Hoy es Beato Nicolás de Gesturi

El 4 de agosto de 1882 nace en Gésturi (Cerdeña) Juan Medda, el cuarto de una familia de cinco hijos; con cinco años queda huérfano de padre y a los trece, de madre, haciéndose cargo de él su hermana mayor; en su casa trabajará y vivirá hasta 1911, año en que llama a las puertas del convento de los capuchinos, recomendado por su párroco quien manifestaba su disgusto por su marcha de la “parroquia, donde ha servido siempre de edificación para todos, no sólo por su modélica piedad, sino también por su integridad de vida y la austeridad de sus costumbres”.

Beato Nicolás de Gesturi

En 1913 comienza el noviciado recibiendo el nombre con el que será conocido en adelante: fray Nicolás de Gésturi. Emite su profesión temporal en 1914 y su consagración definitiva en 1919. Después de pasar por algunos conventos de la Provincia, desempeñando diversos oficios, especialmente el de cocinero, recala en el convento de Cagliari donde permanecerá durante treinta y cuatro años en el oficio de limosnero. En ese mismo convento y con el mismo oficio en el siglo XVIII había vivido otro hermano a cuya canonización asistió fray Nicolás: San Ignacio de Laconi, a quien se propuso imitar siguiendo sus pasos.

Durante todo este tiempo la vida de fray Nicolás transcurrió, aparentemente, en la monotonía: recorrer las calles de la ciudad y los caminos de los pueblos de los alrededores pidiendo la limosna para el convento y para los necesitados que llegaban a la portería pidiendo alguna ayuda. Pero esta es una pura apariencia, porque la vida de nuestro hermano encierra una riqueza interior que se desborda hacia todos los que se acercan a él. Su manera de presentarse ante los demás, su capacidad de transmitir paz y serenidad, su acogida cariñosa y cercana de los que venían a él buscando su oración son manifestaciones de esa profunda vida interior que él cultivaba en la oración y en la contemplación, mantenidas no solo en la soledad sino también cuando se encontraba en medio del bullicio de la gente.

Hay una nota que destacan en él los biógrafos: su silencio. Juan Pablo II, al beatificarlo el 3 de octubre de 1999, lo expresaba de este modo: “Hombre de silencio, irradiaba a su alrededor un halo de espiritualidad y de fuerte evocación del Absoluto. Llamado por la gente con el afectuoso apelativo de “fray Silencio”, Nicolás de Gésturi se presentaba con una actitud que era más elocuente que las palabras: renunciando a lo superfluo y buscando lo esencial, no se distraía con las cosas inútiles o dañosas, pues quería ser testigo de la presencia del Verbo encarnado al lado de cada hombre”. Y concluía: “En un mundo muchas veces saturado de palabras y pobre de valores hacen falta hombres y mujeres que, como el beato Nicolás, subrayen la urgencia de recuperar la capacidad del silencio y de la escucha”.

En ese silencio sonoro fray Nicolás, el limosnero, aprendió a repartir más de lo que recibía. 
Alguien le ha definido muy realistamente: de hermano buscador de limosnas se convierte en hermano buscado: buscado para pedirle oraciones, consejos, ayuda… Durante su vida hizo realidad lo que el padre san Francisco escribe en la Regla para los frailes que van por el mundo: 

Los hermanos, cuando van por el mundo, sean apacibles, pacíficos y modestos, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, como conviene”. 

Y en el silencio aprendió también fray Nicolás a descubrir las necesidades de los otros para correr a solucionarlas. En este sentido destacan sus biógrafos la actividad que desplegó durante la segunda guerra mundial para ayudar a los afectados por los bombardeos que sufrió la ciudad de Cagliari. Le faltaba tiempo para acercarse a las zonas más castigadas a fin de llevar su consuelo y su ayuda a las personas que se encontraban en ellas.

El 8 de junio de 1958 se encontraba fray Nicolás con la “hermana muerte corporal”, como había cantado Francisco de Asís. Si en su vida había sido verdad lo que alguien escribió: “La encarnación del amor en la trama de lo cotidiano no mete necesariamente mucho ruido”, su muerte fue una manifestación espontánea y popular de lo que las personas habían descubierto en él. Su funeral, dice un biógrafo, más que un funeral parecía un desfile triunfal. Y es que, una vez más, se hacía realidad la palabra del Maestro: “El que se humilla será ensalzado” (Lc 14,11). Su sepulcro se convirtió en lugar de peregrinación para los que seguían buscando en él ayuda para sus necesidades. Y así, cuarenta y un años después de su muerte, su vida escondida y silenciosa era reconocida públicamente y presentada como un modelo de seguimiento de Jesús al ser beatificado.

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