Hoy como ayer
Como todos los años, a finales de marzo se ha celebrado en España la Semana Santa, la semana en la que se conmemora la última etapa de la vida de Jesús entre nosotros en la Tierra.
Distintas ciudades de nuestro país ven pasar en estas fechas magníficas tallas de imagineros españoles de los siglos XVI y XVII, que expresaron en ellas las vivencias y la devoción hacia Nuestro Señor: El Cristo de la Buena Muerte, de Pedro de Mena, la Piedad de Juan de Juni, el Cristo Yacente de Gregorio Fernández, el Cristo de Medinaceli…
Entre estas procesiones que a lo largo de nuestra geografía se celebran todo los años, y que atraen a multitud de personas, que admiran no solo el valor artístico de sus “pasos” sino también la espiritualidad que de ellas se desprende, El Cristo de Medinaceli es el paso que más fieles suele congregar en la Semana Santa de Madrid.
En la pasada Semana Santa, conocí la historia de esta imagen, muy ligada a la Orden de los Padres Capuchinos, y la misión que ellos llevan a cabo, que comenzó en el siglo XIII con su fundador, San Francisco de Asís, y que, hoy como ayer, se sigue realizando, concretada entre otras actuaciones en “el Servicio Capuchino para el desarrollo" “SERCADE”, inspirado en los ideales de San Francisco, y cuya finalidad es dar respuesta y organizar mejor la labor que a través del tiempo ha realizado la Orden Capuchina.
Uno de estos proyectos es “Hermana Tierra”, cuyo objetivo es ser un espacio de formación y adquisición de experiencia laboral en agricultura ecológica para jóvenes que carecen de ella o que la necesitan para encontrar un empleo digno. Además, que los jóvenes que en ella trabajan y las personas ligadas a esta labor cuiden, amen y respeten la tierra, tan necesaria para la vida y tan olvidada en la sociedad actual.
En el proyecto África, los Hermanos Capuchinos se implican directamente en ayudar y acompañar a aquellos emigrantes subsaharianos en sus primeros pasos por Madrid. Y es en este proyecto donde influye de una manera directa la Historia del Cristo de Medinaceli, que representa a Jesús en el momento de la Pasión en el que Pilatos le muestra al pueblo. Esta imagen fue llevada por los Padres Capuchinos al norte de África en el año 1614 durante el reinado de Felipe III para que fuera venerada por los soldados españoles que luchaban contra piratas bereberes y marroquíes.
La imagen cayó en manos del sultán, quien la sometió a toda clase de vejaciones Para evitar estas ofensas se intentó rescatarla pero el sultán afirmó que la vendería por su peso en oro; y ¡oh milagro!: el peso de la imagen comenzó a descender hasta 30 kilos y fueron 30 las monedas que recibió el sultán.
Y en ese momento la imagen inicio la vuelta a España pasando por Tetuán. Ceuta, Gibraltar, Sevilla hasta llegar a Madrid en el año 1682, creándose la Cofradía de Jesús Nazareno y desde el año 1819 figura el Rey como protector de Cofradía.
Año tras año, al llegar el Viernes Santo, sale esta Imagen por las calles céntricas de Madrid, acompañada no solo por numerosos madrileños, sino también por decenas de subsaharianos: son jóvenes que tienen que salir de tierras africanas realizando la misma ruta que la imagen de Jesús Nazareno hasta llegar a Madrid, sin trabajo, sin familia. Sin saber como terminarán sus vidas. Ellos se identifican y comprenden el sufrimiento de Jesús. Pero alguien les espera para ayudarles: El Servicio Capuchino para el Desarrollo.
Podría terminar con palabras de agradecimiento por esta magnífica labor, pero prefiero terminar con dos palabras con las que comenzaban sus homilías los Padres Franciscanos de mi ciudad, Segovia, PAZ Y BIEN.
Elvira Matesanz Sanz