Sábado Santo, de la Sepultura del Señor, Vigilia Pascual

San Elfego, San León IX

Primera lectura: Gén 1,1-2,2;

Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos in­forme; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: «Que exista la luz.» Y la luz existió. Y vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla; llamó Dios a la luz «Día»; a la tiniebla, «Noche». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero. Y dijo Dios: «Que exista una bóveda entre las aguas, que separe aguas de aguas.» E hizo Dios una bóveda y separó las aguas de debajo de la bóveda de las aguas de encima de la bóveda. Y así fue. Y llamó Dios a la bóveda «Cielo». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo. Y dijo Dios: «Que se junten las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezcan los continentes.» Y así fue. Y llamó Dios a los continentes «Tierra», y a la masa de las aguas la llamó «Mar». Y vio Dios que era bueno. Y dijo Dios: «Verdee la tierra hierba verde que engendre semilla, y árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la tierra.» Y así fue. La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según su espe­cie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero. Y dijo Dios: «Que existan lumbreras en la bóveda del cielo, para separar el día de la noche, para señalar las fiestas, los días y los años; y sirvan de lumbreras en la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra.» Y así fue. E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche, y las estrellas. Y las puso Dios en la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra; para regir el día y la noche, para separar la luz de la tiniebla. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto. Y dijo Dios: «Pululen las aguas un pulular de vivientes, y pájaros vuelen so­bre la tierra frente a la bóveda del cielo.» Y creó Dios los cetáceos y los vivientes que se deslizan y que el agua hizo pulular según sus especies, y las aves aladas según sus especies. Y vio Dios que era bueno. Y Dios los bendijo, diciendo: «Creced, multiplicaos, llenad las aguas del mar; que las aves se multipliquen en la tierra.» Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto. Y dijo Dios: «Produzca la tierra viviente según sus especies: animales domés­ticos, reptiles y fieras según sus especies.» Y así fue. E hizo Dios las fieras según sus especies, los animales domésticos según sus especies y los reptiles según sus especies. Y vio Dios que era bueno. Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domi­ne los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra.» Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hom­bre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: «Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra.» Y dijo Dios: «Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla so­bre la faz de la tierra; y todos los árboles frutales que engendran se­milla os servirán de alimento; y a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, a todo ser que respira, la hierba verde les servirá de alimento.» Y así fue. Y vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto. Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y sus ejércitos. Y concluyó Dios para el día séptimo todo el trabajo que había hecho; y descansó el día séptimo de todo el trabajo que había hecho.


Salmo: Sal 103,1-2a. 5-6. 10.12-14. 24-25c.

R/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor; ¡Dios mío, ¡qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. /R.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos, y no vacilará jamás; la cubriste con el manto del océano, y las aguas se posaron sobre las montañas. /R.

De las manantiales sacas los ríos, para que fluyan entre los montes; junto a ellos habitan las aves del cielo, y entre las frondas se oye su canto. /R.

Desde tu morada riegas los montes, y la tierra se sacia de tu acción fecunda; haces brotar hierba para los ganados, y forraje para los que sirven al hombre. /R.

Cuantas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas. ¡Bendice, alma mía al Señor! /R.


Segunda lectura: Gén 22,1-18;

Después de estos sucesos, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo: «¡Abrahán!». Él respondió: «Aquí estoy». » Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré». Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el holocausto y se encaminó al lugar que le había indicado Dios. Al tercer día levantó Abrahán los ojos y divisó el sitio desde lejos. Abrahán dijo a sus criados: «Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros». Abrahán tomó la leña para el holocausto, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. Isaac dijo a Abrahán, su padre: «Padre». Él respondió: «Aquí estoy, hijo mío». El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?». Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío». Y siguieron caminando juntos. Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!». Él contestó: «Aquí estoy». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo». Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Abrahán llamó aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «En el monte el Señor es visto». El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. 18Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz». 


Salmo: Sal 15,5. 8-11.

R/. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien». El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. /R.

Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. /R.

Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu Presencia, de alegría perpetua a tu derecha. /R.


