Me llamo Paloma. Nací en Madrid en 1951. Estudié Magisterio y Pedagogía mientras trabajaba como funcionaria de la Seguridad Social. Durante dos cursos participé en el Programa de Educación Bilingüe en Los Ángeles (Estados Unidos) enseñando a niños inmigrantes centroamericanos. Al regresar a España me incorporé al Instituto Social de la Marina, primero en Cádiz y luego en Madrid, integrándome en los equipos multiprofesionales que trabajaban con pescadores, marinos mercantes y sus familias. En 1997 adopté a mi hijo en Costa Rica y poco después comencé a trabajar en formación de adultos en distintos organismos. Desde 2015 estoy jubilada.
Paloma, ¿Cómo se produce el contacto con los Capuchinos?
Conocí el PROGRAMME AFRIQUE de SERCADE a través de una de mis hermanas que participa en él enseñando español. Cuando necesitaron a una persona que se encargara del ropero me animó a incorporarme. Fui a conocerlos y me gustó lo que vi. Mi participación no es por motivos religiosos, pero San Francisco siempre me ha parecido un santo realista, con los pies en la tierra y con unos valores que comparto. Para mí lo importante es que el trabajo en el Programme Afrique se dirige a personas concretas y a sus necesidades reales y a través de él los capuchinos están dando respuesta a un problema actual. Da igual que Ibrahim sea musulmán o cristiano, de Burkina Faso o Camerún, es una persona que necesita un lugar para dormir, un bono transporte, unas zapatillas, compartir un café el día que recibe la noticia de que su madre está grave, que alguien le acompañe al dentista o le preparé para la entrevista de asilo.
Lo que me gusta del programa es la implicación personal de todos los que trabajan en él, voluntarios o trabajadores. Crees, que vas a brindar una acogida cálida y cada día te sorprendes al comprobar que son ellos, los chicos subsaharianos, los trabajadores y los voluntarios los que te acogen a ti. Al traspasar la puerta de SERCADE la realidad y la inmediatez se imponen. Tu vida se queda fuera. ¡Si necesitas descargas de adrenalina, no cabe duda de que este es tu lugar!
¿Puedes detallarnos en qué consiste tu trabajo en este programa de SERCADE?
Localizo ropa de distintas empresas que la donan, la transporto y la entrego según necesidades. Por ahí pasan todos los chicos en algún momento y creo que es el lugar ideal para que los voluntarios toquemos tierra. Los inmigrantes recién llegados a Madrid todavía visten la ropa que les facilitan al bajar de las pateras: un chándal y unas zapatillas coreanas. Cualquiera que haya vivido en Madrid sabe que para el frío de esta ciudad son insuficientes y que por el contrario en verano el chándal resulta asfixiante así que nada más llegar pasan por el ropero. Los jóvenes, algunos casi adolescentes, llegan con los ojos enrojecidos por el cansancio, con la angustia del viaje y de haber alcanzado una meta en la que no hay aplausos ni premios; desvalidos, asustados, vulnerables, pero con esperanzas. También se acercan los que después de muchos meses en España no encuentran salida a su situación. Se acercan los que se van a marchar a otra ciudad y buscan una maleta y un abrazo. Se acercan los que ya están estudiando y mientras desgranan las dificultades y descubrimientos de su día a día buscan un uniforme para las prácticas de formación profesional. Es un lugar estupendo para hablar con cada uno.
Mi trabajo consiste en echar una mano donde haga falta: acompañar al centro de salud, enseñar un trayecto por la ciudad, … Todos son momentos de impacto para ellos y para mí que observo las tremendas dificultades que les supone moverse en una ciudad de la que carecen de cualquier referencia.
También imparto clases de español en función de las necesidades. La clase, además del objetivo de aprender español para desenvolverse en la vida diaria, persigue facilitar una estructura a sus días vacíos, sin nada que hacer ni un lugar donde estar. Por otro lado, muchos de ellos son casi adolescentes que llevan fuera de su casa varios años. Es importante que se acostumbren a horarios y normas que les facilitaran la integración. Voy a SERCADE una tarde a la semana y a veces otra tarde extra o una mañana para temas puntuales.
Cuando publicamos entrevistas que hablan de solidaridad o voluntariado siempre nos escriben pidiendo que se transmita alguna experiencia o anécdota personal. ¿Puedes ofrecernos alguna?
