Martes 4ª semana Tiempo Ordinario 4ª semana del salterio
Santa Jacinta de Mariscotti, Santa Martina.
Primera lectura: 2 Samuel 18, 9-10. 14b. 24-25a. 30 — 19,3
¡Hijo mío, Absalón! ¡ Quién me diera haber muerto en tu lugar!
Salmo: 85, 1-2. 3-4. 5-6
R/. Atiéndeme, Señor, escúchame.
Evangelio: Marcos 5, 21-43
En aquel tiempo, al regresar Jesús de nuevo en barca a la otra orilla, se reunió en torno a él mucha gente junto al lago. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que, al ver a Jesús, se postró a sus pies, suplicándole insistentemente:
—Mi hija se está muriendo; pero si tú vienes y pones tus manos sobre ella, se salvará y vivirá.
Jesús fue con él. Iba también una gran multitud, que seguía a Jesús y casi lo aplastaba. Entre la gente se encontraba una mujer que desde hacía doce años padecía hemorragias. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos y había gastado en ellos toda su fortuna, sin conseguir nada, sino ir de mal en peor. Aquella mujer había oído hablar de Jesús y, confundiéndose entre la gente, llegó hasta él y por detrás le tocó el manto, diciéndose a sí misma: «Solo con que toque su manto, me curaré». Y, efectivamente, le desapareció de inmediato la causa de sus hemorragias y sintió que había quedado curada de su enfermedad. Jesús se dio cuenta enseguida de que un poder curativo había salido de él; se volvió, pues, hacia la gente y preguntó:
—¿Quién ha tocado mi manto?
Sus discípulos le dijeron:
—Ves que la gente casi te aplasta por todas partes ¿y aún preguntas quién te ha tocado?
Pero él seguía mirando alrededor para descubrir quién lo había hecho. La mujer, entonces, temblando de miedo porque sabía lo que le había pasado, fue a arrodillarse a los pies de Jesús y le contó toda la verdad. Jesús le dijo:
—Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, libre ya de tu enfermedad.
Aún estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle a este:
—Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.
Pero Jesús, sin hacer caso de aquellas palabras, dijo al jefe de la sinagoga:
—No tengas miedo. ¡Solo ten fe!
Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y su hermano Juan, se dirigió a casa del jefe de la sinagoga. Al llegar vio el alboroto y a la gente que lloraba dando muchos alaridos. Entró y les dijo:
—¿A qué vienen este alboroto y estos llantos? La niña no está muerta; está dormida.
Pero se burlaban de él. Jesús echó a todos de allí y, haciéndose acompañar solamente de los padres de la niña y de los que habían ido con él, entró donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo:
—Talitha, qum, que significa: «Muchacha, a ti me dirijo: levántate».
La muchacha, que tenía doce años, se levantó al punto y echó a andar. Y la gente se quedó atónita. Jesús ordenó severamente que no hicieran saber esto a nadie, y mandó dar de comer a la niña.
Reflexión:
Dos milagros que muestran el perfil de Jesús. En ambos se destaca la fe. “Basta que tengas fe”, dice a Jairo; “Tu fe te ha sanado” dice a la mujer enferma. Acompaña a Jairo a su casa, en una expresión de cercanía y amistad. A la mujer no la recrimina, la llama “hija”. “Levántate”, dice a la muchacha; “Vete en paz”, dice a la mujer. Jesús es dador de vida y de paz. La mujer es sanada por su fe; y la hija de Jairo es devuelta a la vida por la fe del padre. ¿De qué fe se trata? Una fe que, despojada de toda autosuficiencia, se confía en el Señor. ¿Cuántas veces nos acercamos así a Jesús? “Basta que tengas fe”… Tener fe o no tener fe en él; confiarle la vida o vivirla al margen de él. Esa es la cuestión.