
Habló delante del Papa y éste, sobrecogido de asombro, al ver un tan maravilloso manejo de las Santas Escrituras le llamó “Arca del Testamento”, calificativo que en labios tan augustos equivalen a los más magníficos elogios.
Predicó ante los sabios, ante las universidades y todos acordes le llamaron Maestro por la profundidad de sus conceptos y claridad luminosa de su exposición.
Predicó en los claustros a ángeles humanos entregados al retiro y a la oración y todos a una vez exclaman: “Jamás un serafín ha cantado tan bien los misterios del amor”.
Es Antonio Padre de la ciencia mística. Predicó a las multitudes y su elocuencia toma proporciones divinas. Jamás orador alguno consiguió victorias tan contundentes. Es su oratoria gracia que atrae, fuego que arrastra, poder que conquista.
El gran Ozanam, fundador de las Conferencias de San Vicente de Paúl decía: “Jamás orador alguno conmovió tan profundamente las masas. Pentecostés viviente, utiliza el lenguaje popular para sacar de él acentos hasta entonces desconocidos, subyugando a todos y reuniendo en torno a él auditorios de treinta mil almas. Orfeo divino, manejaba un arpa de cuerdas potentísimas que eran la compasión hacia los menesterosos, el consuelo hacia los afligidos y el saber interpretar y utilizar todas las armonías de la naturaleza".
“Él sabía -dice Montalembert-, que el primer pan que tiene que saborear el hombre es el pan del dolor y su primera necesidad el consuelo. Sabía descender como su seráfico Padre san Francisco de Asís del orden moral al orden físico, sirviéndose de todos los esplendores de la naturaleza para cantar el amor, llamando a todos los seres hermanos y hermanas, en inspirándose en la frescura de las fuentes y majestad de las montañas, esplendor del sol y claridad de las estrellas, encrespadas olas del océano y remanso apacible de los lagos para amar a Dios y hacer amar”.
Para que su lenguaje sea más atrayente y conmovedor, le prestan sus colores los Profetas, los Evangelistas sus lindísimas parábolas y los Padres y Doctores sus viriles y concluyentes argumentos. Y al contacto de esta vara mágica brota un mundo nuevo de fe, de poesía y de amor.
Tres colosos de la virtud, de la ciencia y de la elocuencia conoció el siglo XIII; santo Domingo de Guzmán, san Francisco de Asís y su hijo san Antonio de Padua.
No es extraño que aquella sociedad corrompida comenzara al impulso de estos santos una renovación profunda.
Después de tantos siglos queda todavía influyendo en el pueblo de una manera maravillosa el más popular de todos ellos, san Antonio de Padua. No habla su lengua, que se conserva fresca, pero hablan sus milagros, hablan sus cepillos, hablan sus favores continuos para con los menesterosos, hablan sus altares rodeados continuamente de millares de devotos, hablan sus crecientes intervenciones sobre naturales para llevar las almas por los caminos de la justicia y de la santidad.
A pesar de las grandes catástrofes de la sociedad, de las grandes simas abiertas por Lutero, Voltaire, la Revolución y la vesanía roja para ahogar todo sentimiento religioso, la devoción a san Antonio sigue inconmovible, fresca; siguen sus imágenes siendo veneradas hasta los lugares más apartados del globo. Su presencia sigue siendo tan benéfica como en su vida.
Como en vida fue martillo de herejes, tiranos, descreídos, seguirá siendo faro de luz para iluminar las inteligencias con el Niño Jesús que lleva en sus brazos; fuerza para purificar los corazones con el lirio de la pureza que en sus manos ostenta y atracción para los menesterosos con el pan que adquirido de los ricos alarga a los pobres y necesitados.
Y su influencia seguirá sobre todos como una de las más ostensibles señales del poder que Dios le ha dispensado.
Publicado en el número 176 de la revista
El Mensajero de San Antonio
13 de Junio de 1944