Deseamos conocer a Ignacio Gil como enfermero, pero antes haznos una breve presentación.
Nací en Pamplona en octubre de 1962, siendo el menor de tres hermanos. Cursé estudios de primaria, secundaria y COU en el colegio S. Ignacio de los PP. Jesuitas de la ciudad. Cuando tenía quince años mi padre me dio a leer la biografía novelada de S. Francisco de Asís titulada “el Pobrecillo de Asís” de Nikos Katantzakis y al terminar de leerla sentí que era eso lo que yo quería ser y vivir. El primer sorprendido fue mi padre. Contacté con los Capuchinos de S. Antonio, a pocas manzanas de mi casa, y al poco surgieron unos grupos juveniles de espiritualidad franciscana donde pasé unos años.
Al terminar COU. y un mes antes de cumplir los dieciocho años, ingresé en el postulantado que los hermanos tenían en Pamplona.
Cursé los estudios de teología entre Pamplona y Vitoria al tiempo que cumplía las etapas formativas de postulantado, noviciado y posnoviciado.
Como una de mis aficiones es cantar también cursé los años de solfeo y conjunto coral aunque solo he tenido la posibilidad de cantar durante dos años en coros de las parroquias donde vivi, en Tudela y Zaragoza. Además he cantado también en las eucaristías de la iglesia de S. Antonio en Pamplona.
En aquellos años y por el verano desde la enfermería provincial solían pedir ayuda para poder los hermanos enfermeros disfrutar de vacaciones. En algunas ocasiones me ofrecí a echar una mano y esa experiencia me hizo pensar en que aquél era un lugar de vida donde bien veía que se cumplía un servicio fraterno, en mi opinión, muy franciscano. La idea fue madurando y las circunstancias se hicieron propicias por lo que al punto de terminar los estudios de teología, inicié los de enfermería.
En Pamplona se hicieron obras importantes hasta dar lugar al nuevo edificio y fraternidad de la enfermería provincial que ahora existe. Comenzamos a vivir en ella en octubre de 1988, cuando yo iniciaba el último curso de enfermería. Después de seis años, pasé dos años dedicados a la pastoral y los tres últimos en una casa de formación.
En marzo del año 2000, puse fin a mi vida en la fraternidad pero nunca al afecto hacia los hermanos con los que seguí mantenido una relación permanente.
Cuatro años trabajé en una residencia geriátrica pública y tres como profesor de religión en un instituto.
De nuevo, la Providencia, me ofreció el puesto de enfermero en la residencia P. Esteban de Adoáin de los hermanos a causa de una excedencia y posterior baja definitiva del enfermero titular que se trasladaba, por motivos familiares, a Cataluña.
Han pasado once años y medio desde entonces y aquí me encuentro. Han pasado muchos hermanos por esta casa, en estos casi diecinueve años que he vivido en ella; hermanos que han compartido con nosotros sus vidas, sus riquezas y debilidades, sus sufrimientos y su muerte conformándose con todo ello un depósito de experiencias y confidencias que para mí son un tesoro de vida.
Cuéntanos ... ¿En qué consiste tu trabajo?
Actualmente mi trabajo en la enfermería tiene dos dimensiones diferentes: la primera la puramente asistencial como enfermero y la segunda, organizativa como coordinador.
En el plano asistencial las labores comprenden desde el aseo, toma de constantes, curas varias, administración de las medicinas y dietas, al trabajo con la doctora que atiende la casa y las relaciones con el centro de salud, farmacias que nos proveen y la inspección.
En cuanto a la coordinación las labores son supervisar las tareas y el funcionamiento de las prestaciones para una atención más eficaz y eficiente. Así mismo, administrar bajas, permisos, vacaciones, suplencias de todo el personal que trabaja en la casa.
La residencia cuenta con veintiséis habitaciones y últimamente suelen estar todas ocupadas. Los hermanos vienen no solo como residencia geriátrica sino también para estancias por problemas agudos que se resuelven en poco tiempo y para convalecencias tras intervenciones quirúrgicas.
La tarea, tras las tareas, es siempre acompañar en la escucha y el diálogo y prestar apoyo aportando servicio y seguridad.
¿Puedes contarnos alguna experiencia o anécdota?
Todos los días hay anécdotas para la sonrisa y la emoción.
En una ocasión, un hermano de noventa y seis años, famoso por ser buen matemático y musicólogo, y al que se le trasladaba en un sillón grande con ruedas, acudió como todos los días al comedor. Como era muy largo y no entraba bajo ninguna mesa comía en un lugar céntrico y solo. De repente, el sillón se desarmó y él volcó hacia adelante dando con la cabeza en el suelo. Al acudir a levantarlo y viendo mi cara terror, me dijo: “no te preocupes, Ignacio, he dado en el suelo con lo más duro que tengo…no ha pasado nada”. Y los demás respiramos y reímos.
