Carne nuestra
El Papa Francisco se ha inspirado en San Francisco de Asís para escribir las Encíclicas “Laudato Si”, “Alabado seas, mi Señor”, sobre el cuidado de la casa común, escrita hace cinco años y la recién publicada, “Fratelli tutti”, “Hermanos todos”, dedicada a la fraternidad y a la amistad social. En la primera nos decía que en San Francisco “se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior”. (LS 10)
En la segunda, nos dice del santo de Asís “que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne”. (FT2). Esta expresión de la “propia carne” me ha recordado lo que dice el profeta Isaías de parte de Dios: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne”. (Is 58,7-10)
Me ha llamado la atención esta expresión porque en este mes de diciembre celebramos la Navidad, que es el misterio de la Encarnación, el hecho de que Dios se hace carne nuestra. Así lo recordamos en el rezo del Ángelus: La Palabra o el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Así lo escucharemos en el Evangelio de Juan los días de Navidad. Dios mismo se encarna en Jesús de Nazaret, se hace “carne” asumiendo la debilidad, la vulnerabilidad y la fragilidad para traernos la vida. Dios se hace niño para ser acogido en nuestros brazos. El de la Encarnación es el misterio de la carne, de un Dios que se humaniza, que se hace carne.
Para tratar de vivir y de adentrarnos en el misterio de la Encarnación, hemos de tener una nueva mirada sobre nosotros mismos, la historia, la vida, la sociedad… sobre nuestra tierra.
La celebración de la Navidad nos trasporta a la experiencia de san Francisco de Asís. Conocemos lo que sucedió en Greccio. Aquella experiencia vivida por Francisco le sirve al Papa para decir que el santo de Asís realizó, con la simplicidad de aquel signo, una gran obra de evangelización. Es también un modo de representar con sencillez la belleza de nuestra fe. En palabras del Papa “el belén manifiesta la ternura de Dios y es, desde su origen franciscano, una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados”. Es no cerrarnos a nuestra propia carne, a los nuestros, sino sentirnos unidos a los que son como nosotros.
Recordemos y seamos solidarios con cuantos tienen que vivir la Navidad en la pobreza, en el dolor, en la condición de emigrantes… Que les llegue a ellos y a nosotros esa bondad que Dios, con el nacimiento de su Hijo, ha querido traer al mundo.
Para todos vosotros, mis mejores deseos de Paz y Bien en estos días y el nuevo año.
Benjamín Echeverría