Vía Lucis
De la misma manera que la comunidad cristiana ha convertido en oración los pasos de Jesús camino del Calvario, también ha convertido en oración el camino de la gloria. Pasamos del Vía Crucis al Vía Lucis, de la Cruz a la Luz.
En la vida de la Iglesia y en la tradición franciscana hay una devoción popular que es el rezo del Vía Crucis. Todos los viernes de Cuaresma en nuestras iglesias hemos recordado esos momentos especiales en la vida de Jesús que marcan el camino de la Cruz. Las estaciones del Vía Crucis terminan en el sepulcro y tal vez nos dejan una sensación de fracaso. Pero ese no es el final. La fe nos recuerda que la vida de Jesús y nuestra vida no acaba en el sepulcro, en la tumba, sino que continúa. Es una vida plena, eterna.
En este mes de abril recordamos y celebramos los últimos momentos de la vida de Jesús, su Pasión y su muerte, pero también su Resurrección. Así, en este tiempo que va desde el Domingo de Pascua hasta Pentecostés vamos recorriendo desde la Palabra de Dios en las eucaristías o desde la lectura del evangelio de cada día, todos esos acontecimientos, encuentros, mensajes y experiencias que a aquellas personas que estuvieron cercanas a Jesús les llevaron a sentirlo vivo, Resucitado.
De la misma manera que la comunidad cristiana ha convertido en oración los pasos de Jesús camino del Calvario, también ha convertido en oración el camino de la gloria. Pasamos del Vía Crucis al Vía Lucis, de la Cruz a la Luz. Este camino de la Luz es una devoción reciente que completa la del Vía Crucis. En él se recogen otras catorce estaciones desde la Resurrección hasta el acontecimiento de Pentecostés tomando como base los relatos evangélicos.
La Iglesia recomienda o propone este ejercicio del Vía Lucis en este tiempo pascual y en los domingos, día en que celebramos la Resurrección del Señor.
En ese camino de la Luz recordamos que los discípulos de Jesús pasaron del desconcierto y tristeza a la alegría, pues la presencia del Resucitado les devolvió la fe y la esperanza. Les devolvió una alegría que nadie les pudo quitar. Así lo había prometido Jesús, tal como lo narra el evangelio de Juan: “os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará” (Jn 16,22). Como escribe uno de los teólogos, “la fe pascual consiste en que el corazón ilumina los ojos hasta ver que Dios es siempre compañía de la vida, sobre todo cuando es crucificada, que la vida se transforma siempre cuando se da, que la Pascua ya es presente, aunque sea como semilla, como levadura, como primera gavilla”.
Que en este tiempo de Pascua sea esta nuestra experiencia: que encontremos y vivamos esa alegría que proviene del Resucitado y que esto nos ayude a poner un poco de luz en nuestro mundo.
Fr. Benjamín Echeverría, OFMCap