Aprender a convivir
Hace unos años José Antonio Marina publicó un libro titulado “Aprender a convivir”. Me he acordado de él ante la situación social y política que vivimos en nuestro país, donde los medios de comunicación continuamente nos presentan los problemas de convivencia que se dan a distintos niveles.
En la primera pagina del libro este autor hace la siguiente afirmación: “Por desgracia, a los seres humanos no nos resultan fáciles ni siquiera las cosas que nos son imprescindibles. Por eso hay que aprender a convivir, es decir, a aumentar las alegrías y disminuir las asperezas de la convivencia. La calidad de nuestra vida va a depender del sistema de relaciones que consigamos establecer, y trenzarlo bellamente es el arte supremo”.
Todos somos conscientes del complejo mundo en el que vivimos. Entran en juego muchos elementos, sensibilidades, maneras de posicionarse y de interpretar el mismo hecho, etc. A nada que tratamos de reflexionar o de analizar algunas cuestiones vemos que los intereses se enfrentan, y los sentimientos, con frecuencia, también. Por eso las respuestas simplistas sirven de poco.
No somos islas, sino que somos seres sociales y sociables. La espiritualidad franciscana ha insistido siempre en la fraternidad. La tarea que tenemos es “aumentar las alegrías y disminuir las asperezas de la convivencia”. Este es nuestro deseo, siendo muy conscientes del carácter conflictivo de nuestras relaciones.
Las dificultades que encontramos en la convivencia surgen del enfrentamiento de los deseos y de los intereses. Queremos cosas distintas y entonces no nos entendemos o queremos las mismas cosas y entonces nos enfrentamos. Apelamos entonces a la tolerancia para afrontar y solucionar los conflictos, pero tampoco es fácil aplicarla. Por decirlo de alguna manera, ser tolerante es ser capaz de aceptar cosas que desearías que fueran diferentes. Las personas intolerantes no soportan que nada sea diferente de lo que ellas quieren o esperan. De hecho, a algunas personas les cuesta mucho aceptar que haya cambios en la forma de hacerse las cosas y recurren a la clásica respuesta del “siempre se ha hecho así”.
Quien es tolerante no espera que los demás piensen, miren o actúen como él, acepta las diferencias, y de alguna manera acepta de buen humor lo que no puede cambiar. Para las personas creyentes practicar la tolerancia es pedirle a Dios que nos ayude a aceptar lo que no podemos cambiar.
Benjamín Echeverría
Ministro Provincial de Capuchinos de España