El compromiso de ejecutar una intervención plástica en un espacio exige, además de una consideración funcional, una atención a las dimensiones y proporciones y a la estética que acompaña el entorno de ese espacio. Como parte de las recientes reformas de modernización y mejora a las que se está sometiendo el albergue “San Francisco de Asís” de León se me ha invitado a trabajar en el nuevo comedor de peregrinos, para ese recinto se me proponía un mural y desplegué una envoltura, abarcando techos y paredes en un juego de planos, ángulos y colores.
Me recibía un espacio cerrado, desconectado del exterior y de la luz natural, en un sótano aséptico, nítido, limpio, ligero y reducido; aliviado de clausura, oscuridad y opresión con acierto por unas amplias puertas de cristal y una cristalera tan generosa como pudo permitir la estructura. Sobre el papel nadie puede habitar un espacio. Es necesario ocuparlo. Sobre el papel conocía el dibujo de Antonio Oteiza que ocupará la cristalera a propuesta del estudio a AIU ArquItectura. La solución era clara: la intervención que se lleve a cabo tiene que lograr conexión y unidad, no hay dimensión para el soliloquio y el egoísmo. Me siento agradecido, halagado y feliz de compartir espacio con Antonio Oteiza, de compartir este paso del camino con una persona que ha dado ya muchos pasos.
Puse tierra en la línea del horizonte y subí el cielo desde la última claridad del día hasta la noche donde la hermana luna se deja ver reflejando la luz del sol y se divierte en un pentágono irregular. Toda la luz es del hermano sol: se desparrama, se estira, se alarga, se dispersa y también se divierte anudándose con la claridad de la luna dando forma a un cordón franciscano; juega a quebrarse entre los ángulos rectos donde se encuentran paredes y techos. El hermano sol tiene una presencia masiva, central. Es el punto cero gravitacional, en torno a él gira toda la escena y toda la estancia. Se descubre, capa a capa, su fuerza nuclear: desde la corporeidad hasta el Espíritu. El hermano sol muestra la hondura del camino. Los pasos que se van dando. Sin atajos. El camino interior por el que el peregrino mueve sus pasos. Pasos de hombres siguiendo a Francisco para llegar a Cristo; ese puede ser un camino. El conjunto se completa con dos presencias, dos verticales, dos piezas estilizadas, en movimiento, dos huellas que se irán borrando, se desvanecerán; se fugan, se estiran hacia arriba y hacia abajo. Son frágiles y casi bailan. Se equilibran con la gracia de los pasos. Han quedado registradas en uno de esos pasos, en un instante. Un instante breve y vertical de presencia humana en el camino horizontal, en el camino largo.
Acabar diciendo que nunca jamás voy a encontrar cómodo que mi discurso y verborrea sustituyan la presencia de mi trabajo plástico. Mis impresiones, aunque pueda compartirlas, no son la primera justificación. Al margen de todas las explicaciones que se puedan desarrollar, nadie que tenga los ojos abiertos
puede negar lo más importante que ha sucedido en ese espacio: he entrado en un espacio sin vida y lo he intentado llenar de luz, alegría y sencillez (valores franciscanos). Y se ha ejecutado buscando mantener la ligereza, evitando agotar con una sobrecarga figurativa. He querido darle al espacio entidad, singularidad y personalidad apoyado en una figuración abstracta que no debe cansar los ojos del peregrino que entra a comer y reposar para seguir su marcha.
Él es protagonista de un viaje que seguramente le llevará a un encuentro más profundo de sí mismo. Para ese peregrino están pensadas unas palabras escritas entre los colores: -Todos tus pasos sobre la tierra se irán borrando. Nunca busques un atajo, sigue por el camino largo-.
Y así quiero animar a todos a seguir con alegría en su camino. Cada uno juzgará si lo he conseguido. Y para todos mi saludo de Paz y Bien.
César Lebrato