Un fraile que reza
Este mes de septiembre celebramos la fiesta del Padre Pío de Pietrelcina. Es uno de los santos capuchinos de nuestro tiempo, del siglo XX. Murió el año 1968. Es el santo de los estigmas. Durante cincuenta años llevó en su cuerpo las marcas de la pasión de Cristo, las llagas. Le desaparecieron dos días antes de morir.
Su vida fue una vida especial, complicada y no fácil de entender. El que alguien reciba los estigmas indica que en esa persona se da un don de Dios muy especial. Este hecho hizo que el P. Pío no siempre fuera entendido o aceptado. Todo lo contrario, pues ante muchos de los fenómenos místicos la primera reacción suele ser de sospecha. Hubo gente que decía que aquello era un engaño. Durante 10 años le prohibieron celebrar la Eucaristía en público y fue víctima de diversas calumnias. Sus biografías recogen el silencio que le impuso la Iglesia y la Orden Capuchina. Recuerdo que siendo yo novicio, uno de los frailes mayores, nos decía que, a los estudiantes capuchinos que estaban estudiando en el Colegio Internacional de Roma, les estaba prohibido ir a visitarlo o tener contacto con él. Incluso se pensó que fuera destinado a uno de los conventos de España para silenciar todo ese movimiento que se iba creando en torno a su persona.
A medida que se conoce su vida y su espiritualidad, podemos citar muchas de sus frases famosas. Ante el revuelo que se había creado en torno a su persona, él decía de sí mismo: “Solo quiero ser un fraile que reza...”
El Padre Pío ejerció su ministerio de servicio a la gente por medio de la confesión y de la celebración de la Eucaristía, apostolados tradicionales de los Capuchinos. Sus grandes obras son el hospital para aliviar el sufrimiento, que se construyó en San Giovanni Rotondo, lugar en el que vivió y donde reposan sus restos mortales y los grupos de Oración, extendidos por muchos países para rezar y profundizar en su espiritualidad.
En la fraternidad de Jesús de Medinaceli de Madrid, todos los viernes, en la cripta de la basílica vemos la misma escena. Ante su imagen de bronce con las manos extendidas, signo de acogida a quien se acerca a él, llegan distintas personas, colocan sus manos sobre las del P. Pío y, agarradas a él, permanecen en un momento de oración. Mientras se va formando una fila de gente que repite el mismo gesto.
Seguramente que muchas de esas personas no saben, aunque lo intuyan, lo que decía también el P. Pío: “La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón...”
Fr. Benjamín Echeverría