Nací en Pamplona. Mis primeros estudios fueron con monjas, luego la preparatoria al bachillerato de mi época en los jesuitas hasta que a los once años ingresé en el Seminario Menor de los Religiosos Capuchinos en Alsasua. Tuve excelentes profesores en todas las etapas. Con los capuchinos me aficioné a escribir, a reflexionar y pensar. El padre Tarsicio de Azcona nos hizo acabar con la feroz manera católica de enjuiciar el protestantismo y al pobre Lutero que, al fin y al cabo, no fue más que un fraile agustino, muy parecido a los capuchinos que nosotros queríamos ser. Yo recibí una formación muy superior en muchos aspectos a la que recibieron tantos y tantos españoles en la vida civil de la época franquista.
Ramón, háblanos sobre tu proximidad con la Orden Capuchina.
Pues ahí está mi proximidad con los capuchinos: en que hice la carrera eclesiástica completa con ellos para luego ser fraile antes que hombre civil o laico. Me secularicé en 1974. Me casé en 1976. Tuve una hija en un primer matrimonio y dos hijos de mi esposa actual. Por desgracia, la vinculación entre los sacerdotes secularizados y la institución religiosa se quebró por completo pero tampoco entre los secularizados hubo una relación continuada, cada uno tomó su camino. Ocurrió que el revolcón del Concilio marcó un antes y un después en la Iglesia de tal forma que unos consideraron aquel momento como una llamada a una renovación inaplazable mientras que otros lo vieron como el foco y la causa de todos los males. Creo que todo se produjo de forma excesivamente traumática y no produjo consecuencias positivas, precisamente. En todo caso, yo fui fraile con ilusión hasta que la perdí, pero en modo alguno me arrepiento de haber recibido la formación que recibí.
Desde hace muchos años colaboras con la revista El Mensajero de san Antonio. Cuéntanos el por qué de escribir en esta revista.
A partir de los 30 años en que empieza mi vida civil, estudié periodismo y dediqué toda mi vida a esta profesión y a la colateral actividad de escritor en siete libros, cinco como autor exclusivo y dos más en colaboración con otros autores. Durante muchos años apenas mantuve relación alguna ni con la Orden Capuchina ni con antiguos compañeros de estudios, salvo con uno con quien he mantenido una gran amistad hasta el presente. Hace cinco años, un condiscípulo de Alsasua, Zaragoza, Sangüesa y Pamplona tuvo la idea de reunirnos a varios antiguos compañeros en Hondarribia (Guipúzcoa). El anfitrión murió al año siguiente y parece que antes de morir quiso reencontrarse con olvidados amigos y compañeros.
Fue un reencuentro inolvidable entre personas que no se veían hacía más de 60 años. De forma paralela, algunos amigos de mi promoción hemos ido varios años el 15 de enero a celebrar la onomástica del superior que los frailes llaman guardián del convento de San Antonio en Torrero de Zaragoza, que era y es un compañero nuestro: el padre José Luis Iso. De modo, que la ruptura fue grande pero ha tenido algunos momentos de oasis y felices reencuentros entre frailes y ex frailes. En uno de estos reencuentros zaragozanos, Luis Longás, director de ‘El Mensajero’, me propuso escribir en su revista. Tengo que confesar que no me resultó atractiva la idea, en un primer momento. Luego me sedujo escribir cada mes sobre cuestiones aragonesas, especialmente, que encajaran en la revista puesto que esta había sido fundada en 1930 por los capuchinos como medio difusor de su actividad religiosa y pastoral en Aragón. Así comencé gracias al interés del llorado padre Luis Longás, que también era muy aragonés, circunstancia que le hizo dirigir ‘El Mensajero’ durante más de 18 años. Yo, aunque navarro de nacimiento, soy hijo de aragoneses y, en la segunda mitad de mi vida, he reabierto vínculos con esta tierra donde ahora resido.
Sobre la devoción a san Antonio… ¿qué tiene san Antonio que tanto atrae?
Yo no me considero apto para hablar de devoción alguna. Pero creo que la devoción antoniana, tan propagada por los capuchinos de distintas maneras a lo largo de la historia, tiene un incuestionable sello popular. San Antonio es el del pan de los pobres, el de los milagros y el de sus martes a lo largo del año así como el de las largas colas para pasar por el camarín el 13 de junio. ‘El Mensajero’ y el calendario se extendieron por Zaragoza, hace 70 años, en las alforjas del limosnero Fray Estanislao de Burlada. Y esa propaganda de la revista puerta a puerta, hizo que ‘El Mensajero’ siga presente en las cocinas de tantas familias zaragozanas. La devoción a san Antonio es de las más populares que existen, lo digo desde mi escasa o nula experiencia devocional.
