Un Papa que eligió llamarse Francisco

El 21 de abril de 2025 marcará, sin duda, una de esas fechas que quedarán grabadas en la memoria de la Iglesia. El papa Francisco ha partido a la Casa del Padre, dejando tras de sí un legado vivo que no se mide por cifras ni estructuras, sino por gestos, palabras y un profundo testimonio evangélico. 

Un Papa que eligió llamarse Francisco



El 21 de abril de 2025 marcará, sin duda, una de esas fechas que quedarán grabadas en la memoria de la Iglesia. El papa Francisco ha partido a la Casa del Padre, dejando tras de sí un legado vivo que no se mide por cifras ni estructuras, sino por gestos, palabras y un profundo testimonio evangélico. 

Su elección de nombre no fue casual. Eligió llamarse Francisco. Y desde ese instante, su pontificado quedó marcado por una clara inspiración: la de san Francisco de Asís.

Francisco no fue solo el primer Papa latinoamericano, ni el primer jesuita en ocupar la cátedra de Pedro. Fue, sobre todo, el primer Papa que se atrevió a elegir, como nombre, el del poverello de Asís, comprometiéndose así a reformar la Iglesia desde su raíz más evangélica.

Francisco y el espíritu de Asís
Pocas veces un nombre ha definido tanto una misión. Con ese gesto inicial, Jorge Mario Bergoglio dejó claro que su papado se inspiraría en la pobreza, la humildad, la fraternidad universal, la alegría sencilla y la opción radical por los más pequeños, tal como las vivió san Francisco de Asís y como las seguimos intentando vivir los Capuchinos cada día.

Durante más de una década, Francisco ha sido para nosotros -y para tantos- una voz que ha resonado como un eco franciscano en el siglo XXI: llamándonos a “desinstalarnos”, a vivir una Iglesia en salida, a tocar las llagas de Cristo en los pobres, y a no perder la esperanza ni siquiera en medio del sufrimiento y la fragilidad.

A lo largo de su pontificado, también quiso mostrar su cercanía explícita a la familia capuchina. En tres momentos significativos -2018, 2019 y 2024- recibió a hermanos Capuchinos en audiencia, a quienes animó a vivir “la minoridad y la contemplación en medio del mundo”, recordándoles que “la oración no es una fuga sino una fuerza misionera” y alentándolos a “caminar con el Evangelio en la mano y el corazón abierto” para responder a los desafíos de hoy. Su aprecio por nuestro carisma era sincero y fraterno.

 

 

Un pontificado con olor a Evangelio
Quienes seguimos a san Francisco en nuestra vocación capuchina no podíamos sino sentirnos especialmente interpelados por su magisterio: Evangelii Gaudium, Laudato Si’, Fratelli Tutti… cada uno de estos documentos han sido, en muchos sentidos, una brújula para la Iglesia, pero también una confirmación de nuestro propio camino.

En ellos, Francisco nos recordó que el Evangelio se vive mejor con los pies descalzos, que el cuidado de la creación no es un tema periférico, sino central en nuestra fe, y que la fraternidad no es una utopía, sino un imperativo evangélico.

De las periferias a la ternura
Su mirada a las periferias sociales, espirituales y existenciales ha sintonizado de lleno con la misión que los Capuchinos desarrollamos en nuestras fraternidades, parroquias, colegios, misiones y obras sociales como SERCADE. Nos empujó a no tener miedo al dolor del otro, a salir de la comodidad de los templos y estructuras, y a tocar, escuchar, acompañar.

Francisco nos enseñó que la ternura también puede ser profética. Que una Iglesia que no acaricia, que no consuela, que no baja la voz para acompañar, se aleja del corazón del Evangelio.

Su última bendición Urbi et Orbi, pronunciada en Pascua, apenas unas horas antes de su fallecimiento, fue un nuevo canto a la dignidad humana y a la justicia. En ella pidió "luz y fuerza para quienes trabajan por aliviar el sufrimiento de los más débiles", alzó la voz por las víctimas de las guerras, las migraciones forzosas, el hambre, y recordó especialmente a los niños que sufren violencia. Palabras que reflejan con claridad su corazón franciscano, su fe hecha compromiso, tan en sintonía con la espiritualidad capuchina que nosotros compartimos y vivimos.

 

 

También en el Vía Crucis de este año -cuyas meditaciones él mismo preparó-, volvió a recordarnos que “la cruz de Cristo hoy pesa en los niños a quienes se les niega la infancia”, y en “los migrantes rechazados, expulsados, arrojados como cifras en estadísticas que no conmueven”. Su mirada compasiva y su palabra profética no se apagaron ni en los momentos finales.

Gracias, Francisco
En esta Octava de Pascua que huele a duelo, pero también a esperanza, oramos por su eterno descanso y confiamos en que el Resucitado le haya recibido con los brazos abiertos. Damos gracias por su sencillez, su coherencia, su valentía y su compasión.

Gracias, Francisco, por haber hecho del Evangelio una noticia creíble.

Gracias por recordarnos que el poder es servicio, que la verdad no necesita gritar, y que el rostro de Cristo se descubre mejor entre los últimos.

Gracias por elegir llamarte Francisco... y por honrar ese nombre con tu vida.

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