Domingo Fernández Villa nos acerca a la historia de Jesús de Medinaceli.
Llega el primer viernes de marzo y un año más hasta la imagen llegarán miles de fieles. Unos para dar las gracias otros para pedir favores, en cualquier caso una devoción que Domingo comprende muy bien y nos explica en estas respuestas.
¿Quién es Domingo Fernández Villa?
Tengo ochenta y un años cumplidos. Nací el 5 de noviembre de 1934 en Villamondrín de Rueda (León), un pueblo en la margen izquierda del río Esla, cerca de la montaña leonesa (Riaño).
Estudios primarios en el pueblo; pasados los once años (septiembre 1946) ingreso en el Seminario Seráfico de El Pardo-Madrid. Seis años de bachillerato; noviciado en Bilbao; tres años de filosofía en Salamanca; cuatro años de teología en León.
Terminados los estudios, a El Pardo de profesor durante tres años; el siguiente destino vicemaestro de novicios en Bilbao: un trienio. En 1966 destino Santander como superior; en 1968 nuestra iglesia pasó a ser parroquia teniendo como titular a san Antonio de Padua. Nueve y siete años respectivamente como superior y párroco. Al terminar a Montehano (Cantabria) como vicario y vicemaestro. Por circunstancias anómalas, permanezco allí sólo año y medio, siendo trasladado en abril de 1977 a Jesús de Medinaceli; siete y diez años como superior y párroco.
En el capítulo de 1987 nuevo destino: convento de La Coruña, superior y párroco durante nueve años. De nuevo a Jesús de Medinaceli de párroco: seis años. En el año 2002 sufrí un infarto de miocardio; un año sabático en Agarimo-Arteixo (Coruña) en la Ciudad de los Muchachos fundada por mi hermano, también capuchino, P. Nemesio Fernández Villa. Un año largo de descanso, y destino Gijón (Asturias). En el capítulo de 2005 nuevo destino: León como superior durante nueve años. En el capítulo de 2014 traslado a Santander como superior, donde hace medio siglo comencé como guardián. Durante estos años he asistido a varios cursillos de “aggiornamento” en la universidad de Salamanca y en nuestro colegio internacional en Roma. En los trienios (1978-1981; 1996-1999) elegido Consejero provincial.
¿Cómo conoció a los Capuchinos y qué le movió a entrar en la Orden?
De los pueblos de la Ribera del Esla (León) han surgido muchas vocaciones para la Orden capuchina. En León capital existe desde finales del siglo XIX un convento de nuestra Orden, sede de los estudios de Teología. Los profesores, en el tiempo que les quedaba libre, así como un equipo bastante numeroso de sacerdotes predicadores, recorrían toda la provincia: misiones populares, cuaresmas, cumplimientos pascuales, fiestas patronales… Su figura austera: hábito, sandalias, barba… atraía enormemente, sobre todo a los pequeños. Su humildad y afabilidad eran proverbiales. Los mismos Hermanos no clérigos, además de trabajar la extensa huerta, algunos de ellos recorrían la zona “pidiendo para los frailes”. Eran muy estimados por las gentes.
El reclutador de vocaciones, que visitaba los pueblos, se hospedaba en casa de una tía carnal. Le acompañábamos a la escuela donde hacía “su propaganda”. Un hijo de mi tía, mi hermano y otro primo, me precedieron en su ida al Seminario de El Pardo; detrás fui yo, y luego siguieron varios más. En general, éramos familias de siete u ocho hijos.
Las cartas que recibíamos desde El Pardo nos animaban mucho; nos presentaban un ambiente alegre y atractivo: estudio, deporte, compañerismo…; con estos antecedentes familiares, aunque nos visitaban otras Órdenes religiosas: agustinos, maristas… me decidí por los Capuchinos.
Usted ha sido párroco y superior de Medinaceli. Háblenos de esta experiencia.
En abril de l977 tomé posesión como superior y párroco de Medinaceli. Había ejercido estos cargos durante varios años en nuestro convento de Santander. La experiencia la tenía, pero a escala menor.
Por aquellos años en el convento de Jesús de Medinaceli éramos veintitantos de comunidad; cinco dedicados a la parroquia que desarrollaba una gran actividad: más de doscientas bodas al año; teníamos que limitar el número de bautizos a diez que realizábamos los primeros y terceros domingos de mes; el número de niños en la catequesis nos desbordaba: venían hasta de Toledo. La parroquia de Jesús de Medinaceli no se circunscribía al territorio asignado; era la parroquia de todo Madrid. Y ello por la devoción al Cristo Nazareno.
