Los bestiarios fueron muy populares en la Edad Media. Eran colecciones de ilustraciones acompañadas de pequeñas descripciones sobre todo tipo de animales, ya fueran reales o imaginarios. Incluían una explicación moralizadora y reflejaban la creencia de que el mundo era, literalmente, la creación de Dios.
Antonio Oteiza, fraile capuchino, ha dibujado tres: Bestiario de Francisco de Asís, Bestiario del Evangelio y Mi Bestiario. Si Francisco de Asís lo hizo poesía en el Cántico de las criaturas, Antonio lo canta en dibujo, pintura. Probablemente unas palabras de Christian Bobin pueden acercarnos al pálpito del pintor al acercarse al tema. Te amaba. Te amo. Te amaré. No es suficiente una carne para nacer. Hace falta también esta palabra. Viene de lejos. Viene del azul lejano de los cielos, se hunde en lo viviente, empapa lo viviente como un agua subterránea de amor puro. No es necesario conocer la Biblia para oírla. No es necesario creer en Dios para ser vivificado por su aliento. Esta palabra impregna cada página de la Biblia, pero impregna también las hojas de los árboles, el pelaje de los animales y cada grano de polvo que vuela en el aire. El fondo delicado de la materia, su núcleo íntimo, su fin, no es la materia sino esta palabra. Te amo. Te amo con un amor eterno, eternamente vuelto hacia ti –polvo, bestia, hombre.
De ese latido común con la naturaleza, de ese júbilo plástico, hemos elegido para esta exposición la mayoría de sus dibujos pertenecientes a sus años de viajero por sendas de América latina. Dice el autor: Cuando me venían a preguntar por el motivo de esos viajes, mi respuesta se hacía difícil, había que justificar, razonarlo de alguna forma. Pero yo no tenía ninguna razón. Quería que no fuera razonable para los que me lo preguntaban, que les fuera convincente.
Lo mío era una apetencia por lo desconocido, afectuosidad o cercanía por la naturaleza, por la vida que podría descubrir por allá, y nada de eso suponía que les fuera razonable, más bien pertenecía al sentimiento.
Y así, andando por esos caminos de tierra y agua, me fui encontrando con algunos animales, que Francisco los llamaría “hermanos”, y los fui anotando en el cuadernillo, que luego me serviría para un ejercicio de escritura. Que siempre está bien, por parte del hombre, un mayor acercamiento a la naturaleza, a la hermana naturaleza.
A través de sus dibujos, Antonio parece muy cercano a ese lúcido autor que ya citamos arriba: Christian Bobin. Las palabras de éste pueden servirnos para ver mejor los dibujos de aquél:
A veces, escucho las voces sin dejarme distraer por las palabras que transportan. Entonces, escucho las almas. Cada una tiene su propia vibración.
Mi alma es como un perro parado y atento ante un arbusto, al acecho de un jabalí que está cerca y no se ve. Está claro que yo no atrapo nunca nada, ninguna presa. Únicamente, y ya es bastante, la certeza deslumbrante de haber entrevisto algo más grande que mi vida y que, a pesar de ello, se le ha concedido a esa misma vida, una luz que de tan pura es casi cruel.
Cuando miramos apresuradamente algo bello –y todas las cosas vivas son bellas porque llevan en sí el secreto de su próxima desaparición–, nos entran ganas de apropiárnoslo. Cuando contemplamos eso mismo con la lentitud que merece, que pide y que lo protege un instante de su fin, entonces se ilumina, y dejamos de tener ganas de poseerlo; la gratitud es el único sentimiento que da respuesta a esa claridad que entra en nosotros.
Siempre habrá, para salvar el mundo, algunas almas enamoradas de lo que ellas han visto o creído oír.
Sin pensar en nada me he encontrado en el paraíso. He debido empujar una puerta sin verla.