Madres de Jesucristo
Durante este tiempo anterior a Navidad volvemos a recordar en la liturgia aquellos grandes sueños que ha tenido el ser humano a lo largo de la historia de poder vivir en un mundo en paz y en armonía con todo lo creado.
El profeta Isaías, animó a su pueblo para que no perdiera de vista ese deseo de Dios para el ser humano. Nos habló de un Dios que tiene entrañas de madre. De la misma manera que se preocupa una madre por su hijo, así se preocupa Dios Padre por nosotros (Is 66,13; 49,15).
La palabra “madre”, que tanto le gustaba a San Francisco, es mucho más que una simple imagen que invita a la dulzura y al servicio a los demás. Ser madre conlleva toda una tarea de alumbramiento, acompañamiento, alegría y preocupación por lo que sucede en la vida de los hijos. “Quiero, decía Francisco, que mis hermanos se muestren hijos de una misma madre… Que exponga confiadamente el uno al otro su necesidad, porque si la madre quiere y nutre a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno querer y nutrir a su hermano espiritual?”. San Francisco fue una madre para sus hermanos después de haber descubierto en María y en la Iglesia una madre cariñosa, fecunda y misericordiosa. Él asoció a la Virgen María con la presencia de su hijo Jesús. Ella nos lo dio. Y el tiempo de Navidad es un tiempo especial para fijarnos y contemplar la maternidad de María.
En una de las cartas que escribió Francisco, en la Carta a todos los fieles, encontramos una frase llamativa. Nos dice que también nosotros podemos ser madres de nuestro Señor Jesucristo. “Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (Mt 12,50)… Somos madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (1Cor 6,20) por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las obras santas que deben ser luz para ejemplo de otros” (Mt 5,16) (2CtaF 53).
La celebración de la Navidad llenaba de alegría el corazón de San Francisco. Celebraba esta fiesta con más solemnidad que las demás, nos dice su biógrafo Celano (2Ce 199). Tratemos de celebrar este año la Navidad acercándonos al pesebre con la misma simplicidad que Francisco en aquella noche de Greccio. Recibamos la Palabra de Dios en nuestro corazón, hagámosla vida en nosotros por la oración y el amor a los demás, y demos a luz a Cristo por nuestras buenas obras. Así nos convertimos en Madres de nuestro Señor Jesucristo.
Que la Paz y el Bien que nos deseamos estos días, podamos hacerlos realidad ahora y en el nuevo año.
Benjamín Echeverría
Ministro Provincial de Capuchinos de España