Nuestra forma de vida
Es difícil acostumbrarse a esta situación que estamos viviendo creada por la amenaza de este virus.
Tenemos la sensación de que “todo” se ha paralizado con la pandemia.
Estamos viviendo un tiempo en el que andamos programando y cancelando las programaciones realizadas debido a las distintas sacudidas u olas del Covid 19. En muchos momentos se hace realidad esa afirmación, tan engañosa en otros, de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Nos hemos dado cuenta de que estamos marcados por la realidad que nos toca vivir. Estamos condicionados, pero no determinados por ella. Por otro lado, en este tiempo también nos hemos vuelto más pensadores y más imaginativos. Han aparecido otras urgencias, lo cual nos ha llevado a entrar por nuevos cauces desde los que ofrecer otra serie de ayudas, acompañamiento y solidaridad a las personas que se acercan a nosotros o viven su fe junto a nosotros.
Hemos caído en la cuenta de que nuestra vida no es estática, sino dinámica. En esos cambios que se producen constatamos también la creatividad de muchas personas para vivir la fe. Así experimentamos que nuestra vida tiene mucho más de cambio que de estabilidad, aunque lo que buscamos es, precisamente, una estabilidad que no nos descoloque.
En este tiempo de pandemia muchas veces me he recordado a mí mismo una afirmación que nos dice el papa Francisco en su última Encíclica sobre la fraternidad: “nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante”.
En este mes de febrero, en el que celebramos el día de la Vida Consagrada, damos gracias a Dios por la forma de vida que hemos elegido algunos de nosotros. Es nuestra manera de situarnos en la sociedad y en la iglesia. Cada familia religiosa, de acuerdo a la inspiración de su fundador/a, trata de acentuar un determinado aspecto, tarea o misión al servicio de los demás. La familia franciscana solemos recordar que San Francisco, desde el comienzo de su conversión tomó el Evangelio como fundamento de su vida y de su actividad. Quiso vivir según la forma del Santo Evangelio. Ese deseo de san Francisco no podemos vivirlo de manera aislada, sino que, como dice el Papa, necesitamos una comunidad, una fraternidad que nos anime y en la que animarnos mutuamente.
Este sueño o ideal de vida, nuestras Constituciones capuchinas lo expresan con estas palabras: “Congregados en Cristo como en una sola familia peculiar, cultivemos entre nosotros la espontaneidad fraterna, vivamos gozosos entre los pobres, débiles y enfermos, al tiempo que compartimos su misma vida, y mantengamos nuestra peculiar cercanía al pueblo” (Const. 5,4)
Así es como queremos vivir y así es como tratamos de situarnos en la sociedad y en la iglesia. Así es como también os pedimos que nos ayudéis a hacerlo.
Benjamín Echeverría