Viernes Fiesta 4ª semana Tiempo Ordinario 4ª semana del salterio

Presentación del Señor.

Primera lectura: Malaquías 3, 1-4

Llegará a su santuario el Señor a quién vosotros andáis buscando.
 


Salmo: 23, 7. 8. 9. 10

R/. ¿Quién es el rey de la gloria? Es el Señor.
 


Evangelio: Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor, cumpliendo así lo que dispone la ley del Señor: Todo primogénito varón ha de ser consagrado al Señor, y para ofrecer al mismo tiempo el sacrificio prescrito por la ley del Señor: una pareja de tórtolas o dos pichones.
Por aquel entonces vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso que esperaba la liberación de Israel. El Espíritu Santo estaba con Simeón y le había hecho saber que no moriría antes de haber visto al Mesías enviado por el Señor. Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al Templo cuando los padres del niño Jesús llevaban a su hijo para hacer con él lo que ordenaba la ley. Y tomando al niño en brazos, alabó a Dios diciendo:
Ahora, Señor, ya puedo morir en paz, porque has cumplido tu promesa. Con mis propios ojos he visto la salvación que nos envías y que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que se manifiesta a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel.
Los padres de Jesús estaban asombrados de lo que Simeón decía acerca del niño. Simeón los bendijo y anunció a María, la madre del niño:

—Mira, este niño va a ser causa en Israel de que muchos caigan y otros muchos se levanten. Será también signo de contradicción puesto para descubrir los pensamientos más íntimos de mucha gente. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón.
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana que en su juventud había estado casada siete años, y permaneció luego viuda hasta los ochenta y cuatro años de edad. Ahora no se apartaba del Templo, sirviendo al Señor día y noche con ayunos y oraciones. Se presentó, pues, Ana en aquel mismo momento alabando a Dios y hablando del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.
Después de haber cumplido todos los preceptos de la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su pueblo, Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose; estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios.

 


Reflexión:

La presentación en el Templo inaugura oficialmente la vida de Jesús. El Hijo de Dios entra en la casa de Dios de incógnito, presentado y rescatado con la ofrenda de los pobres. María va a ofrecer y a rescatar a su Hijo primogénito que es, a su vez, el Hijo Unigénito de Dios.
La fiesta de la Presentación del Señor es una revelación del misterio de Cristo, mostrado en la Carta a los Hebreos como el sacerdote y hermano misericordioso. Pero es también una llamada a realizar nuestra presentación al Señor, como “
ofrendas vivas” (Rom 12,1), y a presentarlo a los hombres, como Simeón y Ana. El pueblo cristiano destaca también el aspecto mariano -la purificación ritual de María-, que también hizo de su vida una ofrenda. Jesús es presentado como signo de contradicción ante el que tendrán que descubrirse los pensamientos de los hombres, también los nuestros: “¿Quién decís que soy yo?”.
 


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