Coca, la ciudad bañada por tres ríos, a la que se ha mirado por años con desdén, como a una población marginal donde los colonos se abrieron paso a punta de machete buscando una vida mejor, se bañaron en barriles de petróleo creyendo en la prosperidad y recibieron solo migajas, hoy puede estar orgullosa: el MACCO será, sin duda, uno de los mayores atractivos de la región. Es el contenedor de piezas de arqueología amazónica de la Fase Napo. Y es, además, un bello edificio que cambiará el rostro de la ciudad. Pero sobre todo, es una posibilidad para sus habitantes, carentes hasta hace poco, de espacios de paz, de encuentro con la cultura, de aprendizaje.
El MACCO ha sido una verdadera epopeya: 10 años de tocar puertas para mostrar la riqueza del patrimonio amazónico, para conocer la selva culta y la intervención del hombre en la naturaleza, para entender la cosmovisión de los pueblos amazónicos. Ha sido hecho contra viento y marea. Ha sido una apuesta de unos pocos, empeñados en velar por el legado y el patrimonio de los pueblos indígenas y darles su lugar, su valor, su reconocimiento.
La obra empezó a pensarse en el siglo pasado. Luego de una exposición que se hiciera en Quito en 1999, bajo el nombre de Rostros de Luna, con lo que el Centro de Investigaciones de la Amazonía (Cicame, creado por los capuchinos en los años sesenta), dejaba ver la importancia de la cerámica hallada en las riberas del Napo y daba a conocer de un grupo humano que había desaparecido y que no figuraba en los textos de historia oficial: los Omaguas. Ahí se esbozaron los primeros trazos de lo que sería un museo en Coca, un sueño, un delirio. Varios arquitectos quiteños hicieron bocetos. Largas charlas hacerca de cómo sería “El Guggenheim del Coca”, a decir del museógrafo Iván Cruz, varias carpetas presentadas a funcionarios y empresarios para enamorarles de la idea durante varios años, proyectos complementarios presentados a gobiernos autónomos de España y a la empresa privada del Ecuador, etc.
La batuta de esa hazaña ha estado en manos de Miguel Angel Cabodevilla, misionero capuchino, apasionado por las culturas amazónicas y firme en sus convicciones de mostrar la selva culta y los derechos de los pueblos que la habitan.
Cuando se puso la primera piedra sobre el MACCO, en un terreno que había sido expropiado al veterano notario del pueblo luego de intensas negociaciones, no hubo nadie. El actor Christoph Baumann, que estuvo en Coca dictando un taller de teatro en el 2011, lo recuerda: “esto se ha hecho a punte perseverancia” cuenta, ahora, que lo ve terminado. Mientras, la arquitecta encargada de la construcción, Carol Cabrera, comenta que llegó a Coca a terminar una obra que se supone estaría en seis meses. Dos años ha tomado el trabajo con guía de Rubén Moreira, de su hijo Pablo y de quienes hacen el taller de arquitectura M&CM , los arquitectos diseñadores de la obra, autores del proyecto arquitectónico, “porque esta obra no es solo un edificio, es una obra de arte”.
La obra tuvo sus bemoles. Primero se hizo el auditorio –con capacidad para 200 personas y que ha estado funcionando desde el 2010- y, a partir de un proyecto presentado por el Gobierno Autónomo Municipal de Orellana, con el apoyo del Vicariato de Aguarico y de la Fundación Labaka, al Banco del Estado, de lo correspondiente al 12 por ciento de las rentas petroleras, finalmente pudieron concretarse los recursos para el edificio principal. La obra cayó en manos de un contratista incumplido y estuvo paralizada. Sin embargo, la municipalidad hizo esfuerzos por buscar no solo un nuevo contratista sino por aprobar los contratos complementarios que la obra requería, incluida una obra de regeneración urbana, con arreglos en el malecón de la ciudad.
Así, con recursos del Banco del Estado de Ecuador se han financiado 2 800 000 dólares y el Gobierno Autónomo Municipal de Orellana ha invertido 1 500 000 dólares adicionales. Por su parte el Vicariato de Aguarico ha cedido en comodato la colección de piezas arqueológicas reunidas desde hace cincuenta años y que fue restaurada en su totalidad con apoyo de la AECID. La Fundación Labaka ha equipado un taller de cerámica; el archivo histórico digitalizado; la biblioteca adquirida con fondos de distintos proyectos de cooperación; además de reutilizar vitrinas y pedestales construidos para exposiciones anteriores que fueran financiadas por la empresa privada.
El Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, INPC, se ha sumado a la tarea con la entrega de 10 piezas adicionales en comodato. Se espera así que el MACCO sea el contenedor de las piezas de la Fase Napo del Ecuador y que incluya varias otras piezas que están ya sea en instituciones públicas, ya sea en colecciones privadas e incluso, sea motivo para recuperar piezas que se encuentran en el extranjero.
La creación del Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana cambiará no solo el rostro de la ciudad. Cambiará sus hábitos. O al menos esa es una de las apuestas: un lugar bello en un entorno bello solo puede ser una ventana abierta para que entren nuevos aires a la ciudad petrolera, más aún, desde el balcón con vista al río que es el MACCO. Los vecinos del Barrio Central de Coca, reunidos en los días previos a la inauguración, se hicieron eco. Algunos ya vieron el potencial turístico y la revalorización de sus predios y están ya pintando casas y cambiando fachadas. A la vez, se han comprometido a hacer que el entorno sea seguro y limpio para garantizar que el Centro Cultural cambie la vida del pueblo.
El día de la inauguración del MACCO, el ministro de Cultura de Ecuador, Guillaume Long, reconoció la labor de los misioneros capuchinos en esto de velar por el patrimonio de la amazonía y felicitó a quienes soñaron con el proyecto. El ministro se mostró gratamente sorprendido por la magnitud de la obra y ofreció sumarse a la apuesta para volver a ese lugar “lúdico”, un lugar donde siempre estén ocurriendo cosas buenas. La alcaldesa, Anita Rivas, hizo lo propio:
“Desde que el padre Miguel Angel Cabodevilla me vino con la idea de hacer el Museo en Coca, cuando yo era Concejal, me ilusionó la idea. Me pareció que ahí estaba el Coca del futuro, el Coca, como digo yo, pospetrolero. Y que el Museo iba a ser no solamente un lugar para encontrarse con las piezas arqueológicas y con la historia, sino que iba a ser un lugar que mejore las economías de sus hogares. Ahora, recorriéndolo, confirmo ese pensamiento: el MACCO sin duda va a mejorar la vida de muchas de las familias, en él se van a generar emprendimientos, pequeños negocios. Hay espacios para los niños, para los abuelos. Hay todo un trabajo no solo en el museo sino en el Malecón” y añadió: “con el MACCO se abre un camino. Hemos apostado por la cultura como herramienta de desarrollo.
Y creo que ahora es cuando empieza el duro trabajo, para atender a la ciudadanía, al turista, a quienes vengan a dejar sus recursos en nuestro cantón”.
El MACCO es la muestra de que los sueños son posibles. Un viejo anhelo que, con el apoyo del Vicariato de Aguarico, la Fundación Alejandro Labaka, el Gobierno Autónomo Municipal de Orellana se cristalizó en el 2015. Un legado que lleva más de 50 años. Un compromiso por la cultura. Y, sobre todo, un tributo a la amazonía, a su gente, a sus raíces y al patrimonio.