Jueves Ordinario 31ª Semana 1ª de Salterio
Beatos Aurelio de Vinalesa, Federico de Berga i LXX compañeros mártires.
Primera lectura: Rom 14,7-12;
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor. Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos. Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? De hecho, todos compareceremos ante el tribunal de Dios, pues está escrito: ¡Por mi vida!, dice el Señor, ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua alabará a Dios. Así pues, cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo a Dios.
Salmo: Sal 26,1bcde; 4. 13-14;
R/.El Señor es mi luz y mi salvación
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar? R/.
Lo único que pido, lo único que busco
es vivir en la casa del Señor toda mi vida,
para disfrutar las bondades del Señor
y estar continuamente en su presencia. R/.
Espero ver la bondad del Señor
en esta misma vida.
Ármate de valor y fortaleza
y confía en el Señor. R/.
Evangelio: Lc 15,1-10.
Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
Reflexión:
El capítulo 15 de san Lucas está construido con tres piedras preciosas: las llamadas parábolas de la misericordia, designadas impropiamente como la de la oveja perdida, la de la dracma perdida y la del hijo perdido, porque, en realidad, el protagonista no son los “perdidos” sino el Dios “buscador”. Desde este rostro de Dios, Jesús quiere justificarse y justificar su proceder con los “perdidos -publicanos y pecadores-. Dios no es solo el Dios del Éxodo, sino un Dios en “éxodo” permanente, y ese es el Dios que encarna y se revela en él. Las dos parábolas son luminosas: Dios es pura misericordia y no descansa. No da a nada ni a nadie por perdido hasta recuperar a todos para que se llene su banquete. La recuperación del hombre es la “alegría” de Dios”.