Viernes Ordinario 31ª Semana 1ª de Salterio
San Ernesto, Beato Francisco Palau Quer
Primera lectura: Rom 15,14-21;
Respecto a vosotros, hermanos, yo personalmente estoy convencido de que rebosáis buena voluntad y de que tenéis suficiente saber para aconsejaros unos a otros. Pese a todo, os he escrito, propasándome a veces un poco, para reavivar vuestros recuerdos. Lo he hecho en virtud de la gracia que Dios me ha otorgado: ser ministro de Cristo Jesús para con los gentiles, ejerciendo el oficio sagrado del Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, sea agradable. Así pues, tengo de qué gloriarme en Cristo y en relación con las cosas que tocan a Dios. En efecto, no me atreveré a hablar de otra cosa que no sea lo que Cristo hace a través de mí en orden a la obediencia de los gentiles, con mis palabras y acciones, con la fuerza de signos y prodigios, con la fuerza del Espíritu de Dios. Tanto que, en todas direcciones, partiendo de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, he completado el anuncio del Evangelio de Cristo. Pero considerando una cuestión de honor no anunciar el Evangelio más que allí donde no se haya pronunciado aún el nombre de Cristo, para no construir sobre cimiento ajeno; sino como está escrito: Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído comprenderán.
Salmo: Sal 97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4;
R/. El Señor revela a las naciones su victoria.
Canten al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. /R.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. /R.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; grita, vitorea, toca. /R.
Evangelio: Lc 16,1-8.
Decía también a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él dijo: “Cien fanegas de trigo”. Le dice: “Toma tu recibo y escribe ochenta”. Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Reflexión:
Jesús cambia de interlocutores, dirigiéndose ahora a sus discípulos. No alaba la actitud fraudulenta del servidor, sino su capacidad para gestionar la dificultad en que se encuentra, invitándoles a ser “astutos”, prudentes y sencillos (Mt 10,16). Les quiere imaginativos y audaces. El discípulo de Jesús, el de entonces y el de hoy, debe saber vivir, consciente de que en el mundo tendrá dificultades (Jn 16,33). Se necesitan “reflejos” para reaccionar con lucidez. Y Jesús es esa LUZ. Y advierte y exhorta a los “hijos de la luz” (1 Tes 5,5) de la necesidad de saber interpretar el presente según los criterios de su Luz; a transformar las realidades negativas en positivas. No hay que sentarse a lamentar los problemas; sino buscar soluciones. Y Jesús es la solución: “Aprended de mí”.