El verano de este año de nuevo hemos contemplado la destrucción de nuestros bosques por grandes fuegos. En España, en diversas regiones, sobre todo el incendio de una zona de la isla de Gran Canaria, que ha calcinado el parque natural de Tamadaba, con la desaparición de una gran parte de su masa arbórea y de una rica diversidad de especies. Fuera de España, en algunas zonas de América, en particular los incendios en la Amazonía, han aumentado un 80 % con relación al año anterior. Esta devastación ha coincidido con graves inundaciones en varias regiones de la Península Ibérica.
Por otra parte diversos medios de información achacan al cambio climático el tobogán de temperaturas que hemos sufrido, con sus altos y bajos. Esta compleja situación ha movido a la opinión pública a exigir con urgencia la adopción de las medidas acordadas en el Acuerdo de París del año 2015, que intentaba atajar el crecimiento imparable de la temperatura global del planeta.
En junio de 2015 el Papa Francisco publicó la encíclica “Laudato Si’”, inspirándose en el Cántico de las Criaturas o del Hermano Sol, de San Francisco de Asís, profundizando en la teología, la antropología y la espiritualidad del cuidado de la creación, y enriqueciendo la doctrina social de la Iglesia, con una mirada preferente a los más pobres y vulnerables. En esta perspectiva el Papa convocó el 15 de octubre de 2017 un Sínodo especial para la Amazonía, una de las regiones de la tierra más ricas en la biodiversidad y más amenazadas en la actualidad.
“Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral” es el lema del Sínodo. El Consejo Presinodal envió a las Iglesia locales una encuesta, siguiendo el esquema “Ver, Juzgar, Actuar”, para recabar información sobre la realidad en las diferentes etnias y grupos humanos.
En enero de 2018 el Papa Francisco se detuvo en su visita apostólica a Perú, en el Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado, para escuchar en su propia tierra el clamor de los pueblos nativos de aquella zona de la Amazonía.
El 17 de junio de 2019 la Secretaría General del Sínodo ha publicado el “Instrumento de trabajo”, que ha sido enviado a las Conferencias Episcopales y a diversos organismos eclesiales y que servirá de base para las reflexiones en las sesiones del Sínodo, que se celebrarán en Roma del 6 al 27 de octubre de este año 2019.
El capítulo I del documento ofrece una panorámica de la realidad social y eclesial de la Amazonía.
"El territorio de la Amazonía comprende parte de Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guayana, Surinam y Guayana francesa en una extensión de 7,8 millones de kilómetros cuadrados, en el corazón de América del Sur. Los bosques amazónicos cubren aproximadamente 5,3 millones de kilómetros cuadrados, lo que representa el 40 % del área de bosque tropical global. Esto es apenas el 3,6 % del área de tierras emergidas de la tierra, que ocupan unos 149 millones de kilómetros cuadrados, o sea, cerca del 30 % de la superficie de nuestro planeta. El territorio amazónico contiene una de las biosferas geológicamente más ricas y complejas del planeta. La sobreabundancia natural de agua, calor y humedad hace que los ecosistemas de la Amazonía alberguen alrededor del 10 al 15 % de la biodiversidad terrestre y almacenen alrededor de entre ciento cincuenta mil y doscientos mil millones de toneladas de carbono cada año”: se lee en el número 10 del Documento preparatorio del Sínodo.
“El río no nos separa, nos une, nos ayuda a convivir entre diferentes culturas y lenguas”. La cuenca del río Amazonas y los bosques tropicales que la circundan nutren los suelos y regulan, a través de reciclado de humedad, los ciclos del agua, energía y carbono a nivel planetario. Solo el río Amazonas arroja cada año en el océano Atlántico el 15 % del total de agua dulce del planeta. Por ello, la Amazonía es esencial para la distribución de las lluvias en otras regiones remotas de América del Sur y contribuye a las grandes corrientes de aire alrededor del planeta. También nutre la naturaleza, la vida y culturas de miles de comunidades indígenas, campesinos, afrodescendientes, ribereños y de las ciudades. Pero hay que destacar que, según los expertos internacionales, es la segunda zona más vulnerable del planeta, después del Ártico, en relación con el cambio climático de origen antropogénico.
La vida de los nativos de la Amazonía brota y se desenvuelve en torno al agua. El río Amazonas fluye como venas de la vida humana, de la fauna y de la flora.
“La búsqueda de los pueblos indígenas amazónicos de la vida en abundancia se concreta en lo que ellos llaman el “buen vivir”. Se trata de “vivir en armonía consigo mismo, con la naturaleza, los seres humanos y con el Ser supremo, ya que hay una inter-comunicación entre todo el cosmos, en donde no hay excluyentes ni excluidos... La comprensión de la vida se caracteriza por la conectividad y armonía de relaciones con el agua, el territorio y la naturaleza, la vida comunitaria y la cultura, Dios y las diversas fuerzas espirituales”. El nativo de la Amazonía se entiende a sí mismo enraizado en su tierra, de la que recibe agradecido todos los dones. Pero los intereses económicos y políticos de los sectores dominantes amenazan con la destrucción y la explotación ambiental, la sistemática violación de derechos humanos básicos: el derecho al territorio, la determinación de los territorios y la consulta y el consentimiento previo de la población. Por todo esto, los indígenas -despojados de sus tierras ancestrales- se ven forzados a la movilidad y la emigración, perdiendo su dignidad originaria y cayendo en la mendicidad, el hambre, toda forma de violencia y explotación.
La “Iglesia en salida” se siente movida por el Espíritu a velar por los más pequeños, a cuidar de sus fuentes de vida y de sus culturas, a llevar la Buena Noticia de Jesús, que vino y viene a dar vida en abundancia. El proyecto de un desarrollo humano integral propone en un nuevo formato el tesoro del Evangelio. Reclama una atención generosa y el compromiso de los discípulos de Jesús, sobre todo de los llamados a pastorear el Pueblo de Dios.
Manuel Muñoz