”Cuentan que fueron a anunciarle a un rabino que había llegado el Reino de Dios. El rabino abrió la ventana, se asomó fuera y dijo: "No es verdad, porque no veo que haya cambiado nada". Lo que veía contradecía la presencia del Reino, y es difícil rebatir lo que ven los ojos. Pero ¿acaso el rabino veía todo?
Otro rabino, abriendo la ventana y asomándose fuera, podría haber dicho: "Es verdad, ya ha llegado. He aquí el Reino. Los campos reverdecen, los pájaros crían, los niños juegan, el corazón se compadece, los pobres se levantan, las heridas sanan, los enemigos se perdonan. Ha llegado el Reino de Dios. Mis propios ojos lo ven".
Nos gustaría que el segundo rabino tuviera razón, y que el pesimismo del primero no fuera más que un defecto de visión. Sin embargo, y a nuestro pesar, comprendemos de sobra el escepticismo del primero, porque está escrito que, cuando llegue el Reino, desaparecerán las lágrimas. Pero las lágrimas no han desaparecido, y a veces tiene uno la impresión de que, por el contrario, el océano del llanto y de la amargura no hace más que crecer.”
Un año más vamos a celebrar los misterios de la muerte y Resurrección del Señor y lo vamos a hacer en unos momentos en los que muchas personas en nuestro país y en nuestro mundo están sufriendo y llevando una cruz pesada, que se ha hecho más intensa, extensa y crónica como la propia pobreza.
En la vida de nuestras comunidades cristianas, de nuestros pueblos y barrios vemos el sufrimiento a borbotones: el paro, los desahucios, la corrupción, la pobreza y el hambre, la insatisfacción de una vida sin esperanza, sin luz, con sufrimiento y miedo en muchas personas… No es el momento de presentar datos estadísticos ni detenernos en las noticias que nos ofrecen constantemente los medios de comunicación, sino de sentirnos convocados a contemplar la realidad desde el sufrimiento de quienes lo padecen y dejarnos afectar por él.
Decía J. B. Metz que “la experiencia de Dios inspirada bíblicamente no es una mística de ojos cerrados, sino una mística de ojos abiertos”. En este tiempo se nos invita de manera especial a “ver”. Y, si tomamos como ejemplo a Tomás, nos daremos cuenta de lo importante que es “ver” y “tocar”. Si el “ver” es el momento primero que anticipa el “responder”, tenemos que ser conscientes de que no todas las formas de mirar la realidad son válidas. Hemos de ser conscientes de que la ignorancia, la indiferencia o la actitud indolora, nos identificarían, en la pasión histórica de Jesús, con aquellos que gritaron que “que su sangre caiga sobre nosotros y nuestro pueblo” ante el sufrimiento del inocente y débil.
En este tiempo, al volver sobre los últimos momentos de la vida de Jesús, sentimos la llamada de Jesús Crucificado a unirnos con todos los crucificados de la historia, a los que hoy lo están viviendo y sufriendo. Alejarnos de ellos es deshumanizarnos, pues la mística de ojos abiertos es de matriz compasiva.
La fe pascual consiste en que el corazón ilumina los ojos hasta ver que Dios es siempre compañía de la vida, sobre todo cuando es crucificada, que la vida se transforma siempre cuando se da, que la Pascua ya es presente. Vivámosla desde una apuesta por la vida, sobre todo cuando ésta se encuentra más deteriorada y hagamos nuestra esta invitación a seguir adelante, a no rendirnos, pues, como dice Mario Benedetti,
“No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje,
perseguir tus sueños, destrabar el tiempo,
correr los escombros, y destapar el cielo…”
Os deseo que cada mañana, al abrir la ventana, podáis exclamar: "¡Oh! Ya ha llegado el Reino, renace la vida".
Madrid, 16 de abril de 2014
Benjamín Echeverría
Ministro Provincial