Abrazando al Crucificado
Septiembre nos abre las puertas a un nuevo comienzo de curso. El verano se nos va despidiendo y nosotros agradecemos el tiempo de descanso.
La temperatura parece estar de nuestra parte, pues los calores van moderándose con el frescor de la mañana. Todo dispuesto para programar, para mirar hacia delante, para entrar en las tareas más rutinarias, aquellas que ya casi echábamos en falta en ese quehacer cada día. Podríamos dejarnos vencer por esos sentimientos de pereza, incluso para algunos, con tintes depresivos, pero no es así. La ilusión por seguir adelante en la vida nos invita a la alegría, a mirar al futuro con esperanza, y a implicarnos con entusiasmo en la tarea diaria.
En la Basílica de Jesús de Medinaceli, se retoman los horarios habituales. La presencia del Señor Jesús, que nunca nos ha abandonado, allá donde hayamos estado este verano, continúa acogiéndonos en ese santo lugar. Él siempre nos espera. Si en alguien podemos confiar, porque sabemos que nunca nos va a fallar, es en nuestro Señor Jesucristo. Nuestra vinculación con Él está tejida por los acontecimientos de nuestras vidas. Cada quien sabe los momentos más intensos en los que nos hemos vuelto hacia Él y hemos recibido consuelo y fortaleza, alegría y entusiasmo para seguir en el camino de la vida.
En este mes de septiembre se nos presenta una imagen muy franciscana: el abrazo de Francisco de Asís con Jesucristo crucificado. En la Basílica de Jesús de Medinaceli, cuidada y animada por una fraternidad de hermanos menores capuchinos, recordamos ese momento. Un abrazo que transformó a Francisco, haciendo de él mismo expresión de las marcas de la cruz, con sus estigmas corporales. Esa fiesta la celebramos en las iglesias franciscanas el día 17 de septiembre, como anuncio de lo que será la fiesta de Francisco de Asís, el próximo día 4 de octubre.
La impresión de las llagas en el cuerpo de Francisco ocurrió en el silencio de una montaña, espacio querido por el hermano Francisco: La Verna. Después de largos días de oración y penitencia, Francisco se iba ofreciendo al Amor, descubriéndose tocado por la misma presencia crucificada de su Señor Jesucristo. Un recuerdo que a nosotros nos invita a esa misma aventura: amar totalmente a Dios en la figura de Jesucristo, nuestro Señor.
¡ A Él gloria y alabanza por los siglos !
José Mari Fonseca Urrutia, ofmcap