Ecología, más allá de la ecología
El Papa Francisco nos interpela en la Laudato Si con la siguiente pregunta respecto a la ecología integral: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan? Lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá”.
A menudo nos acercamos a la ecología franciscana como un término fácilmente amable, sencillo, dúctil. Rápidamente tendemos a caer en los tópicos y etiquetas que esta sociedad de lo inmediato capta y acoge con facilidad: ecología es cuidar el medio ambiente, ecología es admirar en la naturaleza la obra de Dios, ecología es no consumir con descontrol, etc... Definir lo ecológico solamente en la toma de conciencia sobre la responsabilidad ante el medio ambiente y actuar para disminuir nuestro impacto en él, nos llevaría a clasificar la basura y reciclar con cautela o a apostar por alimentos “bio-eco” y sin envoltorio.
En la práctica de SERCADE resulta también igual de fácil asimilar ecología con el proyecto Huerto Hermana Tierra que pretende cultivar alimentos ecológicos en la huerta de el Pardo, o con las acciones de la Fundación Alejandro Labaka en la amazonia ecuatoriana luchando por la preservación de la selva. Pero de la misma forma que un creyente no se acerca a Dios solamente cuando comparte un rato de oración sino que lo acoge en toda su existencia; la ecología debiera ser un valor intrincado, transversal, a la propia organización y a todos los que la formamos.
La ecología franciscana nos lleva primero a cambiar la mirada sobre nuestro entorno y sobre nosotros mismos y a detenernos ahí, en la mirada, en la inquietud, sin pasar rápidamente a la acción. Sentirnos parte de una creación implica reconocerse en igualdad; implica desechar la lógica del utilitarismo para detenerse en el valor profundo de las cosas no por lo que nos ofrecen sino por lo que son; implica reconocer lo frágil, lo vulnerable, lo pequeño, y en dicho reconocimiento otorgarle valor, darle tiempo.
Esto nos llevaría a cuestionarnos, ¿cómo es la actitud de cada técnico, de cada voluntario de SERCADE ante las personas que asisten a los centros?, ¿trabajamos desde el reconocimiento?
Dicha mirada nos puede llevar a entender la universalidad de la casa común. Como en ese relato sobre el aleteo de la mariposa que generaba fuertes tempestades al otro lado del mundo, debemos comprendernos en contacto con todo lo demás. Esa universalidad nos lleva a comprender el mundo al que SERCADE atiende desde una lógica de corresponsabilidad. ¿Es la inmigración consecuencia de la emigración de nuestra opulencia?, ¿Es la soledad no deseada de los mayores fruto de la indiferencia emocional de sus familiares?, ¿Es la tutela que ejercen las entidades sociales sobre los pobres consecuencia de la anhedonia de la sociedad ante el sufrimiento?
Esa actitud de contemplación previa nos lleva solamente después a valorarnos como responsables del otro, no por ser dueños sino por estar en sintonía con, y elevar ese compromiso, tal y como dice Francisco, a las generaciones futuras. ¿Por qué ayudamos y para qué lo hacemos? Porque nos va la vida en ello, la nuestra y la del que vendrá. El legado de nuestra generación construirá los cimientos de las próximas generaciones. Y eso implica por supuesto la ecología ligada al cuidado de los recursos naturales, pero también la que nos interpela ante cualquier tipo de injusticia.
Es un reto que construyamos una reflexión compartida en SERCADE en torno a los valores que cimientan nuestro trabajo y que, para no quedarnos solamente en el discurso, los hagamos reales en la práctica diaria.
Xabier Parra
Coordinador de SERCADE