Cuaresma de la Misericordia
La cuaresma es tiempo de conversión, y los estilo de antaño se describen incómodos en una sociedad nueva, despejada por otras modas que van poniendo sus deberes. Pero el mensaje cristiano se mantiene, aunque tenga que buscar nuevas formas. Hoy la conversión cuaresmal tiene una palabra que se nos va introduciendo en lo más íntimo de nuestra fe: misericordia.
Descubrir una cuaresma de misericordia es como atreverse a introducirse en el mismo corazón de Dios. Cuando la cuaresma era un itempo de arrepentimiento, de promesas trabajosamente cumplidas, de sentimientos oscurecidos por un ambiente amoratado, el recorrido se nos ofrecía como un desafío de penitencia. La pesadez del peccado nos llevaba a incrementar respuestas que desequilibraran los desajustes propios de la vida, de nuestras limitaciones personales. Pensábamos, entonces, más en clave personal que comunitaria. Sin que lo mejor de aquellos tiempos tengamos que olvidar, e incluso reproducir de la mejor manera y en una sana actualidad, hoy parece que los vientos nos llevan por otros remolinos de transformación. La sensibilidad se hace más comunitaria, el desafío de la vida es más optimista y confiado.
En este nuevo sentimiento, la cuaresma se siente agradecida con una oferta incrustada en el corazón de nuestra fe, pero no siempre bien articulada: la misericordia. La posibilidad que se nos está dando con la celebración del Año Jubilar de la Misericordia, nos espabila en nuestras búsquedas de conversión. ¡Convertíos!, es el grito de la cuaresma. Y nosostros nos podemos preguntar, ¿hacia dónde?
Hoy la respuesta la tenemos clara. Se nos invita a convertirnos hacia la misericordia, como ese descubrimiento del rostro de Dios que tanto necesitamos. La cuaresma de este año, más que ninguna otra, nos está impulsando no tanto a enfocarnos hacia las penitencias personales, renuncias y austeridades corporales, ya fácilmente olvidadas y algunas veces injustamente denostadas, sino a situarnos en una nueva actitud en nuestra relación con los demás.
Tendremos quue abrir nuestro corazón para hacerlo sensible a los necesitados, tendremos que disponernos a ser compasivos, atreviéndonos a situarnos en las vidas de quienes lo pasan mal, tendremos que acoger y, en definitiva, tendremos que amar. En el amor está la verdadera conversión, y el amor es misericordioso.
José María Fonseca. OFM Cap.