a las familias
«El profesor conoce a todos y cada uno de los alumnos y a sus familias», dice el director. Como son tan pocos estudiantes, los profesores están «en contacto constante con todos los padres». «Nuestra actitud es implicarlos lo máximo posible en la actividad de sus hijos. Ellos no suelen venir por su propia iniciativa». Por eso hay constantemente celebraciones interculturales, fiestas en las que cada familia lleva un plato típico de su país, actividades en las que se cantan canciones folclóricas.
(Diario El Mundo)