En su lecho de muerte y en medio de dolores, un hermano se dirigía al crucifijo y le pedía al Señor que se apiadara de él: “Ya sé que Tú también lo pasaste mal…pero Tú eres Hijo de Dios y yo de la Leona (así se llamaba su madre)”
Una mañana fuimos a la habitación de un hermano y no lo encontrábamos…de repente empezó a quejarse y lo hayamos debajo de su cama: “Pero qué haces debajo de la cama? Yo no estoy debajo de la cama, alguien me ha puesto la cama encima”.
En otras ocasiones los recuerdos son más dramáticos como el que murió al rompérsele la arteria carótida y morir desangrado mientras rezábamos y nos despedíamos porque nada se podía hacer. O recuerdo tan confortador, como el del hermano que mientras moría durante un derrame que le tapaba los ojos y bajaba por su garganta no estaba pendiente de sí sino de las auxiliares que en silencio y nerviosas le atendían: “no os preocupéis…lo estáis haciendo muy bien”.
¡Qué hermosas experiencias! ¿Cómo se llega a la ancianidad Ignacio?
El envejecimiento como todo, es muy personal y difiere de unos a otros según sea la persona, según haya vivido y se haya planteado el sentido de su existencia.
Yo procuro educarme con la vista de cuantos me rodean y veo que vivir no es automático a ninguna edad. Nada se improvisa, todo es proceso donde entran en juego valores, criterios y un sentido final por el que se toman decisiones, se hacen apuestas y a veces todo vuelve a empezar.
En mi opinión, me parece importante vivir en la verdad, ser honesto y auténtico con lo que uno cree y tomar decisiones más allá de lo que importe el éxito, la continuidad, los logros, sortear el sufrimiento y los fracasos, las ideologías y la opinión social, la seguridad y demás tranquilidades. Honesto para vivir como piensas y auténtico para ser capaz de asumir esfuerzos, errores y los sacrificios.
Por otro lado me parece importante dar consistencia a nuestras personas donde reside ese fundamento, ese suelo rocoso donde construir: nuestra vocación al amor. Hemos sido amados, recibimos cada día el amor con que amar y en confianza creciente y en entrega creciente, sabemos que nada es más humano, plenificante y liberador que amar.
Para el creyente, ese suelo firme es Dios.
Y, ¿Puedes ofrecernos alguna recomendación?…
En el trato diario con una persona cuya enfermedad la sitúa en condiciones dependencia y vulnerabilidad, uno palpa el misterio de la vida y del ser humano, el sentido y el absurdo de afanes y logros, su fragilidad y su dignidad, su realeza y sus miserias…naturalmente la atmósfera es de respeto, solidaridad y ternura.
Cuando me acerco a una persona a la que hay que asistir en todo, comprendo y sé que ningún trabajo mío ni prisas ni esmeros son tan intensos como el que ese hermano en su “aparente pasividad y dejarse hacer” está realizando. Parece que no hace nada y parece que no puede hacer nada, parece que yo hago todo y que gracias a mí, él puede vivir su día a día…pero sé que nada de eso es cierto: él se deja hacer, confía en mí y me entrega su persona y su vida, él me ama…
¿Podrá decir alguien que eso es nada? ¿Acaso no lo es todo? Cuando un hermano en estado de demencia profunda o en situación comatosa ya terminal, no es capaz de hacer nada, de responder a nada, ni de recordar nada de su historia, ni alzarse con su propio nombre; cuando un hermano sufre y su situación ya no tiene salida ni aparente sentido…¿es por eso absurda? Ante estas situaciones, en lo íntimo doy gracias a Dios que me regala estar ahí y poder amar. Cuando agoniza un hermano son momentos emotivos, intensos y de una hondura plena de sentido…
Realmente, ser enfermero, es un lugar privilegiado para experimentar a Dios y crecer.
La única recomendación que puedo hacer es presentar mi convicción de que la vida misma, mi persona y felicidad, se juega, decide y juzga en el camino diario de confiar en los demás, de poner mi persona en manos de los demás…”Si no confío en las personas a quienes veo, ¿cómo confiar en Dios a quien no veo?”
Confiar y desapropiarse son las dos caras de la misma y única moneda. Es el ejercicio de la fe. En éste punto me viene a la cabeza la escena de la última cena en que Jesús, sabiendo que iba a ser entregado a la muerte, toma un pedazo de pan (que representa su cuerpo) lo baña en la salsa (símbolo de su sangre) y lo entrega no a Juan, el discípulo preferido, sino a Judas que decide por fin su muerte.
Jesús confía su existir a un discípulo que piensa diferente y que decide su muerte, es decir, en alguien que no le va a corresponder. No se plantea si alguien se merece o no esa confianza, sino que su vocación, en la que Él se decide, le lleva a darse a todos y a ofrecer su amor a todos.
Así que el camino es duro y la tarea la de toda una vida, una vida que es Pascua, muerte y resurrección.