Miércoles 4ª semana Tiempo Pascual
San Fidel de Sigmaringa.
Primera lectura: Hechos 12, 24—13, 5
Apartadme a Bernabé y a Saulo.
Salmo: 66, 2-3. 5. 6 y 8
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Evangelio: Juan 12, 44-50
En aquel tiempo, dijo Jesús:
—El que cree en mí, no solamente cree en mí, sino también en el que me ha enviado; y al verme a mí, ve también al que me ha enviado. Yo soy luz y he venido al mundo para que todo el que cree en mí no siga en las tinieblas. No seré yo quien condene al que escuche mis palabras y no haga caso de ellas, porque yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. Quien me rechaza y no acepta mis palabras tiene ya quien lo juzgue: mi propio mensaje lo condenará en el último día. Porque yo no hablo por mi cuenta; el Padre, que me ha enviado, es quien me ha ordenado lo que debo decir y enseñar. Yo sé que sus mandamientos contienen vida eterna. Por eso, yo enseño lo que me ha dicho el Padre.
Reflexión:
Padre. Cristo es la luz que nace en el corazón del Padre e ilumina los caminos de la vida. Su misión es iluminar, salvar, no juzgar ni con denar. Ya en el AT Dios es reconocido como “Luz”: “El Señor es mi luz…” (Sal 27,1); “caminemos a la luz del Señor” (Is 2,5). Jesús asume ese símbolo. “Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Y puntualiza “el que obra el mal odia la luz…, pero el que obra la Verdad se acerca a la Luz para que quede de manifiesto que actúa según Dios” (Jn 3,20-21). En el bautismo se nos entregó una luz con la tarea de ser luminosos: “Vosotros sois la luz…; brille vuestra luz” (Mt 5,14.16). ¿Somos luminosos? ¿Caminamos a la luz del Señor?