Miércoles Santo, Feria 4ª de Salterio

San Benito de Labre, Santa Engracia

Primera lectura: Is 50,49a;

 El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Miren, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?  


Salmo: Sal 68,8-10. 21-22. 31 y 33-34;

R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.

Por Ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro. Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre. Porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. R/.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco. Espero compasión, y no la hay; consoladores, y no los encuentro. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre. R/.

Alabaré el Nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias. Mírenlo, los humildes, y alégrense; busquen al Señor, y revivirá su corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos. R/.


Evangelio: Mt 26,14-25.

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué están dispuestos a darme si se lo entrego a ustedes?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». Él contestó: «Vayan a la ciudad, a casa de quien ustedes saben, y díganle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «En verdad les digo que uno de ustedes me va a entregar». Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?». Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de Él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». El respondió: «Tú lo has dicho».


Reflexión:

La figura de Judas no es irrelevante en la historia de Jesús; era un discípulo. El seguimiento de Jesús por parte de Judas transcurrió entre el entusiasmo y la decepción; y esta se impuso. ¿Por qué? ¿Resultado de una ilusión frustrada, o el último intento de empujar a Jesús a salir de su “ambigüedad” mesiánica? ¿Amaba Judas a Jesús? Sabemos que Jesús amaba a Judas y se fiaba de él; por eso lo eligió (Mc 3, 13ss), y le confió la administración de los bienes del grupo (Jn 12, 6). La traición no era solo el fracaso de Judas, también para Jesús lo fue. Hasta el último momento  intentó recuperarlo. Por eso lavó sus pies, y en Getsemaní no le retiró la amistad, se la reiteró: “Amigo”. Jesús va a ser entregado, traicionado por un discípulo. Y esto no debe ser irrelevante para nosotros.


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