Jueves 5ª semana Tiempo Ordinario 1ª semana de salterio
Santa Josefina Bakhita, San Jerónimo Emiliani.
Primera lectura: 1 Reyes 11, 4-13
Por no guardar la alianza, voy a arrancar el reino de tus manos; pero daré a tu hijo una tribu, en atención a David.
Salmo: 105, 3-4. 35-36. 37 y 40
R/. Señor, acuérdate de mí por amor a tu pueblo.
Evangelio: Marcos 7, 24-30
En aquel tiempo, Jesús se fue de aquel lugar y se trasladó a la regiónde Tiro.
Entró en una casa, y quería pasar inadvertido, pero no pudo ocultarse. Una mujer, cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, supo muy pronto que Jesús estaba allí y vino a arrodillarse a sus pies.
La mujer era griega, de origen sirofenicio, y rogaba a Jesús que expulsara al demonio que atormentaba a su hija.
Jesús le contestó:
—Deja primero que los hijos se sacien, pues no está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perros.
Ella le respondió:
—Es cierto, Señor; pero también es cierto que los cachorrillos que están debajo de la mesa comen las migajas que se les caen a los hijos.
Jesús, entonces, le dijo:
—Por eso que has dicho puedes irte, pues el demonio ya ha salido de tu hija.
La mujer regresó a su casa y encontró a su hija acostada en la cama y libre del demonio.
Reflexión:
Jesús busca una cierta privacidad, pero no lo consigue. Aquella mujer pertenecía al grupo de “los de fuera”. Pero Jesús llegó también a esas “periferias”. Y ahí encontró también fe, y la fe abrió la puerta del corazón de Jesús introduciendo a aquella mujer en la familia de “los hijos”. Los espacios y las denominaciones se redimensionan desde Jesús. ¡Qué hermoso lo de las migajas! ¡Qué grande es lo pequeño! Son las dimensiones con que Dios trabaja y hace maravillas. Nosotros buscamos “panes” enteros. Aprendamos a alimentarnos también de las migajas que caen de la mesa del Padre. A la mujer le bastaron para saciar su hambre. Pero hay que tener hambre y confianza en Jesús y ser vulnerable al amor y al dolor humano. La mujer acepta su “diversidad” cultural y hasta religiosa, pero eso no le impide confiar en el Señor, pues: “En Cristo no hay distinción entre judío y griego…” (Gál 3,28).