En memoria de Alejandro Labaka e Inés Arango. Testigos de fe hasta el martirio
Un día bajaron ambos en un claro de la selva, donde los indígenas estaban protegidos. Monseñor desciende primero y se despoja de sus ropas. Inés guarda en un bolsillo el paño que cubría su cabeza y se quita los zapatos. El helicóptero se aleja. Al día siguiente, al amanecer, monseñor yace sobre el tronco de un árbol derribado, con ochenta y cuatro lanzas taladrándole el cuerpo... y cerca de otros ochenta orificios en el cuerpo. Ella está sentada en la entrada de la casa de los indios, con veintiuna lanzas en su carne, los hombros desencajados, los ojos en dirección al cadáver del obispo, la boca entreabierta.