Segunda lectura: Éx 14,15-15,1a;

Tercera Lectura

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés: «¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los israelitas que se pon­gan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enju­to. Que yo voy a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria a costa del Faraón y de todo su ejér­cito, de sus carros y de los guerreros. Sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del Faraón, de sus carros y de sus guerreros.» Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube de de­lante se desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el cam­pamento de los egipcios y el campamento de los israelitas. La nube era tenebrosa, y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudie­ran trabar contacto. Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Se­ñor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en me­dio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución, entrando tras ellos, en medio del mar, todos los caballos del Faraón y los carros con sus guerreros. Mientras velaban al amanecer, miró el Señor al campamento egip­cio, desde la columna de fuego y nube, y sembró el pánico en el campamento egipcio. Trabó las ruedas de sus carros y las hizo avanzar pesadamente. Y dijo Egipto: «Huyamos de Israel, porque el Señor lucha en su favor contra Egipto.» Dijo el Señor a Moisés: «Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes.» Y extendió Moisés su mano sobre el mar; y al amanecer volvía el mar a su curso de siempre. Los egipcios, huyendo, iban a su encuen­tro, y el Señor derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del Faraón, que lo había seguido por el mar. Ni uno solo se salvó. Pero los hijos de Israel caminaban por lo seco en medio del mar; las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. Aquel día salvó el Señor a Israel de las manos de Egipto. Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Israel vio la mano grande del Señor obrando contra los egipcios, y el pueblo temió al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo. Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron este canto al Señor.


Salmo: Sal Éx 15,1b-6. 17-17.

R/. Cantaré al Señor, sublime es su victoria.

Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Él es mi Dios: yo lo alabaré; el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré. /R.

El Señor es un guerrero, su nombre es «El Señor». Los carros del Faraón los lanzó al mar, ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes. /R.

Las olas los cubrieron, bajaron hasta el fondo como piedras. Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible, tu diestra, Señor, tritura al enemigo. /R.

Los introduces y los plantas en el monte de tu heredad, lugar del que hiciste tu trono, Señor; santuario, Señor, que fundaron tus manos. El Señor reina por siempre jamás. /R.


Segunda lectura: Is 54,1-14;

Cuarta Lectura

El que te hizo te tomará por esposa; su nombre es Señor de los ejércitos. Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra. Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada -dice tu Dios-. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-. Me sucede como en tiempo de Noé: juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra; así juro no airarme contra ti ni amenazarte. Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará   -dice el Señor, que te quiere-. ¡Oh afligida, zarandeada, desconsolada! Mira, yo mismo coloco tus piedras sobre azabaches, tus cimientos sobre zafiros; te pondré almenas de rubí, y puertas de esmeralda, y muralla de piedras preciosas. Tus hijos serán discípulos del Señor, tendrán gran paz tus hijos. Tendrás firme asiento en la justicia. Estarás lejos de la opresión, y no tendrás que temer; y lejos del terror, que no se te acercará. 


Salmo: Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b

R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, y me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. /R.

Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. /R.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. /R.


Segunda lectura: Is 55,1-11;

Quinta Lectura

Oíd, sedientos todos, acudid por agua;

venid, también los que no tenéis dinero:

comprad trigo y comed, venid y comprad,

sin dinero y de balde, vino y leche.

 ¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta

y el salario en lo que no da hartura?

Escuchadme atentos y comeréis bien,

saborearéis platos sustanciosos. 

Inclinad vuestro oído, venid a mí:

escuchadme y viviréis.

Sellaré con vosotros una alianza perpetua,

las misericordias firmes hechas a David: 

lo hice mi testigo para los pueblos,

guía y soberano de naciones. 

Tú llamarás a un pueblo desconocido,

un pueblo que no te conocía correrá hacia ti;

porque el Señor tu Dios,

el Santo de Israel te glorifica. 

Buscad al Señor mientras se deja encontrar,

invocadlo mientras está cerca. 

Que el malvado abandone su camino,

y el malhechor sus planes;

que se convierta al Señor, y él tendrá piedad,

a nuestro Dios, que es rico en perdón. 

Porque mis planes no son vuestros planes,

vuestros caminos no son mis caminos

—oráculo del Señor—. 

Cuanto dista el cielo de la tierra,

así distan mis caminos de los vuestros,

y mis planes de vuestros planes. 

Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,

y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,

de fecundarla y hacerla germinar,

para que dé semilla al sembrador

y pan al que come, 

así será mi palabra que sale de mi boca:

 no volverá a mí vacía,

sino que cumplirá mi deseo

y llevará a cabo mi encargo.


Salmo: Sal Is 12,2-3. 4b-6.

R/. Sacarán aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Él es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, Él fue mi salvación». Y sacarán aguas con gozo de las fuentes de la salvación. R/.

«Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, cuenten a los pueblos sus hazañas, proclamen que su Nombre es excelso». R/.

Tañan para el Señor, que hizo proezas, anúncienlas a toda la tierra; griten jubilosos, habitantes de Sion, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. R/.


Segunda lectura: Bar 3,9-15. 32-4,4;

Sexta Lectura

Escucha, Israel, mandatos de vida;

presta oído y aprende prudencia. 

¿Cuál es la razón, Israel,

de que sigas en país enemigo,

envejeciendo en tierra extranjera; 

de que te crean un ser contaminado,

un muerto habitante del Abismo? 

