¡San Fermín! Fiesta del pregonero de Dios
La vida de san Fermín transcurre en la primera mitad del siglo VI. Pamplona era por aquella época una pequeña población urbana fundada por los romanos, a orillas del Arga. Cuenta la tradición que el presbítero Honesto llegó a la Pamplona romana, enviado por san Saturnino, para evangelizarla. El senador Firmo y su esposa Eugenia tuvieron la gracia de convertirse al cristianismo con toda la familia. El hijo de este prestigioso matrimonio se llamaba Fermín. Honesto se dedicó con afán a la educación cristiana de este niño, hasta que a los 18 años, sus padres lo enviaron a Tolosa, pequeña ciudad de Francia, poniéndolo bajo la dirección de Honorato, obispo y sucesor de san Saturnino.
Obispo de Pamplona, misionero y mártir..
El talento y la prudencia de Fermín llamaron pronto la atención, y decidieron ordenarlo de sacerdote, y más tarde fue consagrado Obispo de Pamplona.
El celo evangelista de Fermín en su tierra de Navarra emparejaba con el de su antecesor san Saturnino. Ante su vibrante palabra, se cerraban los templos paganos y muchos abrazaban la fe cristiana. Fermín, después de ordenar un buen número de sacerdotes en su tierra, pasó a las Galias, cuyas regiones reclamaban su presencia. Un antiguo himno celebra así el ímpetu del primer misionero navarro: «Fermín, pregonero de Dios, deja los confines patrios, recorre ciudades y campos de la Galia, y a donde quiera que apresura su marcha, miles de ciudadanos se entregan a Cristo».
En Beauvaís sufrió la persecución romana. Fue azotado y encarcelado Pero su martirio se produjo en Amiéns, donde fue decapitado el año 553.
La liturgia recuerda su glorioso martirio el siete de julio. El pueblo navarro ha amado tanto a san Fermín que sus fiestas patronales, los «sanfermines», son mundialmente conocidas por sus encierros de toros y charangas que inundan de música y gozo las calles de la ciudad. Por eso, san Fermín también nos habla de alegría y de fiesta, de eso que tanto le falta al hombre de hoy.
Hagamos de la vida una fiesta.
Hagamos propia aquella máxima del papa san Juan XXIII: «Estar alegres, hacer el bien y dejar cantar a los pájaros».
Luis Longás Otín, Capuchino