Martes Ordinario 15ª Semana 1ª de Salterio
San Buenaventura
Primera lectura: Sab 8,2-7. 16-18;
La amé y la busqué desde mi juventud y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura. Su intimidad con Dios realza su nobleza, pues el Señor de todas las cosas la ama. Está iniciada en la ciencia de Dios y es la que elige entre sus obras. Si la riqueza es un bien deseable en la vida, ¿hay mayor riqueza que la sabiduría, que lo realiza todo? Y si la inteligencia es quien lo realiza, ¿quién sino la sabiduría es artífice de cuánto existe? Si alguien ama la justicia, las virtudes son fruto de sus afanes, pues ella enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza: para los hombres no hay nada en la vida más útil que esto. Al volver a mi casa descansaré junto a ella, pues su compañía no causa amargura y su intimidad no entristece, sino que alegra y regocija». Pensaba en estas cosas y reflexionaba sobre ellas en mi corazón: la inmortalidad consiste en emparentar con la sabiduría, en su amistad se encuentra un noble deleite, hay riqueza inagotable en el trabajo de sus manos, prudencia en la asiduidad de su trato y prestigio en la conversación con ella. Así pensaba tratando de hacerla mía.
Salmo: Sal 15,5-6. 16-18;
Tú no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu huésped,
ni el arrogante se mantiene en tu presencia.
Detestas a los malhechores
Segunda lectura: I Cor 2,6-13;
Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer. El que planta y el que riega son una misma cosa, si bien cada uno recibirá el salario según lo que haya trabajado. Nosotros somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, puse el cimiento, mientras que otro levanta el edificio. Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. Y si uno construye sobre el cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, hierba, paja, la obra de cada cual quedará patente, la mostrará el día, porque se revelará con fuego. Y el fuego comprobará la calidad de la obra de cada cual.
Evangelio: Mt 5,13-19.
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos. No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Reflexión:
Figura señera en la hª franciscana, san Buenaventura fue biógrafo de san Francisco, reformador de la Orden, teólogo, obispo y Doctor de la Iglesia con el título de “Doctor Seráfico”. Su vida y obra han dejado una huella indeleble en la historia del pensamiento cristiano y en la espiritualidad franciscana. Una de sus obras, “El itinerario de la mente a Dios”, es un camino espiritual para alcanzar la configuración con Cristo, horizonte y meta de todo cristiano. Con su sabiduría quiso participar de la misión que Jesús confía en el evangelio de hoy a los discípulos: iluminar y sazonar la existencia con la sal y la luz de la palabra de Dios. Es la sabiduría a la que alude san Pablo: “misteriosa, escondida que Dios destinó para nuestra gloria”, la sabiduría de la Cruz.