De las cartas del Padre Pío
¡Paz y bien! Creo que a nadie le gusta confesarse. Enfrentar nuestros errores es muy incómodo a nuestro ego y, a veces, hacemos cualquier estrategia para evitar la responsabilidad por nuestros pecados. Culpamos a los demás o nos excusamos porque “todos lo hacen” o “no pasa nada”. Esta consciencia “laxa” se sorprende cuando ve las dolorosas consecuencias de esos errores en ellos mismos o en los demás.
Al otro extremo, hay personas que llevan cuenta de cada detalle que sale de la perfección y se vuelven ansiosas ante la autoridad al cual tienen que rendirle cuentas. Para ellos, confesarse es un martirio porque nunca lo hacen bien en su opinión. Están resignados a vivir bajo culpa y castigo toda la vida y pueden volverse muy rígidos o amargados.
Dios, como nuestro Padre misericordioso, no quiere que vivamos cargados con tanta culpa por lo que no nos dimos cuenta o por lo que no pudimos evitar. Padre Pío tranquiliza la conciencia de sus hijas espirituales, las hermanas Campanile, enseñándoles a cómo hacer una buena confesión. Sus consejos a ellas se encuentran en su carta a ellas fechada el 18 de octubre de 1917. A cada una dice:
"Vive con humildad, con dulzura, y enamorada de muestro Esposo celestial; y no te inquietes por no poder recordar todas tus pequeñas faltas para poderlas confesar. No, hija, no es oportuno afligirse por esto, porque, así como caes confrecuencia sin darte cuenta, del mismo modo, sin que te des cuenta, te levantas. Recuerda que en el pasaje, sobre el que tantas veces hemos hablado, no se dice que el justo ve o se da cuenta de que cae siete veces al día, sino que cae siete veces al día; y, así como se cae siete veces, uno se levanta sin dedicarse a ello. No dejes, pues, que esto te inquiete; manifiesta con franqueza y humildad lo que recuerdes; y confíalo a la dulce misericordia de Dios, que pone su mano bajo aquéllos que caen sin malicia, para que no se hagan mal ni resulten heridos; y los levanta y anima tan rápidamente que no se dan cuenta de que han caído, porque la mano divina los ha recogido al caer; ni tampoco de que se han levantado, porque han sido alzados con tal rapidez que ni han podido pensar en ello".
Observamos que Padre Pío trata de inculcar una sana actitud en su hija espiritual, una actitud de confianza que tiene una niña ante su padre que la ama. Este amor sigue vigente por las dos partes a pesar de las frecuentes caídas de la niña porque estas caídas ocurrieron sin malicia. El padre sabiendo esto, la levanta en seguida sin sentirse ofendido. Sin embargo, ella tiene que asumir responsabilidad por lo que sí, fue más pensado y deliberado. Antes estas caídas Padre Pío le exhorta que le manifieste con franqueza y humildad lo que recuerde y que confíe en la dulce misericordia de Dios.
El consejo de Padre Pío para nosotros, entonces, es que le tengamos más confianza a Dios como nuestro Padre misericordioso sin evitar nuestra responsabilidad ante los actos que fueron más mal intencionados. Aun en esta última situación, Padre Pío nos anima tener confianza en la dulce misericordia de nuestro Padre.
La imagen de Dios como nuestro Padre misericordioso que nos presenta Padre Pío, frecuentemente está en desacuerdo con lo que hemos recordado y experimentado de parte de nuestro padre carnal. Aprendimos, a veces a golpes, a no confiar en tal tipo de padre y no sabemos nada de un padre misericordioso. Por eso, Dios, como un padre sabio y compasivo, nos mandó en su persona a su Hijo Jesús para corregir y sanar esta relación de Padre – hijo/a. A pesar de los dolores que hayamos recibido de nuestro padre de la tierra, recordemos que nuestro Padre verdadero está para sanar y compensarnos por toda la injusticia que hayamos sufrido en este mundo. Solamente pide que creamos en Él por medio de su Hijo Jesús.
Fray Guillermo Trauba