¿Quién es José Mari Lana?
Mis orígenes están vinculados a dos pequeños pueblos navarros que distan entre sí cinco kilómetros: Oco, el pueblo de mi madre donde nacimos los cuatro hermanos y Sorlada, el pueblo de mi padre, donde transcurrió mi infancia. De mi infancia tengo muchos recuerdos, quizá porque me he ocupado de recogerlos y analizarlos para el trabajo de conocimiento personal: las veladas invernales en familia en la cocina junto al fuego y el cariño de los padres, los juegos primaverales y veraniegos con los hermanos, las visitas y estancias largas con los abuelos, los días de escuela que aprovechaba con aplicación y que siempre disfruté, las celebraciones y catequesis en la iglesia que vivía con gran intensidad. De familia de fuerte presencia de religiosos y religiosas (unos ocho en la familia extensa), no fue extraño que desde muy pequeño dijera que quería ser religioso. Bueno, más precisamente decía que quería ser alcalde (como mi padre que lo fue durante años, desde antes de casarse hasta su muerte) y cura (que era el modelo de religioso que tenía en el pueblo). Y aunque no he llegado en la vida a ninguno de estos dos objetivos, creo que sí estoy realizado los deseos de fondo que animaban mis proyecciones infantiles: una vida significativa desde la entrega a los demás.
¿Cómo conoces a los Capuchinos y entras en la Orden?
Hoy no es fácil entenderlo, pero en aquélla época era normal que con once años algunos niños del pueblo ingresaran en el seminario. Un año antes había ingresado mi primo en los corazonistas de Rentería. Yo tenía (y tengo) un tío trinitario. Consultado por mis padres valoró que lo más apropiado sería ingresar en los capuchinos, por ser una Orden de fuerte implantación en Navarra, por estar el seminario cerca de casa…así que él mismo se encargó de hacer el contacto. A los días recibimos la visita del promotor vocacional que me aceptó y dio fecha de ingreso. Conforme se acercaba el día crecía en mí el miedo, sobre todo por la separación de la familia. Si no hubiera sido yo entonces tan tímido y obediente, seguro me habría echado atrás. El caso es que así inicié un largo proceso de siete años por los seminarios capuchinos de Alsasua y Tudela. Al final de estos años decidí entrar en el postulantado. Recuerdo experiencias creyentes importantes en el último año de Tudela, en el postulantado, en el noviciado, en Asís el segundo año de postnoviciado…todas ellas han contribuido a la decisión de entregar mi vida a Dios. Sin embargo, los hitos que han configurado mi vocación, tiene que ver con los años vividos en la fraternidad de Otxarkoaga. Tras una crisis de realismo hacia los 25 años, inicié un camino de trabajo personal en un medio social de exclusión que me llevó a madurar y personalizar la fe y las opciones creyentes. Años de gracia y de trabajo por los que agradezco profundamente a los hermanos con los que viví y a la Orden que me lo posibilitó.
¿Qué trabajo desempeñas ahora?
Me tocó trabajar en la coordinación del proceso de Unificación de las cuatro provincias que hemos creado la actual de Capuchinos de España. Al final de ese proceso, hace cinco años, fui elegido miembro del Consejo Provincial con el encargo de animar la vida fraterna y la formación permanente. Este es mi trabajo prioritario, aunque no me lleva todo el tiempo. Colaboro también en la formación de nuestras custodias de México-Texas, Ecuador y Venezuela impartiendo cursos a guardianes y formadores por aquéllas tierras. En la formación inicial de la provincia contribuyo con los estudios psicológicos de los aspirantes y la formación humana de los postulantes. En mi fraternidad de El Pardo soy el guardián, vicemaestro de novicios, colaborador de la ESEF y responsable de la Casa de Espiritualidad Cristo de El Pardo. Y algunas horas a la semana practico mi profesión de psicólogo, atendiendo algunas personas en terapia individual y como formador de terapeutas en la Escuela Vasca de Gestatl. Aunque puede dar la impresión de ocupaciones muy dispersas, la mayor parte de las mismas tienen que ver con la formación y la terapia.
¿Qué dificultades tiene y qué retos?