Si claro. Hace unas semanas tuve que acompañar a un chico recién llegado a la pensión donde iba a dormir. No había plaza en ningún dispositivo y se encontró esa solución para unas noches, dadas sus características. El objetivo era acompañarle a la pensión y enseñarle el camino de regreso para que al día siguiente pudiera realizarlo solo. Él no hablaba español y yo solo hablo un poco de francés, pero conseguimos entendernos. Empecé por mostrarle en el mapa el trayecto y marcar las estaciones de metro que íbamos a utilizar. Al llegar al metro el ruido de los trenes y la gente le aturdía y a mí me aturdió descubrir que no sabía leer y que ni tan siquiera identificaba las letras. ¿Cómo conseguiría orientarse en la maraña de líneas, trasbordos y direcciones? Al utilizar las escaleras mecánicas de la estación de Plaza de España sentí su terror ante la profundidad del desnivel y la dureza del metal. Era como lanzarse al vacío por uno de los espacios infinitos de la Guerra de las Galaxias. La dificultad resurgió al tomar el ascensor. Nunca había visto uno y no sabía cómo interactuar con él. Mientras llegábamos a la pensión, me decía a mí misma que no habíamos conseguido el objetivo, que al día siguiente no lograría llegar solo a SERCADE. Cambié los planes y quedamos en que le recogería en la pensión a las diez de la mañana. Antes de despedirme le recordé que debía tomarse las tres pastillas que le habían recetado.
A las 10 de la mañana del día siguiente no estaba en la puerta, continuaba dormido. No tenía despertador ni teléfono móvil, ni tampoco se le había ocurrido pedir que le despertaran, ni a mí decírselo. De nuevo realizamos el camino juntos estableciendo tiendas y edificios como puntos de referencia. Le costaba mucho aprender la ruta, pero finalmente conseguimos llegar a SERCADE donde una comida caliente le ayudó a reponer fuerzas. Más tarde me informaron que las tres pastillas que se había tomado la noche anterior y esa mañana eran de un solo medicamento, no de los tres diferentes que le habían recetado. Aún me asusta el tremendo esfuerzo que debió realizar durante dos años para superar las dificultades del viaje desde Burkina Faso hasta Madrid, pero lo cierto es que lo ha logrado.
Otro de los chicos del programa tiene 32 años y llegó a España hace dos y medio procedente de Camerún, después de vivir situaciones de extrema dureza en su camino tiene experiencias que hoy todavía recuerda con horror. Es trabajador, responsable y muy inteligente, un líder nato. En los pocos meses que mediaron entre su llegada y el inicio del curso escolar consiguió aprender español. Al finalizar el curso siguiente superó la ESO con la mejor nota de su centro: matrícula de honor. Su sueño es ser mecánico y casi lo ha conseguido. Ha ingresado en una de las dos mejores escuelas que imparten Formación Profesional de Electromecánica en Madrid. El año pasado obtuvo de nuevo la mejor nota. Le ofrecieron una beca para realizar las prácticas en Alemania, pero su situación irregular no le permite salir de España. Este curso continúa en la misma escuela y continúa siendo el número uno de su clase. Completa el material de clase a través de internet. Como no tiene ordenador utiliza su móvil. En ocasiones alguien le presta un ordenador durante el fin de semana y entonces avanza y avanza los contenidos haciendo resúmenes y diagramas que utilizará más tarde para estudiar.
Cada tarde de este verano ha acudido a SERCADE como profesor voluntario para impartir clases de español a los recién llegados y ahora, durante el curso, continúa haciéndolo una vez por semana al finalizar sus clases. Aprovecha cada minuto de su vida para absorber cuanta información le llega. Está al día de la vida española, pero también de la de su país y por supuesto mantiene un estrecho contacto con su familia.
Casi al principio de mi incorporación me pidieron que acompañara a un chico a la estación de autobuses. Venía de Almería, traía las manos destrozadas de trabajar en el campo. No quería dormir en el dispositivo de Campaña de frio y no había disponible otro recurso que ofrecerle. Quería llegar a Barcelona para desde allí pasar a Francia dónde en algún lugar indeterminado vivían unos amigos. Intentamos disuadirle, pero fue imposible. Le facilitamos el billete y unas pocas monedas. Por el camino descubrí que además de no saber español no sabía leer. Partió en el autobús y me quedó la sensación de abandonar a un náufrago a la deriva. Iba sin un destino claro, sin dinero, sin saber español ni leer. Marcharse era su opción y no podíamos olvidar que a pesar de las dificultades había llegado a Madrid desde el centro de África. Un par de días después recibí una llamada suya. Estaba perdido en la estación de autobuses catalana sin dinero, cansado y con hambre. Le encaminamos a una organización que le podría atender. Pasadas unas horas, alguien que se identificó como trabajador de una gasolinera, me telefoneó. Tenía delante a un chico al que no entendía y que continuamente enseñaba el número de teléfono. Desde la distancia conseguimos reconducirle a la organización catalana. Aun volvió a telefonear al cabo de unos días. De nuevo estaba camino de la estación de autobuses barcelonesa. El barrio de la organización no le parecía seguro. Quería dinero para pasar a Francia, pero continuaba sin saber dónde vivían sus amigos. Le remitimos a los servicios sociales catalanes y no volvimos a saber de él por un tiempo. En navidades me envió un mensaje de voz desde Almería deseándome felicidades. Muy de tarde en tarde recibo algún mensaje de este náufrago.
