Domingo Ordinario 32ª Semana de Fiesta.
Basílica de Letrán, Virgen de la Almudena.
Primera lectura: Ez 40,1b. 3a; 47, 1-2. 8-9. 12;
Ese mismo día, se posó sobre mí la mano del Señor, y me llevó. Me llevó allí, y vi junto a la puerta un hombre que parecía de bronce.
El hombre me hizo volver a la entrada del templo. De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar. Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.
Me dijo: «Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente.
En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».
Salmo: Sal 45,2-3. 5-6. 8-9;
R/. El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos, aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el mar. R/.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora. R/.
El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Vengan a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra: pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe. R/.
Segunda lectura: 1 Cor 3,9c-11. 16-17;
Hermanos: Sois edificio de Dios. Conforme a la gracia que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, puse el cimiento, mientras que otro levanta el edificio. Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros.
Evangelio: Jn 2,13-22.
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora». 18Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Reflexión:
La escena evangélica muestra la no indiferencia de Jesús ante la tergiversación de los espacios y signos religiosos. Vino a renovar el culto y su espacio, uniendo todo en su persona: él es la alternativa: el nuevo templo y la nueva ofrenda. El edificio-templo no puede ser un recinto mágico, sino un espacio para abrirnos a Dios y a los hermanos. Interesante es la reflexión de san Pablo: “Vosotros sois edificio de Dios” (1 Cor 3,9), edificados sobre la piedra angular que es Cristo (2 Cor 6,16). Por eso “Como piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo” (1 Pe 2,5-9). Tarea de gran responsabilidad: “¡Cada cual mire cómo construye!” (1ª Cor 3,10). Porque si la Iglesia es obra de Dios, también es obra nuestra.