Nací en Madrid, aunque mis padres y toda mi familia es de Cantabria.
Con un año de edad fui a vivir a Sevilla, que es la ciudad de mi infancia y a la que considero como mi ciudad de referencia.
Estudié en el Colegio de los Padres Escolapios de Sevilla, luego comencé a estudiar “Peritaje Industrial” (equivalente al Ingeniero técnico actual), hasta que entré en el Noviciado de los jesuitas en Córdoba. Nunca acabé la carrera. En Córdoba estuve tres años, dos de noviciado y uno de estudios de humanidades. Luego me marché a Madrid, el primer año viví y estudié en el filosofado de los Jesuitas de Alcalá de Henares, los otros dos en Madrid. Obtuve la licenciatura en Filosofía por la Universidad de Comillas. Luego me marché a la Facultad de teología de la Universidad de Innsbruck, en Austria, donde tras tres años obtuve el título de “Maestro de teología”, completé dos años de Licenciatura de teología en la Universidad Gregoriana de Roma. Luego con una beca del gobierno alemán volví a Munich donde estuve trabajando en mi doctorado con el profesor Heinrich Fries sobre la teología dialéctica de Karl Barth y su concepción eclesiológica. Volví a Roma para defender la tesis doctoral bajo la tutela del profesor Witte en Diciembre de 1976. Me incorporé a la Facultad de teología de Granada como profesor de eclesiología, puesto que desempeñé hasta 1988. Durante ese tiempo convalidé mi título de Licenciado de Filosofía e hice la tesis doctoral en Filosofía sobre Max Horkheimer, fundador de la escuela de Francfort, bajo la dirección del profesor Pedro Cerezo.
Cuéntanos Juan Antonio, ¿A qué te dedicas en la actualidad?
Despúes de treinta años en la Universidad de Granada, siendo profesor contratado, luego profesor titular y finalmente catedrático de Filosofía, soy actualmente Catedrático emérito de Filosofía. Enseño todavía, aunque estoy jubilado, un seminario de cinco créditos en las clases de Máster y Doctorado de la citada Facultad. Participo también en los tribunales de tesis y dirijo una tesis doctoral. El nombramiento de emérito, que puede durar cinco años, me permite continuar con una actividad docente reducida. Aparte de esto continúo con mis idas para cursos en América Latina, que he mantenido constantes durante los últimos cuarenta años, especialmente en San Salvador y en México, aunque he visitado otros países para impartir cursos. Ahora espero poder incrementarlo más allá de los meses de verano.
Como actividad pastoral, aparte de las tareas normales con estudiantes, conferencias y celebraciones sacramentales, estoy ahora potenciando dar Ejercicios Espirituales en distintas tandas durante el año, aparte de que estoy trabajando en un comentario sobre los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.
¿Está surgiendo un nuevo modelo de sociedad?
Creo que actualmente estamos viviendo un cambio histórico de época, como pasó a finales del siglo XV (la mundialización que comenzó hacia 1492) y a finales del siglo XVIII (revolución americana (1776), francesa (1789), revolución industrial y luego la independencia de la América hispana a comienzos del siglo XIX). Vivimos una nueva revolución industrial, la globalización o mundialización y la nueva cultura que solemos llamar postmoderna, aunque es más de tardo-modernidad. El mundo está cambiando rapidamente, es el final de la época moderna, de los Estados Nación que eran imperios coloniales, de los enfrentamientos religiosos en Europa y de la revolución científico técnica que tuvo en la imprenta su instrumento fundamental. Hoy vivimos una revolución en los transportes, en el nacimiento de la cultura de la imagen, en el final de la autarquía de los países y se impone la aldea global de la que hablaba Mcluhan en la década de los cincuenta. No es solo una época de cambios, sino un cambio de época que ya ha comenzado.
En nuestros mayores el cambio, como conservadurismo es mal. ¿Por qué se da esta circunstancia? ¿Qué recomendaciones haría al respecto?