En breve abrimos una fórmula de suscripción digital, tenemos un facebook … ¿Cómo ves el mundo de la tecnología para fomentar la devoción antoniana?
Pues lo veo como algo imparable. En las llamadas redes sociales tiene que estar todo, incluso el fomento de la devoción a san Antonio. Eso sí, que no sea de manera anónima. Porque el anonimato se asienta siempre sobre la cobardía o el afán injustificado de ocultar algo. Y por las redes de internet hay muchos anónimos que lanzan la piedra y esconden la mano. Es una vergüenza. San Antonio nos libre de los cobardes anónimos.
En tiempo de pandemia, ¿qué papel ha jugado poder enviar las revistas a los suscriptores?
Pues supongo que ha jugado un papel decisivo y transcendental como ocurre siempre que te encierran o aíslan por obligación. Nadie aprecia más una carta que un preso en la cárcel. Por otra parte, hay que decir que ahora que parece que el papel está en declive y que todo lo vamos a leer por internet, hay una soledad íntima que no se combate a través de la red y puede ser que seguir siendo suscriptor o suscriptora de ‘El Mensajero’ a más de uno le pueda acompañar en sus soledad personal y espiritual. Por otra parte, los 14 € al año que vale la suscripción es una cantidad poco más que simbólica pero que sumada a otras aportaciones iguales puede servir de colaboración en las actividades sociales de los capuchinos.
¿Cómo ves la religiosidad en la sociedad actual?
La religiosidad hoy es más viva que nunca, como mera continuidad de las tradiciones populares de nuestros antepasados. Los cofrades de Semana Santa se multiplican cada año entre los zaragozanos más jóvenes y salir a tocar el tambor es un acto de indiscutible religiosidad. Otra cosa es el hecho religioso del que hablaba Unamuno y que todo ser humano tiene que plantearse en esta vida para aceptarlo o rechazarlo. Hoy vivimos tiempos de increencia. Tan difícil es creer como no creer y, a través de la más absoluta indiferencia, muchas personas han llegado a la conclusión de que igual de feliz puede ser un creyente en Dios que quien no cree en nada sobrenatural. Y el creyente debe respetar al increyente, igual que éste a aquel. Respeto cada vez más a quien quiere creer, como opción libre y personal, pero respeto menos a quien, por ejemplo, bautiza a sus hijos bebés, cuando hace cinco siglos que Miguel Servet proclamó que el bautismo de infantes es un disparate. Quien utiliza deliberadamente la religión como mero comportamiento social me merece poco respeto, de verdad.
¿Qué pedirías a san Antonio con respecto de la revista el Mensajero?
Pues que la revista mantenga la esencia fundacional de hace 92 años, con el padre Víctor de Legarda, pero acomodada a los nuevos tiempos. Me parece bien que quiera seguir siendo una publicación devocional con tal de que puedan escribir en sus páginas personas nada devotas, como es mi caso. Todos los colaboradores de ‘El Mensajero’ somos muy mayores. Hay que procurar que la revista admita a otros más jóvenes, que probablemente miran a Dios, a San Antonio y a todos los santos, desde la duda e incluso desde la increencia.
Después de tantos años de periodismo, tengo que decir que nunca he escrito con tanta libertad como lo hago en ‘El Mensajero’. Conociendo el espacio que ocupa la publicación, sé perfectamente sobre qué puedo escribir y sobre qué no. Tanto como he peleado en esta vida por escribir con libertad, ahora es cuando, ya jubilado, lo he conseguido hacer en mi blog personal y en ‘El Mensajero’ de san Antonio.
Un mensaje para los lectores de nuestras revistas.
Que mantengan la costumbre de dejar en herencia a sus hijos la suscripción a ‘El Mensajero’ y a otras publicaciones del entramado franciscano-capuchino. Aquí se escribe de todo lo que usted quiere leer en nuestras páginas, no lo dude, amable lector. Yo sé que para escribir en ‘El Mensajero’ puedo cumplir, a mi estilo, el lema del padre Víctor de “enseñar entreteniendo”. Es lo que hizo Luis Longás, lo que hace Rufino Grández de quien fui tan mal alumno de Sagrada Escritura, lo que hace Fidel Aizpurúa y otros más. Bezunartea, Iriarte, Benjamín, tendría que coger un ejemplar de ‘El Mensajero’ para acordarme de todos. De vez en cuando aparece José Luis Iso con colaboraciones preciosas y atinadas sobre pedagogía, enseñanza y Educación. Los que escribimos siempre enseñamos algo. Si además, conseguimos hacer pasar un rato agradable al lector, mejor que mejor.
Gracias Ramón
A vosotros...