En la iglesia teníamos la OFS., la Juventud franciscana, y varias cofradías y movimientos apostólicos: el Escapulario azul, Ntra. Sra. Madre de la Divina Providencia, Pía Unión de san Antonio; y la Real e ilustre Esclavitud de Nuestro Padre Jesús, con más de ocho mil hermanos repartidos especialmente por España e Hispanoamérica. La Cáritas parroquial alargaba su labor a muchas personas que se acercaban de los distintos barrios de la capital. Funcionaba con éxito la Escolanía de Jesús, bajo la experta dirección del P. Esteban de Cegoñal. En este tiempo se fundó la Legión de María; creamos el Club de Ancianos san Francisco y la Escuela de Teología para seglares. En nuestro convento nos reuníamos mensualmente los sacerdotes del arciprestazgo de san Jerónimo el Real; durante varios años ejercí el cargo de Arcipreste.
Por otra parte, Jesús era la sede de la Curia provincial, que siempre imprime moderación y equilibrio. Por Jesús pasaban continuamente religiosos: misioneros que marchaban a otros países: América, Filipinas; religiosos de la propia Provincia de consulta con el Hno. Provincial; frailes de otras naciones europeas que venían a estudiar español a Madrid. Medinaceli es una experiencia que enriquece y curte de verdad.
Con todo, quedaba tiempo para el paseo y el esparcimiento; para la lectura y el estudio; para investigar en archivos y bibliotecas. Fruto de estas investigaciones fueron los tres libros publicados: La Historia del Cristo de Medinaceli. San Isidro Labrador y santa María de la Cabeza su esposa. Santa María de la Almudena, Patrona de Madrid. Además de varios artículos en Revistas e intervenciones en distintas Radios…
¿Alguna anécdota de esos días?
Quizá la más llamativa fuera “la cola” que se formaba el día anterior a la apertura del Libro para las Bodas del año siguiente. Solíamos hacerlo los primeros días de enero. Comenzábamos a las 9 horas, y muchas parejas que venían de lejos se pasaban la noche en los bares de la zona, en los coches, en casa de amigos... Prácticamente quedaba cubierto el cupo de las bodas de los sábados: (cinco cada sábado: 11, 12, 13; 17 y 18) de los meses de abril a octubre. La verdad es que nos entristecía el sacrificio que realizaban para elegir su hora, pero no encontrábamos otro medio. No contábamos todavía con “Ordenadores” para distribuir fechas y horarios con antelación.
Otra anécdota más rocambolesca. Un día se acerca un periodista y pregunta por el párroco; desea hacer una entrevista acerca de la devoción al Cristo de Medinaceli y todo lo que rodea a la Imagen. Es un tipo joven, con un deje hispano. Desea hacer la entrevista a última hora del día; accedo, pero al retirarme a la habitación comienzo a darle vueltas: están de moda los secuestros, es un desconocido, es extranjero…, total que me decido y aviso a la policía para que me acompañe cuando llegue el entrevistador. Le piden el carné o pasaporte; se extrañó mucho; pero estaba en regla. Realizamos la entrevista y quedamos tan amigos. ¡Son malas las sospechas cuando no hay razones de peso!
Muchas son las anécdotas sucedidas a lo largo de dieciséis años. Contaré solamente otra. Un día se acerca un señor preguntando por el superior. Me presento y me explica que desea demostrarme los poderes mágicos, extraordinarios, que posee. Va a colocar varios vasos encima de una mesa, y con la fuerza de su mente va a trasladarlos de un lugar a otro. Como en ese momento tenía un tiempo libre, y ¿por qué no? llevado también por la curiosidad, acepté. Comenzó la sesión. Realizó varias “ceremonias”, y luego todo serio me indicó que pusiera un dedo sobre uno de los vasos, que él lo iba a mover de un sitio a otro. En efecto, coloqué el dedo sobre el vaso, pero no suavemente sino apretando lo más posible sobre él; el vaso no se movía, el “circense” seguía con sus jaculatorias, y al final confesó: “Hoy no estoy en forma; algo me ha fallado”.
¿Qué le invitó a escribir el libro de la Historia de Jesús de Medinaceli?