Para los mayores la cantidad, calidad y rapidez de los cambios genera inseguridad. No estamos preparados para evolucionar tan rápidamente como lo está haciendo la sociedad y tenemos miedo a un mundo nuevo que no sabemos en qué consistirá y que no nos coge preparados. Hay que perder el miedo y recordar a Juan XXIII cuando nos hablaba de los “profetas de calamidades” que solo ven cosas negativas en lo nuevo, añoran los viejos tiempos y caen en el fundamentalismo y en el integrismo.
El pasado nos da memoria y experiencia histórica, pero no puede ser una prisión que nos cierra al presente y nos impida evolucionar y cambiar cuando lo exige el dinamismo de la historia. Los signos de los tiempos deben ser analizados y discernidos, y ahí la experiencia de los ancianos puede aportar muchos contenidos, pero no desde el miedo y el rechazo a los cambios. En última instancia el futuro del cristianismo depende del Espíritu de Dios, no del acierto de los papas.
¿Cómo son las vocaciones en la actualidad?
Ha cambiado el modelo de familia, disminuyen los hijos y la vocación a la vida religiosa y al sacerdocio no suponen un ascenso social y económico para muchos candidatos, como en el pasado. La crisis histórica de civilización que vivimos incide también en la Iglesia, que no supo continuar el dinamismo de cambio que inició el Vaticano II. El modelo eclesial actual es todavía fundamentalmente el de sociedad de cristiandad, sus estructuras no son adecuadas a una Iglesia en estado de misión (el papa Francisco habla de una Iglesia en salida) en las viejas cristiandades.
La secularización de la sociedad y el carácter obsoleto de muchas estructuras y mentalidades eclesiales dificulta las vocaciones de los grupos más dinámicos de la juventud, favorecen el conservadurismo de los candidatos y frena la necesaria síntesis entre la cultura actual y la mentalidad eclesial de los ministros y de los candidatos a la vida religiosa y sacerdotal.
¿Qué significan las ONG en este escenario?
Las ONGs son hoy las receptoras principales de vocaciones laicas, que no faltan. Antes la identificación con el cristianismo llevaba al sacerdocio y a la vida religiosa, hoy son las ONGs las más adaptadas a recoger los ideales y a encontrar mediaciones para los compromisos de los jóvenes. No escasean las vocaciones cristianas, pero sí en los viejos cauces sacerdotales y religiosos.
¿Se está perdiendo la fe? ¿Nos alejamos del modelo de Jesús?
Por un lado la secularización tiene en Europa su punto algido, que no se da de la misma manera en otros continentes y culturas. La fe ha atraversado por muchas crisis a lo largo de la historia, esta no es la más profunda. El modelo de Jesús sigue vigente, pero hay que pasar de una concepción de salvación para la ultratumba (la vida eterna después de la muerte) a vivir con un proyecto de sentido, que haga que la vida merezca la pena. La revalorización del Jesús histórico y la potenciación del reinado de Dios como proyecto para la sociedad actual pueden contribuir a una perseverancia en la fe aunque haya cambiado el código cultural y las condiciones de vida. Cambia la cultura y la forma de vivir en la sociedad, pero se mantienen las constantes humanas en torno al sentido de la vida y de la muerte, sobre lo que es importante y lo que es accesorio, y sobre los valores humanos y la conducta ética
¿Qué pregunta olvidé y sería interesante para nuestros lectores?
La situación actual es tan compleja que permitiría muchas preguntas. Quizás el reto fundamental para las familias franciscanas sea recoger la herencia de Francisco de Asís y la tradición histórica que han germinado y discernir cómo aplicarla al mundo de hoy. El franciscanismo es una de las vocaciones universales del cristianismo y hay que discernir acerca de lo que podría hacer Francisco hoy en día y cómo podría contribuir a una teología de la minoridad, de la naturaleza y de la fraternidad con los pobres, en el contexto actual.
Gracias Juan Antonio