¡Abandonaste la fuente de la sabiduría! 

Si hubieras seguido el camino de Dios,

habitarías en paz para siempre. 

Aprende dónde está la prudencia,

dónde el valor y la inteligencia,

dónde una larga vida,

la luz de los ojos y la paz. 

¿Quién encontró su lugar

o tuvo acceso a sus tesoros?

El que todo lo sabe la conoce,

la ha examinado y la penetra;

el que creó la tierra para siempre

y la llenó de animales cuadrúpedos; 

el que envía la luz y le obedece,

la llama y acude temblorosa; 

a los astros que velan gozosos

arriba en sus puestos de guardia, 

la llama, y responden: «Presentes»,

y brillan gozosos para su Creador. 

Este es nuestro Dios,

y no hay quien se le pueda comparar; 

rastreó el camino de la inteligencia

y se lo enseñó a su hijo, Jacob,

se lo mostró a su amado, Israel.

Después apareció en el mundo

y vivió en medio de los hombres.

Es el libro de los mandatos de Dios,

 la ley de validez eterna:

los que la guarden vivirán;

 los que la abandonen morirán.

Vuélvete, Jacob, a recibirla,

camina al resplandor de su luz; 

no entregues a otros tu gloria,

 ni tu dignidad a un pueblo extranjero. 

¡Dichosos nosotros, Israel,

 que conocemos lo que agrada al Señor!


Salmo:

La ley del Señor es perfecta

y es descanso del alma;

el precepto del Señor es fiel

e instruye a los ignorantes. 

Los mandatos del Señor son rectos

y alegran el corazón;

la norma del Señor es límpida

y da luz a los ojos. 

El temor del Señor es puro

y eternamente estable;

los mandamientos del Señor son verdaderos

y enteramente justos. 

Más preciosos que el oro,

más que el oro fino;

más dulces que la miel

de un panal que destila.


Segunda lectura: Ez 36,16-17a. 18-28;

 

Séptima Lectura

Me vino esta palabra del Señor: «Hijo de hombre, la casa de Israel profanó con su conducta y sus acciones la tierra en que habitaba. 

Me enfurecí contra ellos, por la sangre que habían derramado en el país, y por haberlo profanado con sus ídolos. Los dispersé por las naciones, y anduvieron dispersos por diversos países. Los he juzgado según su conducta y sus acciones. Al llegar a las diversas naciones, profanaron mi santo nombre, ya que de ellos se decía: “Estos son el pueblo del Señor y han debido abandonar su tierra”. Así que tuve que defender mi santo nombre, profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde había ido. Por eso, di a la casa de Israel: “Esto dice el Señor Dios: No hago esto por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones a las que fuisteis. Manifestaré la santidad de mi gran nombre, profanado entre los gentiles, porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos. Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—, cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad. 24Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios. 


Salmo: Sal 41,3. 5cdef; 42,3-4.

R/. Mi alma tiene sed de Ti, Dios vivo.

Como busca la cierva corriente de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el Rostro de Dios? R/.

Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. R/.

Me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría, y te daré gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío. R/.


Segunda lectura: Rom 6,3-11;

Octava Lectura

Hermanos: Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya. Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores, y no­sotros libres de la esclavitud al pecado; porque el que muere ha que­dado absuelto del pecado. Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también vivi­remos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.


Salmo: Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23.

R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. /R.

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. /R.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. /R.


Evangelio: Lc 24,1-12.

El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo y ellos les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar». Y recordaron sus palabras. Habiendo vuelto del sepulcro, anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás. Eran María la Magdalena, Juana y María, la de Santiago. También las demás, que estaban con ellas, contaban esto mismo a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, ve solo los lienzos. Y se volvió a su casa, admirándose de lo sucedido.


Reflexión:

Dos noches celebramos los cristianos de manera particularmente intensa: la del nacimiento del Señor -la Nochebuena- y la del renacimiento - la resurrección del Señor-. En cada una de ellas se celebra un acontecimiento trascendental de nuestra salvación: en la Navidad, Dios asume lo humano con todas sus limitaciones, excepto el pecado; en la Pascua, Dios libera, mediante la resurrección, el último reducto del pecado: la muerte, restituyendo la esperanza a la condición humana. Las lecturas bíblicas iluminan esa historia. ¡Cristo ha resucitado! Es el clamor que hoy inunda de fiesta a la comunidad cristiana. Celebramos su triunfo sobre la muerte, la mentira, la violencia, el egoísmo. Celebramos el triunfo de la VIDA, la VERDAD, la PAZ, el AMOR, que eso es Cristo. Felicitémonos por la Resurrección de Cristo y vivámosla dándola cabida en nosotros.


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