Los capuchinos somos conocidos en Madrid principalmente por la atención que dedicamos a la Imagen del Cristo de Medinaceli: misas, confesiones, evangelización, catequesis, bautizos, bodas, consultas… Los viernes son un espectáculo en Jesús. Colas desde las primeras horas de la mañana para el besapié. Esto se repite todos los viernes del año, pero especialmente los primeros viernes de mes, y durante la cuaresma. La “movida” llama la atención a todo el que se acerca por la zona. Son muchos los periodistas y los que trabajan en los Medios de comunicación los que preguntan por la historia de la Imagen y su poder de atracción.
Desde que llegué traté de informarme lo mejor posible leyendo libros ya existentes, pero siempre me quedaban dudas, zonas oscuras que no lograba aclarar. Entonces decidí investigar por mi cuenta en bibliotecas y archivos.
Me fui a Sevilla donde se esculpió la Efigie por alguno de los grandes escultores del siglo XVII. Investigué en el archivo del convento de los capuchinos que encargaron la Imagen. De Sevilla, la escultura pasó a Mámora o san Miguel de Ultramar (actual Marruecos). Esta Plaza fuerte en poder de los españoles dependía religiosamente del obispado de Cádiz; en Cádiz pasé varios días examinando todo lo relacionado con la Imagen; después seguí investigando en el archivo histórico nacional de la calle Serrano, de Madrid; consulté diversas bibliotecas y archivos de los Padres Trinitarios: ellos fueron los que rescataron la Efigie del poder de los moros. En fin, recorrí los sitios posibles donde pudiera encontrar alguna noticia sobre esta Imagen tan venerada. Fruto de este trabajo fue el libro que publiqué en 1982 en la editorial Everest, que ya va por la quinta edición, y con más de treinta mil ejemplares vendidos.
¿Qué parte de esta historia le emociona más y por qué?
La historia de la Imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, llamado también del Rescate o de Medinaceli, es apasionante. Aparece por primera vez en Mámora o san Miguel de Ultramar. Los capuchinos, que ejercían de capellanes allí, habían llevado la Efigie para presidir el culto en la capilla. En 1681 la plaza cae en poder de los “moros” que hacen presos a los soldados y sus familias, juntamente con las imágenes y demás objetos de culto.
Los Trinitarios y Mercedarios, por vocación, se dedicaban a la redención de cautivos. Concretamente, esta redención la hicieron los Padres Trinitarios. Recordemos que entre las muchas redenciones llevadas a cabo por ellos, en una de ellas rescataron a Miguel de Cervantes; y como Imagen más conocida la de nuestro Cristo Nazareno. Cada redención suponía un fuerte desembolso de dinero, y para que la cantidad fuese mayor, con frecuencia los “moros” maltrataban a los soldados, e infligían vejaciones y afrentas a las imágenes. Una de estas vejaciones la sufrió nuestra Imagen. Según los cronistas de la época, el rey Muley Ismael, “mandó arrastrarla por las calles de Mequinez; y después que la echasen al foso de los leones, como si fuera de carne humana, para que fuese despedazada”.
Fueron incontables las peripecias que sufrieron soldados e imágenes hasta que llegaron a Madrid. La lectura de estos acontecimientos realmente llega a conmover.
¿A qué se debe la devoción tan profunda que existe por el Cristo?
Y ¿por qué acude tanta gente el primer viernes de marzo?
En agosto de l682 llegaba la Imagen de Jesús Nazareno a Madrid. A los pocos días de su entrada se celebró una solemne procesión a la que asistió la Casa real, la nobleza, los fieles. El “Todo Madrid” estuvo presente, según el cronista. Podemos afirmar que desde ese momento nuestro Padre Jesús Nazareno se ganó el corazón de los madrileños. Allí comenzó un amor, un cariño, un culto que ha ido siempre en aumento. Se multiplican las visitas personales a su capilla; el número de entusiastas crece sin cesar. Y llega un momento en que juzgan necesario organizarse.