Centrándome en mi tarea prioritaria, la formación permanente de los hermanos, creo que el reto principal es adaptar las ofertas a los diferentes grupos de hermanos con necesidades diferentes: un grupo numeroso de hermanos mayores con las limitaciones de movilidad propias de la edad y la enfermedad; un grupo de hermanos muy motivados, pero con poca disponibilidad de tiempo al estar asumiendo muchas tareas en sus fraternidades; finalmente un grupo de hermanos poco motivados. En todos ellos tenemos que pensar, porque la formación permanente no es para unos años o para los motivados. Nuestras Constituciones dicen que es para todos los hermanos y para toda la vida, ya que está asociada a la fidelidad a nuestra vocación. No es solo renovación intelectual, es sobre todo una herramienta para la conversión continua.
Recientemente has participado en un Consejo Plenario. ¿Puedes decirnos en qué consiste y qué objetivos tiene?
El Consejo Plenario de la Orden es un proceso participativo de reflexión en torno a un tema clave de nuestra vida. La mayor parte de los temas de las Constituciones han sido profundizados a través de un Consejo Plenario. El Consejo quiere ser expresión de la unión vital entre toda la fraternidad y su gobierno central, promoviendo la conciencia de mutua responsabilidad y cooperación de todos y fomentando la unidad y comunión en la Orden. Convocados por el Ministro General, tienen una primera fase de reflexión en la que todos los hermanos y fraternidades están invitados a participar. En la segunda fase, la del Consejo propiamente dicho, se reúne el Gobierno central de la Orden con los representantes de las circunscripciones de la Orden y dedican los días necesarios a reflexionar, orar y dialogar el tema en estudio, a fin de formular orientaciones que iluminen a la Orden en el tema que se aborda.
En esta ocasión el Consejo se ha centrado en el tema del trabajo.
Siendo este un asunto de gran sensibilidad en nuestra sociedad…¿Qué tres reflexiones más importantes ha hecho la Orden?
Subrayaría tres, de todas las ricas reflexiones que nos han ocupado cuatro semanas completas:
Que el trabajo no es un castigo, sino una gracia. San Francisco quiso trabajar y quiso que los hermanos trabajásemos. Mediante el trabajo participamos en la acción creadora de Dios, contribuyendo en la humanización del mundo. Para nosotros el trabajo tiene un sentido profundo carismático y en orden a la construcción del Reino de Dios en la tierra.
Que el trabajo debe ser la primera y fundamental fuente de sustento del hermano menor. Esto supone un gran reto no solo en las jóvenes circunscripciones de la Orden en países pobres, también para los que vivimos en provincias envejecidas y en contextos religiosos, que tendríamos el peligro de no valorar el trabajo como fuente de sustento, al no vernos demasiado urgidos a trabajar para vivir.
Que para nosotros el trabajo debe nacer de la fraternidad, ser expresión de fraternidad y que no cabe el trabajo individualista, sino que estamos llamados a compartir, discernir, decidir siempre en fraternidad lo que atañe al trabajo y la misión.
Y añado una más. El VIII CPO ha mostrado gran preocupación por todas aquéllas personas para quienes el trabajo no es una gracia, bien porque no lo tienen, bien porque sufren algunas de las múltiples formas de trabajo injusto que se dan hoy en nuestro mundo: el trabajo de los niños y los ancianos, la explotación laboral, el trabajo en condiciones humillantes, indignas, insalubres…etc.
Durante siglos muchas congregaciones han vivido de la petición de limosna, calle por calle, casa por casa. En la actualidad… ¿De qué viven los Capuchinos?...
La realidad es diferente en las diferentes circunscripciones de la Orden. Entre nosotros, en España, los ingresos por trabajo están asociados fundamentalmente al trabajo pastoral, si bien hay algunos hermanos que trabajan en el sector educativo y en el social. Pero tenemos que reconocer que dada nuestra realidad con un porcentaje mayoritario de hermanos jubilados, son fuertes las entradas por pensiones.
Y por último… ¿Qué retos y objetivos se plantea la Orden desde esta perspectiva?
Al final creo que el reto, independientemente del lugar donde la Orden se implante, es el mismo para todos: renovar la conciencia de la importancia del trabajo en dos dimensiones: como contribución a la humanización del mundo y como medio de atender nuestras necesidades y las de los pobres. Los diferentes contextos sociales cambian las necesidades y las oportunidades. La provincias jóvenes en países pobres tienen muchas necesidades que atender por tener muchos jóvenes en formación, muchos gastos, pocos ingresos y menos apoyo económico de las personas a quienes atienden pastoralmente. Se ven obligadas a buscar otros trabajos. Nosotros no estamos tan urgidos económicamente, pero no podemos perder la conciencia de la necesidad de un trabajo serio, implicado, como contribución al mundo, pero también como forma de sustento.