Hay otro chico de Mali. Su objetivo es estudiar. Durante el primer año ha estudiado español, mañana, tarde y noche. Cada día ha recorrido Madrid de punta a punta para asistir a cuantas clases ha encontrado. Le conocí el día en que le extrajeron cuatro muelas. Como estaba muy fastidiado y para facilitar que se tomara los antibióticos pasó una noche en casa. A la mañana siguiente decidió que tenía que volver a su albergue porque le aterraba la posibilidad de perder la plaza y tener que dormir en la calle, y allí se fue con su fiebre y sus antibióticos. Durante el Ramadán a veces regresaba a mi casa para recuperar fuerzas. Algunos domingos también llamaba para pasar la tarde viendo el futbol porque era lo que hacía cuando vivía con su familia. Se incorporó al equipo de inmigrantes que habitualmente juega al futbol los sábados por la mañana y se lesionó una rodilla. Le recomendaron inmovilidad durante unas semanas y se desesperaba por no poder acudir a sus clases repartidas por Madrid. Superó la lesión y más obstáculos. Ha conseguido la tarjeta de permiso temporal de residencia. Ahora vive en Burgos. Allí ha encontrado a otro chico que también pasó por Sercade y se apoyan mutuamente. Realiza cursos de informática, de carretillero, de español, de inglés y cuantos se le ponen por delante. Se siente feliz. Apenas tiene dinero, pero siempre guarda lo necesario para la llamada quincenal a su madre.
Otro llegó de Guinea Conakry con fuertes dolores en un ojo. Un familiar le había golpeado en su país. Una voluntaria de SERCADE le acompañó a la visita médica donde le informaron que podrían hacer que desaparecieran los dolores, pero no que recobraría la visión. El chico no soportó el diagnóstico y tuvo una crisis de ansiedad. Terminó durmiendo en mi casa y pasando los días con la voluntaria. Era imposible enviarle a la Campaña de Frío en las condiciones psíquicas en las que encontraba. Una noche rompió a llorar mientras cenaba. Recordaba la pelea y no conseguíamos que se tranquilizara. Lloraba y repetía una y otra vez que no quería que le viéramos llorar. Un abrazo de mi hijo rompió la tensión y pudo terminar de cenar. Al cabo de unos días SERCADE consiguió que unas monjas le alojaran en su casa. Se negaba a marcharse. Le aseguramos que continuaríamos en contacto con él, pero pedía una y otra vez que le permitiéramos seguir en casa. A duras penas entre la otra voluntaria, mi hijo y yo conseguimos llevarle a su nuevo domicilio. Las monjas le habían preparado una buena habitación, alguna de ellas hablaba francés y todas fueron especialmente cariñosas en el recibimiento. Como un niño el primer día de guardería se aferraba a nosotros y no nos dejaba marchar. Él rompió a llorar y a nosotros se nos partía el alma al ver la necesidad de cariño, el apego de un hombretón que había pasado situaciones horribles en su vida hacia tres personas a las que apenas conocía de unos días. De nuevo un abrazo le ayudó a recuperarse y pudimos dejarle. En SERCADE le conocemos con el sobrenombre de “el hijo de Mxxxx” que es la voluntaria que ha luchado para conseguirle las mejores condiciones posibles: pidió a un amigo abogado que le apoyara en la entrevista de petición de asilo, le facilitó una visita al Estadio Bernabeu, le acompañó durante días por la ciudad hasta que pudo situarse cómodamente. Hoy vive en una buena residencia, ha aprendido muchísimo español en sus clases, pero sobre todo en las conversaciones con la voluntaria, estudia fontanería y hasta ha conseguido que la voluntaria a hable con su madre, de vez en cuando, para tranquilizarla y explicarle lo bien que está su hijo.
Qué experiencias tan llenas de vida y calor humano. ¿Qué argumentos darías a nuestros lectores para apoyar este proyecto solidario?
Creo que el PROGRAME AFRIQUE cubre un hueco fundamental en las necesidades de muchos chicos subsaharianos. Cuando estoy hablando del PROGRAME AFRIQUE estoy viendo las caras de varios de estos chicos y me pregunto cuántos más hay esperando unas manos amigas que peleen porque su vida tenga unas condiciones similares a las nuestras. El Programa ayuda a que muchos no duerman en la calle, reciban atención médica, se integren en las organizaciones solidarias, estudien o puedan optar a regularizar su situación legal, pero sobre todo a que sientan que se les tiene en cuenta, que se les reconoce como iguales.
No se trata de hacer caridad si no de justicia social, de conseguir que se cumplan los derechos humanos.
Gracias Paloma