Lunes Ordinario 18ª Semana 4ª de Salterio

San Juan María Vianney.

Primera lectura: Núm 11,4b-15;

En aquellos días, los israelitas dijeron: «¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná». El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y, encima de él, el maná. Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor: «¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: “¿Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres”? ¿De dónde sacaré pan para repartirlo a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: “Danos de comer carne”. Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas».


Salmo: Sal 80,12-13. 14-15. 16-17;

R/. Aclamen a Dios, nuestra fuerza.

Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduvieran según sus antojos. /R.

¡Ojalá me escuchara mi pueblo y caminara Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios. /R.

Los que aborrecen al Señor te adularían, y su suerte quedaría fijada; te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre. /R.


Evangelio: Mt 14,13-21.

En aquel tiempo, al enterarse Jesús se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados. Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


Reflexión:

Las gentes, siguiendo a Jesús, se habían alejado de los centros de población. El día declinaba. “Despídelos para que vayan a las aldeas del entorno... (Mc 6,36). Pero mandarlos así, al anochecer y desnutridos, era una desconsideración (Mc 8,3). ¡Dadles vosotros de comer! (Mc 6,37). Dos actitudes opuestas. Jesús, el Maestro, quiere responsabilizarles, porque los problemas no se solucionan dándoles la espalda. Y entonces, aflora en los discípulos la conciencia de su pobreza: ¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto? (Mc 8,4). ¿Cuántos panes tenéis?.. Le dicen: cinco y dos peces (Mc 6,38). Creían que era poco, ¡y era lo necesario! Jesús asumió esa profesión de pobreza, y con su bendición las reducidas provisiones sirvieron para satisfacer sobradamente a la necesidad del momento. ¡Aprendamos a compartir, en vez de a lamentar!


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