11º Domingo Ordinario 3ª de salterio
Santa Justina, San Juan Francisco de Regis.
Primera lectura: Ezequiel 17, 22-24
Lectura de la profecía de Ezequiel
Así dice el Señor:
«Arrancaré un pimpollo del cedro,
cortaré su tallo más alto.
Yo mismo pienso plantarlo
en un monte alto y encumbrado:
en la excelsa montaña de Israel.
Producirá ramas y frutos,
se hará un cedro portentoso.
En él anidarán los pájaros,
las aves de toda especie;
habitarán a la sombra de sus ramas.
Y tendrán que reconocer
los árboles del campo
que yo soy el Señor,
que humillo al árbol elevado
y exalto al árbol pequeño,
que seco el árbol V
y hago reVcer el árbol seco.
Yo, el Señor, lo digo y lo hago.»
Salmo: 91, 2-3. 13-14. 15-16
R/. Es bueno darte gracias, Señor.
Es bueno alabar al Señor,
elogiar, oh Altísimo, tu nombre,
pregonar tu amor durante el día,
tu fidelidad durante la noche. R/.
El justo florecerá cual palmera,
crecerá como un cedro del Líbano;
plantado en la casa del Señor,
brotará en los atrios de nuestro Dios. R/.
Aún en la vejez darán su fruto,
se mantendrán fecundos y frondosos,
para anunciar la rectitud del Señor,
mi refugio, en quien no hay maldad. R/.
Segunda lectura: 2 Corintios 5, 6-10
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios
Hermanos:
En todo momento estamos llenos de confianza, aunque sabemos que, mientras el cuerpo sea nuestra morada, nos hallamos lejos del Señor y caminamos guiados por la fe y no por lo que vemos. Rebosamos confianza, a pesar de todo, y preferiríamos abandonar el cuerpo para ir a vivir junto al Señor.
Por eso, tanto si vivimos en este cuerpo como si lo abandonamos, lo que deseamos es agradar al Señor.
Porque todos nosotros tenemos que presentarnos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba el premio o el castigo que le corresponda por lo que hizo durante su vida mortal.
Evangelio: Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
—Con el reino de Dios sucede lo mismo que con la semilla que un hombre siembra en la tierra: tanto si duerme como si está despierto, así de noche como de día, la semilla germina y crece, aunque él no sepa cómo. La tierra, por sí misma, la lleva a dar fruto: primero brota la hierba, luego se forma la espiga y, por último, el grano que llena la espiga. Y cuando el grano ya está en sazón, enseguida se mete la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.
También dijo:
—¿A qué compararemos el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo representaremos? Es como el grano de mostaza, que, cuando se siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra; pero una vez sembrado, crece más que todas las otras plantas y echa ramas tan grandes que a su sombra anidan los pájaros.
Con estas y otras muchas parábolas les anunciaba Jesús el mensaje, en la medida en que podían comprenderlo. Y sin parábolas no les decía nada. Luego, a solas, se lo explicaba todo a sus discípulos.
Reflexión:
El texto tiene un doble perfil: doctrinal (explicación del misterio del Reino de Dios) y biográfico (aporta informaciones sobre la praxis pastoral/catequética de Jesús). Comenzando por este último perfil: Jesús era un maestro popular, acomodándose a las capacidades de comprensión de sus oyentes; es un maestro que visualiza el mensaje a través de ejemplos (parábolas); les habla de su mundo (agrícola, ganadero, doméstico…). Es interesante el matiz de que a sus discípulos les reservaba una ulterior explicación (porque serán ellos los encargados de ultimar y anunciar su mensaje).
Respecto del perfil doctrinal, Jesús propone con dos imágenes, la de la semilla y la del grano de mostaza, que la iniciativa siempre es de Dios -el Sembrador-, y que su estrategia es deslumbrante por su originalidad: escoge lo menor para instaurar su Reino. Y ese Reino deberá pasar por la crisis del enterramiento germinal, del crecimiento lento en medio de dificultades, pero dará fruto a su tiempo; un tiempo que lo marca el dinamismo de la semilla y la providencia de Dios. Jesús pretende con estas parábolas activar la esperanza verdadera, no favorecer la pereza irresponsable. Con la de la mostaza, además, subraya la universalidad del Reino. La semejanza con la imagen de Ezequiel es patente: Dios es quien dirige la historia, pero no al margen de la historia. Es un agricultor
activo y paciente.