Algunos indios amazónicos se toman muy en serio esa frase del evangelio de San Juan: la Palabra se hizo hombre. Persona se dice en su lengua: runa. Uno de nosotros.
Esos indios habitan las riberas ecuatorianas del río Napo, su lengua es el kichwa. La Navidad para ellos es un asunto muy serio, lo celebran como se debe. Es decir, se divierten mucho. Porque ha nacido un niño.
Han adoptado algunas costumbres cristianas europeas, por el contagio de los misioneros de aquí. Pero ellos siempre hacen de su capa un sayo. Así que las tradiciones resultan solo aproximadas. Allí la encarnación, eso de que se hizo uno de nosotros, se toma con toda consideración.
La Navidad es, ante todo, un asunto de mujeres. Como en Belén, ellas llevan la voz cantante. José se ha hecho un poco a un lado. Los hombres son la comparsa.
Es diciembre, mes de sol ardiente, de luz vivísima y ríos bajos. Los runas han cortado el pasto que rodea la casa comunal, junto al Napo; la hierba macheteada se seca regalando un perfume de incienso. Al atardecer ha llegado un misionero para celebrar con ellos la Navidad. Pero él apenas va a actuar, como no se sume al cortejo masculino. Por ahora la gran casa de techo de paja está desierta.
De pronto se oye música rítmica de pingullos y tambores. Sale de entre el bosque como una danza de espíritus alegres. Pronto aparece bajo los árboles la cabeza de una procesión de danzantes. Es una mujer que lleva en brazos a un niño muy pequeño, lo acuna y lo danza al son que suena. Detrás, otras mujeres, descalzas, bailan también, y ríen, como un coro feliz al que se se van sumando, cada vez más niños. Éstos llevan palmas tejidas en sus manos y las agitan como en una fiesta. A la zaga aparecen los hombres, precedidos por los músicos. Toda la comunidad está allí.
Así comienza una ceremonia que durará muchas horas. Entre estas gentes, un nacimiento cualquiera es una fiesta común, porque cada niño se siente como de todos, pues agranda el clan, y le da más vida a todo el grupo. Pero este es un Nacimiento distinto, un niño verdaderamente comunal. Por eso la alegría del baile que durará mucho rato, mientras el pequeño pasa de unos brazos a otros, pues todos lo quieren bailar… La música sonará incansable, se beberá chicha en su honor, a veces lo acostarán por un rato en una cama de hojas olorosas. Los niños, pero también los ancianos, se acercarán a conversarle en su idioma…
Conviene que el niño aprenda pronto el idioma, para poder entenderse. Porque la Palabra, naturalmente, es kichwa. Un runa nos ha nacido.