El 16 de marzo de 1710, “reunidos en la Villa de Madrid hasta ciento cuarenta y dos señores y caballeros, dijeron que fundaban y fundaron esta Congregación con el título de Esclavos de Jesús Nazareno. Para mayor honra y gloria de Dios, culto y veneración de la sagrada y milagrosa imagen”. Desde 1819 el Rey de España figura como protector de la Esclavitud. El Duque de Medinaceli, por ser patrono de la iglesia donde estaba la imagen, aparece desde la fundación como Hermano Mayor de dicha Congregación. Los cronistas de la Villa y Corte coinciden en afirmar que “es la imagen más querida, más visitada y más venerada del pueblo madrileño”.
Si todos los viernes del año son muchísimas las personas que visitan a Jesús, el primer viernes de marzo es especial. Días antes se baja la Efigie del camarín; se celebra un Triduo en su honor, y el viernes a las cero horas comienza la adoración de los fieles. Ese día se acercan en dos filas; cada una besa un pie. Y así hasta las dos o tres de la mañana del sábado que pasa el último que ha estado esperando.
Según el cronista Antonio Velasco Zazo la costumbre de celebrar de un modo especial la “adoración del primer viernes de marzo”, se introdujo cuando un año el primer viernes de cuaresma coincidió con el primer viernes de marzo. Desde entonces se determinó que en adelante todos los años fuera así, cayera o no el primer viernes de marzo en el primer viernes de cuaresma.
El poeta franciscano-capuchino fray Mauricio de Begoña cantó así:
“No es devoción falsa y loca/ traer besos en la boca/ nacidos del corazón; / es como mejor se invoca/ y a la vez se otorga un don/. Así dio la Magdalena/ dolor y amor en su escena. / Así te damos, Señor, / plegaria, cariño y pena / en todo un beso de amor”.
Y por último: ¿Qué argumento le daría a un lector de la revista para motivarle y que viniera a ver al Cristo?
Es un hecho que las devociones particulares van decayendo progresivamente en España, y podríamos añadir en la Europa occidental. ¿Por qué, entonces, los hombres y mujeres de hoy siguen acercándose a venerar esta Imagen? Quizá la mejor respuesta la diera hace ya varios siglos el P. Eusebio del Santísimo Sacramento, uno de los primeros historiadores de la efigie. Dice él:
“El haber crecido tanto esta devoción ha sido por los innumerables milagros que ha obrado Cristo Redentor nuestro por esta su santa imagen, cautiva y rescatada. Baste decir que no se hallará especie de trabajo de que muchas veces no haya librado a sus devotos, tribulación en que nos les haya dado consuelo, ni enfermedad que con su invocación no haya cesado. Resplandece con especialidad en trocar corazones obstinados, y convertir con su vista a los pecadores más endurecidos en sus vicios”.
Digamos en primer lugar que en esta devoción no se fingen milagros para promover el culto, ni se hace ni se dice nada que vaya contra la sana doctrina de la Iglesia. Por otra parte, es de todos sabido que Dios se complace en otorgar gracias especiales por mediación de unas imágenes y no de otras. Asentados estos principios, añadimos: Nadie se molesta en honrar a un santo, ni se pasa horas expuesto a las inclemencias del tiempo si no espera conseguir algo. Si continúan “las colas” para besar a Jesús es porque la mayoría de los fieles regresan a sus hogares después de haber obtenido algún don.
Son muchos los milagros atribuidos a este Cristo. Recordemos solamente algunos. En primer lugar los más difíciles según los autores antiguos: conversiones de judíos y mahometanos a la verdadera fe católica. Enfermos desahuciados, partos difíciles: todavía son muchas las madres que se acercan al Cristo Nazareno “a presentar a sus hijos recién nacidos” y darle gracias por su feliz alumbramiento. Por lo demás, la mayoría de los “milagros” quedan en el ámbito de lo personal: dificultades en la vida doméstica, colocaciones laborales, éxito en exámenes, enfermedades incurables… son algunos de los problemas que a diario se desgranan ante la imagen de Jesús con solución positiva. Sin olvidar las llamadas interiores, los cambios de vida, la conversión de los corazones en lo cual se distingue Nuestro Padre Jesús a través de esta santa Efigie.
Siguen con plena vigencia las palabras evangélicas: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá" (Mt 7, 7). Con todo, si alguien pusiera en duda la eficacia de la devoción a Jesús Nazareno, sólo quisiera recordarle las palabras que nuestra gran santa, Teresa de Jesús, decía refiriéndose a otra devoción: “Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyese, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este gran Señor”.
Por supuesto, la amistad “con este gran Señor” es condición indispensable para ser escuchados (St 1, 7-8).